Cuando hablamos del islam blanco, ese proyecto de la UE para limpiar su imagen y convencer a los europeos de las bonanzas de la nueva religión, dan ganas de vomitar. No es sólo el hecho de que están creando una sociedad completamente insegura y sin identidad cultural, donde ser blanco es considerado peyorativo y se les considera potenciales racistas y xenófobos si dicen ver ciertas cosas que ya son evidentes, sino que nos quieren vender una religión que no nos pertenece y que contiene rasgos que en nada tienen que ver con el cristianismo, sino en no pocos aspectos hasta opuesta. Que las feministas, los defensores del LGTBI y otros de la cultura woke defiendan la ideología de nuevos inmigrantes por encima de los derechos de los europeos naturales no es sólo un desacato, sino que constituye una auténtica realidad distópica que tiene muchas razones para ello.
Cuando hablamos del islam, hecho muy curioso, nos olvidamos de describir la sharía o su conjunto de leyes, lo cual debería de ser lo primero que habría que hacer desde Bruselas para entender la barbaridad que se pretende hacer. Para comenzar esta norma fue inspirada por Allá a Mahoma y a sus sucesores con el fin de crear una sociedad justa y organizada, es decir, que hablamos de jurisdicciones teocráticas que tienen su origen en el siglo VII y que se fundamentan en la voluntad indiscutible de su dios. Olvídense entonces de la racionalidad, mínima capacidad humana de aplicación o respeto a los derechos humanos porque allí donde gobierna la sharía rige la justicia más medieval y de inspiración más primitiva que nos podemos imaginar. Además, el principio rector de la sharía es el ojo por ojo, diente por diente, es decir, el odio desenfrenado hacia quien ha de ser juzgado por la voluntad de Allah, de modo que quien ejecuta la orden no piensa ni desarrolla la más mínima empatía ni respeto hacia los derechos de esa persona, actuando como si ofreciese un sacrificio a su deidad. Pondremos unos ejemplos posteriormente. Es como si el mundo necesitase de una ley superior al propio mundo, donde prima una perspectiva perfecta que no se puede cuestionar, eliminando la libertad individual y, por supuesto de pensamiento. Es por ello que los países islámicos, bajo el paradigma de la política teocrática, no se pueden llamar democráticos precisamente. Mejor entonces dejar la justicia en manos de la voluntad de Allah y sus leyes divinas, lo que encierra el peligro del humano que las interpreta de acuerdo, vaya a usted a saber, las intenciones humanas reales, muchas de ellas completamente egoístas y no enfocadas en el bien común. ¿Cabe entonces considerar la existencia del odio satánico en la religión musulmana? ¿Y, de ser así, serviría como trampolín sustitutorio para introducción de la religión de Lucifer en el nombre de otro dios, mediante el arte del disfraz? Todo ello, por supuesto, en el nombre de la paz.
El islam no nos habla de delitos sino de castigos merecidos y que han de ser efectivos y ejemplares para quienes los quieran repetir, por lo que nadie se libra de ellos y, dadas ciertas condiciones, se considera a la persona culpable sin excusas, salvo por enfermedad mental. ¿Qué tiene que ver esto con el derecho, tal como lo conocemos en los países democráticos donde la justicia se impregna en las pruebas y evidencias de la culpabilidad o la inocencia? Muchos de los nuevos inmigrantes están de acuerdo con su sharía y, tiempo al tiempo, la utilizarán allí donde sean más numerosos, imponiendo sus normas.
Analicemos el caso del robo, cuyo castigo es la amputación de la mano. Desde un punto de vista musulmán y racional cortarla es más útil que la cárcel pues el impacto en la eliminación del crimen es mayor. Si lo robado fue custodiado o cuidado, si es capturado donde se cometió el delito antes poder escapar y, si la persona exige la devolución de lo robado, superando cierto valor, se aplica esta medida, por supuesto siendo consciente el ladrón de lo que está haciendo. Es chistoso pensar que, si se aplicara esta norma a nuestros políticos, muchos de ellos no tendrían manos y serían buenos ejemplos de lo que ocurre a los que roban al pueblo.
