Por Alfonso de la Vega
La noticia del cierre de la emblemática fábrica de Sargadelos en Cervo, norte de Lugo, tan ligada a la historia industrial de Galicia me ha recordado una experiencia vital de gran interés de la que me hacía eco en ABC en enero de 2012.
En 1980 tuve el honor de participar en una de las Experiencias de Sargadelos con una sencilla intervención junto a José Manuel Naredo, Mario Gaviría, Pepe Martínez, fundador de la editorial Ruedo Ibérico, Uxío Labarta y otros muchos grandes investigadores de la Economía y la Ecología de esa época en la que la esperanza no había sido aún traicionada. Hablamos del sentido económico y vital de la necesidad, del concepto un tanto equívoco, sino artificial y engañoso de “sistema económico”, de las bases ecológicas y reales de la economía. Asuntos de gran importancia no solo teórica sino práctica como estamos comprobando también hoy en que la subversión presente hace que, todo al revés, lo financiero domine a lo económico real, lo económico a lo político, y esto a lo social, cultural y espiritual.
El propio edificio donde se celebraban las sesiones posee un gran interés arquitectónico. Visitamos la enorme factoría de la alúmina de San Ciprián recién inaugurada con su nave descomunal, debatimos sobre el sentido de las mega-industrias de enclave y su influencia en el entorno. De la amenaza de una central atómica para proporcionarle energía eléctrica, salvada in extremis por el desastre financiero que provocó el primer programa atómico español, disimulado luego por el gobierno socialista con pretextos medioambientales. De ciertas formas de industrialización de gran impacto ambiental típicas de las regiones subdesarrolladas o dominadas por importantes fuerzas económicas ajenas a las sociedades donde se asientan.
Pero una de las cuestiones a mi juicio más interesantes, que llamó mi atención fue la participación de mucha gente, trabajadores de la Cerámica y vecinos de Cervo, en los actos culturales celebrados cada tarde noche durante las jornadas.
Un mestre subversivo, Pedro Petouto, sostenía que la cultura servía para abrir los ojos o no es cultura. Era muy curioso que una empresa promoviera de ese modo la toma de conciencia, el pensamiento, de sus trabajadores. Hecho insólito al menos desde que en las empresas “modernas” la política de Personal, (gente, personas, Espíritu) se degradó a simples RRHH (recursos, materia). Detrás de esa visión tan atractiva y atrayente, de esa moderna forma de entender las relaciones empresariales entre Capital y Trabajo que precisamente consiste en obviar muchos de los prejuicios de la modernidad obsolescente y pasajera al estilo de los chaplinescos Tiempos modernos, se encontraba un hombre de apariencia frágil pero de gran iniciativa y energía: Isaac Díaz Pardo. Acaso porque comprendía los valores del artesano que no separa lo intelectual de lo manual, a Atenea de Hefesto. Acaso porque tenía vocación de artista, o porque compartía con Kandisky su visión de que ya era el momento de renovar la sociedad europea comenzando una nueva época espiritual cuya fuerza motriz fuese el arte, Díaz Pardo dedicó gran parte de su madurez a la actividad empresarial así entendida. Heredero y continuador a su modo de valores de la Ilustración, que inspiraron al marqués de Sargadelos la implantación de la primera planta de su nombre en Galicia, Díaz Pardo fue un humanista que sabía que el barro, las arcillas se pueden humanizar hasta hacerse objetos capaces de satisfacer verdaderas necesidades materiales mas también espirituales.
Pero el marqués de Sargadelos no había nacido con título nobiliario, ni tampoco en Galicia. Antonio Raimundo Ibáñez fue un gran personaje, todo un hombre hecho a sí mismo, una gran inteligencia natural, un emprendedor con gran sentido del riesgo empresarial, una figura señera de la Ilustración en su vertiente económica empresarial de la incipiente burguesía española. Nació en 1749 de familia modesta, hijo de un escribano de pocos medios económicos pero de gran cultura, en un pueblecito asturiano llamado Ferreirela junto a Santa Eulalia de Oscos, una región muy aislada entonces. A los veinte años se fue a Ribadeo, que durante la segunda mitad del siglo XVIII era un importante puerto cantábrico, dotado de aduana. Se empleó como doméstico en casa de un potentado del que pronto llegaría ser mayordomo principal.
Su primera fortuna la obtuvo gracias a una arriesgada operación comercial realizada con ocasión de una visita realizada a Cádiz para cobrar unas importantes rentas de su amo. Las invirtió en aceite de oliva, fletó un barco y desafiando los riesgos de tormentas, naufragios o acciones piratas del corso inglés, logró llegar de regreso a Ribadeo y vender la preciosa carga allí. Descontadas las rentas y el precio pagado en Andalucía logró una fortuna que le permitió ir sentando las bases económicas de un imperio industrial y comercial. En Cervo, (Lugo) desarrollaría sus instalaciones industriales en especial una siderurgia con fundición de hierro colado y una fábrica de loza. Inició una actividad textil de maquila importando lino del Norte de Europa y distribuyéndolo por los pueblos para su confección.
Don Antonio fue un avanzado para su época, un emprendedor que lograría gran reconocimiento pero también la envidia y la inquina de los poderes fácticos de entonces, nobleza y alto clero, bases políticos sociales del Antiguo Régimen. El rey le daría un título aristocrático, marqués de Sargadelos, poco antes de fallecer. Todo un hito para alguien como él, hecho a sí mismo y de procedencia humilde. Pero apenas pudo disfrutar de él un año porque murió asesinado por las turbas en 1809, tras la reconquista de Ribadeo por las tropas anglo españolas durante la guerra de la Independencia.
En su aldea natal asturiana puede visitarse la casa de su familia, restaurada y convertida en museo. Una visita muy recomendable por su múltiple interés, para hacerse una idea de la vida en el mundo rural de entonces.
Si la cosa no se arreglase, en cierto modo el cierre de Sargadelos, que su último empresario ha denunciado como debido a una especie de acoso normativo burocrático gubernamental, tiene un carácter simbólico o alegórico. Estamos en un cambio de ciclo histórico. Las instituciones actuales están acabando con lo que queda de la Ilustración. En este caso, además con una singular industria inspirada en ideales artísticos, culturales y humanistas. Todo un emblema de la mejor Galicia. Entre unos y otros están haciendo desaparecer la verdadera memoria histórica. Lo siento sinceramente.