lunes, abril 21, 2025
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Expolio en el museo del Prado

Por Alfonso de la Vega

Caminaba por el Paseo del Prado algo pensativo rememorando cuando de niño jugaba allí a la pelota, yo vivía entonces en la calle Amor de Dios, demasiado humilde y pequeña para un nombre infinito, en el Barrio de Las Letras, cuando observé cierto tumulto en el edificio del famoso Museo de pinturas, junto a la puerta Sur, la que da al Jardín Botánico. Me acerco por curiosidad y resulta que la calle estaba ocupada por cantidad de vehículos sin pegatinas de control de emisiones por el cambio climático almeidiano ni gaitas, pues protegidos de la muchedumbre por golillas, hombres de estaca y guindillas, estaban cargando cuadros en varios camiones de mudanzas especializadas en el manejo y transporte de objetos de arte. 

¿Qué estaba pasando allí?

Un enterado del corrillo enseguida me puso sobre aviso. «Dicen que son parte del pago por mantener al falsario en la poltrona gubernamental y como aportación a la compra de armamento made in USA. Unos van al califato de Cataluñistán como botín de guerra para satisfacer al audaz forajido Pimpinela Puchimon y a Illa, el de la masacrilla; otros a Bruselas para la insaciable von Trinken o a la sede de la OTAN y los demás para los agiotistas y especuladores al otro lado del Océano.»

Inocente de mí, me atreví a preguntar, ¿Pero Su Majestad, don Felipe VI, sabe lo de este expolio de lo más sagrado y admirado del patrimonio nacional?

Con cara de pocos amigos y gesto desafiante, un golilla ordenaba porra en ristre: “Caballero, caballero, circulen, circulen

Otro enterado se pone a debatir con nosotros: «Pues claro que lo tiene que saber si se digna escuchar a Su propio ministro de Cultura. Este personaje, demostrando una ignorancia escandalosa tiene la catalana desfachatez de difundir la leyenda negra inventada por nuestros enemigos desde su onerosa poltrona ministerial que pagamos los insultados. Y para colmo, la falta de decoro institucional de presumir de querer desbaratar el patrimonio de nuestros museos. Lo ha confesado sin lugar a dudas. El ministro quiere un «proceso de revisión de las colecciones que permitan superar un marco colonial (sic) o anclado en inercias de género o etnocéntricas que han lastrado, en muchas ocasiones, la visión del patrimonio, de la historia y del legado artístico… Se trata de establecer espacios de diálogo e intercambio que nos permitan superar este marco colonial». Lo del «diálogo» en ciertas bocas da aún más miedo que lo de la «justicia catalana» denunciada por Quevedo. El ministro ha añadido muy serio y solemne que existen compromisos internacionales asumidos por España que «se traducen en un proceso de revisión» de las colecciones de museos estatales. «Se trabaja en visibilizar y reconocer la perspectiva de las comunidades y la memoria de los pueblos de los que proceden los bienes expuestos», ha manifestado”.

“Visibilizar” si que se están “visibilizando” los cuadros hasta que muy bien embalados se cargan en el camión.

Desde que el inefable Carlos III, el alabado como el rey menos malo de la Dinastía según dicen, ordenase la quema de los pecaminosos desnudos de Tizziano o Rubens existentes en el viejo alcázar madrileño no se había vivido otro peligro mayor para alguno de nuestros tesoros. Menos mal que al pío rey cazador no le hicieran caso, acataron pero no cumplieron, de manera que escondieran los hermosos cuerpos del delito para satisfacción y deleite de las generaciones venideras.

Un señor mayor que por ya viejo y sabio debía conocer bien las mañas bandoleras habituales, nos dice que cree que todo es un paripé mohatrero para consumar el saqueo socialista de nuestro patrimonio artístico. O bien para tapar el que ya se hubiera podido producir. Que tanta deuda obscenamente creciente hasta la ruina de los súbditos y la esclavitud de la nación que el actual proceso político monárquico está llevando a cabo es de cajón que habrá de tener alguna garantía para los usureros, y al Régimen borbónico ya apenas le quedaría nada valioso que pignorar salvo las haciendas de los particulares. Aunque en ello está, que la reforma de la Ley de Seguridad nacional le faculta.

Tras muchas horas de trasiego, el último cuadro fue cargado, el corrillo disuelto y cada mochuelo a su olivo. Fuese y no hubo más.

Otro sí digo:

En noviembre de 1891 el periódico ‘El Liberal‘ publicaba un artículo titulado: «La catástrofe de anoche. España está de luto, incendio del Museo de Pinturas». El autor era don Mariano de Cavia, el museo al que se hacía referencia era el del Prado madrileño y el artículo, apócrifo o inventado como ahora sería lo habitual. Una aclaración que De Cavia reservó para la frase final, que muchos no llegaron a leer. Quizá por ello, la noticia corrió más que el fuego ficticio y el rumor se extendió por un Madrid en el que algunos lo escuchaban a la vez que miraban al edifico del Prado sin ver rastros del incendio.

Entonces el interés de De Cavia  era denunciar la precariedad del edificio y sus recursos, albergando como albergaba un auténtico tesoro mundial. El ruido generado acabó por llevar a las autoridades a tener que preocuparse por el estado del museo y tomar algunas medidas de protección del patrimonio. Lo cierto es que ya habían tenido lugar dos incendios en el Museo del Prado ese mismo año. Si aquello no había conseguido alertar del problema, la paradoja es que la falsa noticia sí lo consiguió. Una época en la que, cabe recordar con nostalgia, ¡la palabra de un periodista aún era creíble!

Al día siguiente, el propio De Cavia volvía a escribir sobre el tema y explicaba el porqué de su artículo. Los trabajadores vivían en malas condiciones en el último piso, con sus estufas y cocinas. Una situación peligrosa en un edificio cargado de madera, que a la vez era un museo, gloria de España, lleno de obras extraordinarias e insustituibles en la historia de la Cultura universal.

Hoy, en pleno calamitoso reinado filipino la amenaza sobre el Museo del Prado como símbolo de la integridad de la Nación española es aún más fuerte pues no proviene de un incendio accidental sino del propio régimen en su conjunto. Pobre España, ¡sus dirigentes no nos van dejar ni las raspas!  

 

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