Un sinfín de falleras avanzaban, sobre las resbaladizas losas, al son de pasodobles y fanfarrias. El plástico que cubría sus trajes opacaba el brillo de los caros bordados. Por encima de sus cabezas, resonaba la voz del mantenedor, que decía: -¡Ahí tienes a la virgen, a tu madre, pídele lo que quieras!”- ¿Es posible que, entre tantas personas que lo escucharon, a ninguna se le ocurriera pedir que parara de llover?
¿Por qué la virgen montaría un diluvio en su día grande? ¿Por qué desluciría así el acto de la ofrenda? Esa sería una buena pregunta para iniciarse en el estudio de la consciencia (o conciencia), para comprender la diferencia entre la espiritualidad basada en creer (En la magia) y la que se basa en no-creer (En el empirismo, en la ciencia).
El problema es que, el creyente, suele evitar ese tipo de preguntas pues, de hacérselas, fácilmente podría llegar a la conclusión de que la virgen está enfadada. ¿Podría haberse molestado al ver, a esas falleras, haciendo ostentación de riqueza mientras, a pocos kilómetros, otros valencianos siguen luchando contra el fango y desfilando en las colas del hambre?
Cuando hace buen tiempo, no es extraño que, el creyente, lo atribuya al milagroso poder de la virgen pero, cuando el tiempo es malo, prefiere no atribuirle ningún poder pues, de hacerlo, le llevaría a preguntarse ¿Por qué la virgen utiliza su poder para perjudicar la fiesta? ¿Podría ser su forma de lamentarse, al ver como despilfarramos miles y miles de euros, que podrían servir para ayudar a nuestros hermanos damnificados por la riada?
Pero el creyente lo es, porque decidió, no recuerda cuando, evitar ese tipo de preguntas. Decidió no tener en cuenta todos los hechos sino solo los que cree que le interesan. Es así como evita el riesgo de cambiar de opinión en base a nuevos hechos y logra mantener su fe, a salvo de los hechos y en contra de los hechos, llegado el caso.
La cuestión es que, lo queramos o no, continuamente se producen hechos inesperados, a veces en forma de riada, y es muy importante, para la supervivencia de cualquier sociedad, saber adaptarse a la novedad. Si en caso de catástrofe, tuviéramos la suficiente flexibilidad mental, la catástrofe lo sería mucho menos pero, en nuestra sociedad abundan los creyentes y toda creencia produce rigidez mental.
Una sociedad flexible tendría la capacidad de movilizar ingentes cantidades de dinero para minimizar cualquier daño que pudiera producirse. Eso daría mucha tranquilidad a todos. Imagina si todos los fondos que se dedican a fiestas, pudieran movilizarse a favor de los ciudadanos que pasan necesidad. ¡El pueblo salvando al pueblo! Sería como tener un seguro de accidentes, sufragado por los festeros. Si hay médicos y bomberos ¿Por qué no festeros sin fronteras? -¿Y no sería una catástrofe para los hosteleros y para toda esa otra gente que vive de tales eventos?- No necesariamente. Podríamos hacer, al finalizar cada año, una macrofiesta, con el dinero no empleado en catástrofes. Esa sí que sería una fiesta alegre de verdad, pues el hecho de gastar el sobrante sería la mejor prueba de que en nuestro país nadie pasa necesidades, de que vivimos tranquilos todo el año. ¿Crees que las vírgenes y los santos harían llover si los humanos nos atreviéramos a hacer algo así?