Tras las dos áureas centurias, todo deviene degeneración. Ains, esta vez me quedo solo con uno. Y descarto otros, cosas tan geniales como los que siguen: Francisco de Medina (Mientras oro, grana y nieve/orna vuestro cuerpo tierno…). Bernardo de Balbuena (Mientras que por la limpia y tersa frente / ese cabello de oro ensortijado…). Sor Juana Inés de la Cruz (Miró Celia una rosa que en el prado/ostentaba feliz la pompa vana…). Garcilaso de la Vega (En tanto que de rosa y azucena…). Diego de Torres Villarroel (Nace el sol derramando su hermosura…). Fray Luis de León (Elisa, ya el preciado/cabello que del oro escarnio hacía/la nieve ha variado…). Fernando de Herrera (¡Oh soberbia y cruel en tu belleza! /Cuando la no esperada edad forzosa/del oro…). Y Góngora (Ilustre y hermosísima María, /mientras se dejan ver a cualquier hora…).
Y Góngora, segundo y primero
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido, el sol relumbra en vano
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o víola troncada
se vuelva, mas tú y ello, juntamente,
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
…Fascinante y conmovedor finisterre del soneto gongorino: la luz y el color se difuminan en el violento contraste del último endecasílabo, uno de los más famosos de toda la lírica española y, además, en pausado y dramático desfile: “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”, totalmente fiel a la conclusión del Collige virgo, rosas de Ausonio: “Goza de la vida, muchacha, antes que toda tu belleza se convierta en nada”.
Hacia la nada más absoluta, pues, paulatina (de)gradación: muerto cada uno de nosotros, enterrado; en tierra, el cuerpo desprende el humo de la putrefacción orgánica; de ella, sólo quedan cenizas, polvo; más tarde, la sombra del nombre, o quizá el recuerdo en la memoria de algún ser querido; y, tras ello, absolutamente “nada”.
Del genio de este verso da testimonio la abundante panoplia de excelsos vates lo imitaron sin disimulo, como, entre otros muchos, Lope (…polvo, humo, nada, viento y sombra); el portugués Francisco Manuel de Melo (es tierra, es polvo, es humo, es sombra, es nada); Antonio Mira de Mescua (es polvo, es rosa pisada, / es viento, es humo y es nada) o el citado Diego de Torres Villarroel (la tierra, el polvo, el humo, en fin, la nada) …
…Pues eso, polvo somos y en polvo acabaremos. Ceniza enamorada, puede. Libro del Génesis, capítulo 3, versículo 19. Entonces lo dicho: Gaudeamus igitur. Alegrémonos, pues. E insuperable quinta estrofa.
Vivant omnes virgines (Vivan todas las vírgenes)