Toda existencia en el marco de lo puramente empírico y material, que es lo que hace la gran mayoría de la población influenciada por la ingeniería de masas dirigida hacia la muerte como fin o pesadilla inevitable, es lo que nos condena a la gran mentira de nuestra existencia. En este diseño, que parece creado por una mano demoniaca, se esconde el gran secreto de nuestra vida y el verdadero sentido de la misma, que es como descubrir el santo grial, pero sin forma, como el amor que no se puede dibujar, pero se siente.
Ayer, paseando por el bello centro de Lima, me interné en una de aquellas curiosas grandes iglesias del siglo XVII, llenas de pan de oro, cuadros antiguos, grandes altares hechos con una maestría espectacular, incluso con las decoraciones que dejamos los españoles en nuestros templos al estilo árabe. Toda una oportunidad para escuchar a un padre (algo que aconsejo de vez en cuando) para descubrir que el hombre no ha aprendido absolutamente nada desde hace 2000 años y que sigue siendo igual de corrupto en sus hábitos. Evidentemente, no se refería a los políticos, sino a nosotros los ciudadanos, según cuyas palabras muchos preferían callar antes de meterse en problemas. ¿A quién le suena esto a algo?
El hecho es, en este laberinto, hacernos la pregunta de dónde está el espíritu humano, si en soportar una pesadilla que nos imponen en forma de supervivencia o resiliencia, algo que ellos investigan porque no les cabe en sus cerebros luciferinos, o si en entender dónde está la prevalencia del verdadero valor de la vida y de la dignidad.
No sé si tú crees en Dios o si nos referimos a algo tan incomprensible que darle nombre es una osadía inútil, pero lo cierto es que el poco tiempo que escuché su discurso en medio de aquel templo dorado no sólo me relajó el alma, sino que me hizo entender algo muy importante: por más que vivamos en un cuerpo, que llamamos templo, tenemos el del alma y es precisamente ése el que las hordas enemigas y de Satanás nos quieren robar y destrozar, siendo éste el último objetivo desde hace siglos. Se puede decir, con total seguridad, que el objetivo siempre ha sido el mismo y que lo tienen muy difícil.
Una de las grandes lecciones de ciertas experiencias es descubrir que lo que consideramos importante deja de serlo, pasando a ser considerado así lo que antes desconocíamos, inclusive o que nos decían que era inexistente u objeto de ideas de locos. Es por ello que tener fe no es simplemente creer, no es tener la constatación de que nuestra alma se encuentra en nosotros. No. La fe exige esfuerzo, conciencia, trabajo interior, valor para enfrentar al enemigo al precio que sea, inclusive la misma muerte si es necesario, tal como hizo Cristo. Fuera de símbolos religiosos que a muchos les puede ayudar a entender esto, captar la esencia de estos hechos es el verdadero alimento porque, vuelvo a repetir, siempre, el estado ha querido engañarnos y ultrajarnos la felicidad, a través del desaliento, el pesimismo, la tristeza, el miedo, bajar la cabeza ante el más perverso, ignorante y zafio ser que nos podamos imaginar, permitiendo que nos diga qué debemos pensar. En ese sentido, la lucha es interna, la resistencia también, por si acaso, y el valor para hacerlo es de cada uno de nosotros y nace de nuestro interior, sin necesidad de buscarla en ninguna ideología absurda y delirante. Está ahí y no la vemos.
Esta idea, que puede parecer extraña, desconcertante, incomprensible (y ciertamente lo es porque cuando el alma siente lo que llamamos racional se convierte en la más perversa estupidez), es la clave para entender dónde reside nuestra fuerza. Se trata sólo de activarla y de permitir que juegue con nosotros para ver hasta dónde nos lleva en un mundo que es una alucinación de sin sentidos donde la mayoría juega peligrosamente a dejarse llevar por la corriente de la comodidad, ante tal dimensión y de tanta fuerza, a perseguir objetivos que no les dan felicidad alguna porque ésta no tiene nada que ver con lo material o, peor aún, a obedecer o callarse ante las injusticias, convirtiéndose en cómplices de todas ellas.
No es fácil darle forma al concepto porque sencillamente no la tiene. Cuando nuestros sentidos se abren a lo que está más allá de nuestras narices, pesimismos, preocupaciones, trajines de todos los días, dificultades creadas por el sistema y otras estrategias bien estudiadas por parte de los gestores de los asuntos demoniacos para que creamos que Dios no existe, el verdadero objetivo de estos fariseos salidos del mismísimo infierno, ya no pueden seguir con sus diatribas y lograr tirarlas al pozo del más profundo olvido se hace fácil. Un pueblo con estos principios no es controlable, piensa por sí mismo y, algo mucho peor, actúa por sí mismo, en base a la sabiduría humana.
Es por ello que temen al cristianismo, que introducen el islam en los colegios para que los niños hagan sus oraciones en clase o se puede atacar a Cristo, pero si lo haces con Allá te denuncian por odio y eres peligroso para el estado.
Depende de nosotros el curso de la historia, en estos momentos de tribulación, que en realidad son siempre los mismos, porque la lucha es muy desigual en sentido de que quien descubre su verdad y su esencia ya no cae más en la trampa. Esta lucha, que no es ni con armas ni con machetes, ni con odios ni con venganzas, es completamente desigual pues nuestro poder es muy superior al de nuestros enemigos, por más que intenten convencernos de lo contrario.
Basta entonces con tomar conciencia, llámese como se llame nuestra fuente de inspiración, pues los nombres no son más que urgencias subjetivas para no volverse loco ante semejante grandiosidad de conocimiento, para que acaben rindiéndose ante nuestros pies. Nuestro poder es verdaderamente infinito, ellos lo saben, pero muchos de nosotros lo ignoramos por completo y es precisamente esa capacidad lo que les quita el sueño.