Es también curioso que lo que la sharía prohíbe es el insulto en cualquiera de sus modalidades. Es decir, que si alguien dice algo y yo considero que sus palabras entran en semejante rango de aspectos descalificativos, el sujeto comete una grave ofensa, ya sea si siento que se burla de mi dios, de mi bandera o de mis sagradas opiniones, podría asimilarse a la figura distorsionada del delito de odio, tal como se aplica en muchas legislaciones europeas, como Alemania o el Reino Unido, especialmente cuando ciertos comentarios ridiculizan o se dice estigmatizan a la religión de Allah. Estas opiniones, que van en contra del aspecto sagrado y espiritual de ciertas expresiones y sentimientos compartidos, han de ser abolidas siguiendo un argumento tan fuera del sentido jurídico y legal objetivo que han de ser penalizadas y la justicia europea no ha tardado en entender esta idea de la sharía, aplicándola a sus máximas procesales, en un ejercicio de fin de la libertad de pensamiento del enemigo que cuestiona ciertos principios de fe, simplemente por el hecho de no compartirlo. Es decir, la dictadura y una forma de fascismo nueva y muy peligrosa, donde se mezcla no sólo intereses políticos y sociológicos, sino religiosos.
Mientras tanto, los musulmanes practican la yihad o especie de peregrinación y predicación de su fe tratando de convencer a los cristianos de las ventajas de adoptar la nueva religión, mostrando sus ritos fuera de control, desarrollando oraciones en el centro de Londres a miles con sus típicos cánticos, sin ningún tipo de complejos ni de vergüenza. Es así como se expresan, con una intensidad desmedida, como si tuviesen que demostrar al mundo que son musulmanes, mientras los cristianos se guardan su fe en su corazón en sus espacios más privados, sin necesidad de tantos aspavientos. Este hecho es una señal de aviso muy serio, que se relaciona, a su vez, con la forma en que los colectivos LGTBI expresan sus ideologías, fuera incluso de todo respeto evidente hacia quienes no están ni apoyarán nunca estos principios tan delirantes. Pero a ellos les da exactamente igual.
Por supuesto que todo lo que sea LGTBI, asociado a la homosexualidad, transexualidad, sexo no binario o aspectos educativos asociados en forma de masturbación o inducción a la sexualidad en la infancia, queda prohibido, hasta el extremo de que, en países como Irán, Arabia Saudí, Yemen Nigeria, Somalia, Mauritania, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Pakistán o Afganistán, las prácticas homosexuales entre hombres se castigan con la muerte, mientras en otros países aplican penas más laxas. Por ejemplo, en nuestro vecino Marruecos, sin ir más lejos, el artículo 489 del código penal castiga con penas de seis meses a tres años de prisión y multa por actos lascivos o contra natura. Este artículo se aplica a cualquier relación encuadrada en el principio LGTBI. Es decir, que muchos de nuestros visitantes consideran que las modernas leyes woke de España son sencillamente nauseabundas, como a cualquier de nosotros nos parecería reconocer como normal el abuso infantil o la pederastia, siendo imposible que se adapten a semejantes normativas. El resultado entonces de mezclar a feministas como musulmanes, a chiringuitos LGTBI con musulmanes no puede ser más contraproducente.
Ello por no mencionar la negación absoluta del feminismo. En muchos países musulmanes, donde se permite la poligamia (tiempo al tiempo porque veremos como los árabes en Europa podrán tener varias esposas), las mujeres no pueden trabajar sin el permiso el esposo, no están autorizadas a asomarse por la ventana para no ser vistas, tampoco se les permite hablar con hombres que no conocen, por supuesto que sólo recientemente se les permite conducir (como en Arabia Saudí), pero no pueden ser infieles. En no pocos países son condenadas a latigazos o a la lapidación, todo ello en concurso con la actuación de la policía religiosa, siendo el afectado por la ofensa el que decide la gravedad del castigo, de acuerdo con el grado en que se sintió herido en su honor masculino y patriarcal.
Llama mucho la atención la hipocresía del feminismo, el cual pone la voz en grito por un piquito sin importancia, pero no ve lo que ocurre en Marruecos o donde gobiernan los talibanes, donde, en el nombre de Allah, se vulneran los derechos de las mujeres de modo muy grave, pero claro, de eso chitón. ¿Qué sucios intereses ocultan estas organizaciones para actuar de manera tan hipócrita?
Visto lo visto, nos podemos preguntar qué de blanco y de ejemplar puede tener para los europeos la religión musulmana. Se puede estar de acuerdo con ella o no, sin estigmatizar a los que la profesen, pero no olvidemos que son claramente incompatibles con nuestra forma de pensar, algo que en el parlamento europeo deberían de tener en cuenta, a menos que estemos en manos de desaprensivos muy peligrosos.