Nuestra querida ministro de Sanidad (apodada cariñosamente MeMa), con su gesto serio frente a las banderas de España y la UE, nos ha anunciado un Proyecto de Ley de Alcohol y Menores para «prevenir el consumo, restringir aún más la venta y reforzar el límite a la publicidad». ¡Oh, qué heroína de la salud pública!
Según ella, el 56% de los adolescentes ha consumido alcohol en el último mes, y la solución es clara: más prohibiciones (prohibir, prohibir y prohibir), más restricciones, y, por supuesto, poner «la salud por encima de intereses comerciales». Qué altruista, ¿verdad? Pero, ¿de verdad es tan puro su corazón, o hay un toque de hipocresía que huele más fuerte que una botella de vino barato? Seguro que ella, inmaculada, no se ha tomado ninguna copa cuando era menor…
La ultraizquierdista, con su pasado como activista de la Marea Blanca, parece haber encontrado una nueva causa sagrada: salvar a los menores del demonio del alcohol. Pero, veamos el contexto con un poco de escepticismo (y un toque de sarcasmo). Mientras se dedica a demonizar la cerveza y el vino, resulta que sus políticas en otros ámbitos para los mismos menores son, digamos, un tanto contradictorias. Por ejemplo, la legislación actual, con la que MeMa, madre de tres hijos, está de acuerdo, permite a adolescentes abortar y cambiar de sexo sin el permiso de sus padres. Sí, pueden interrumpir un embarazo o redefinir su identidad de género sin que mamá o papá tengan voz, pero, ay, que no se les ocurra tomar una caña en un bar porque eso sí que es un peligro para la sociedad.
Las respuestas no se han hecho esperar, y no precisamente con aplausos. Muchos la acusan de «comunismo puro» por su obsesión con prohibir y restringir. Otros, más incisivos, le recriminan que, con un futuro «robado por imbéciles criminales y corruptas de cuota chochera», no es de extrañar que los adolescentes busquen consuelo en el alcohol. Y no les falta razón: si les permitimos decisiones tan trascendentales como abortar o cambiar de sexo sin supervisión parental, pero luego les prohibimos una cervecita, ¿no parece un poco… incoherente?
La hipocresía brilla aquí como una botella de champán en una boda. Por un lado, MeMa se presenta como la guardiana de la salud y la inocencia de los menores, pero por otro, sus políticas dejan a estos mismos adolescentes con una autonomía casi absoluta en decisiones que pueden marcar sus vidas para siempre, mientras los castiga por un vaso de sangría. ¿Dónde está la coherencia? ¿Acaso el alcohol es más peligroso que las implicaciones psicológicas, médicas y sociales de un aborto o un cambio de sexo sin guía parental? Parece que la «salud por encima de todo» solo aplica cuando conviene al discurso político de turno.
Y no olvidemos el dato curioso: MeMa no menciona cómo planea hacer cumplir estas restricciones ni cómo afectarán a la industria vitivinícola, tan querida en España, o al turismo, donde el vino y la cerveza son parte del paisaje. ¿Prohibiremos también las tapas con caña o las sangrías en las terrazas? Mientras tanto, hemos de recordar a esta señora que la Ley 15/97 sobre alcohol y menores ya existe por lo que debería centrarse en problemas graves y reales de salud que se están dando desde que se banderilleó a millones de jóvenes españoles. De eso no dice ni pío.
Así que, mientras MeMa posa con cara de preocupación y nos promete un mundo libre de alcohol para los menores, no podemos evitar preguntarnos: ¿de verdad está protegiendo a la juventud, o simplemente busca titulares y votos con una mano, mientras con la otra firma leyes que contradicen su discurso? Porque, sinceramente, permitir que un adolescente decida sobre su cuerpo o identidad sin supervisión, pero luego tratarlo como un niño incapaz de manejar una copa, es un nivel de hipocresía que ni el mejor sommelier podría descifrar. ¡Salud, MeMa… o no, mejor no, que está prohibido!
Tenéis toda la razón.De momento no prohíben la entrada de menores en las discotecas.Hay fiestas para adolescentes,en discotecas del PSOE claro está.
Las vacunas no las prohíben,ni entre menores ni entre ancianos.
Y la publicidad que debiera estar prohibida:la de los medicamentos sin receta,por lo visto genera muchos beneficios,con los que puede que se paguen sueldos a periodistas televisivos.
Primero fueron a por el aceite,y ahora a por el vino.