La lógica de la política se parece cada día más a la de la inteligencia artificial, carente de principios morales, pero con otros de carácter técnicos y programados a ciertos objetivos, como si hubiesen introducido una serie de algoritmos para interpretar una serie de hechos, muchos de ellos cibernéticos y asociados al entorno de base, para justificar que ciertas decisiones son las mejores para el bien común, por encima del bien individual. Y es que, de tanto empeño en querer superar lo que llaman contradicción y estupidez humana, el planteamiento se vuelve tan lineal que se vuelve no sólo así, si no que roza el infantilismo superlativo. ¿Será por ello que la agenda es la misma en todos los gobiernos y no soporta a quien no la lleve a cabo? ¿Será por eso que hay tanto terror en lo que puede pasar en Francia el 7 de julio?
La verdad del sistema progresista, mal llamado así, es tan simple que roza lo paranoico. El análisis que se realiza de los hechos es sumamente superficial ya que no se examinan ni consecuencias, ni factores que lo hagan imposible, ni bien ni mal pues estos conceptos han de ser reprogramados para que acojan a la nueva lógica. Sus razonamientos han de superar marcos morales anticuados que consideran del siglo pasado. El discurso se vuelve lineal, sin emoción dentro del mismo argumento, de modo que éste deja de ser tal para convertirse en puro fanatismo dogmático. Bastan y sobran los ejemplos que no voy a nombrar.
Todo lo que le ataque sus fundamentos y los nieguen se considera de naturaleza directa, nunca implícito ni indirecto, sino a la misma yugular. Si tenemos en cuenta que sus argumentos son tan simples como injustificados, todo se convierte en un mero juego de niños, de adultos que han sido completamente infantilizados.
Yendo un poco más allá, en cuanto a los tipos de violencia, cualquier acción de naturaleza física que agreda a sus grupos protegidos (mujeres, LGTBI, corruptos, animales…) se considera un grave delito. Al ser de naturaleza débil que requieren de protección, cualquier lesión a su honor es igualmente considerado como un ataque directo, sobre todo si puede constituir un daño psicológico o emocional a personas que tienen la autoestima tan dañada que sólo la ideología de una secta puede hacerles crear la zona de confort, donde las creencias se convierten en bastones para caminar, pensar, sentir y actuar, así como interaccionar con el entorno sin perder la identidad, la cual, como se puede deducir, es completamente falsa y artificial. Lo más llamativo es que, del mismo que sus argumentos son simples, también lo son los de quienes agreden, representados en personas o grupos muy bien definidos.
Partamos de un planteamiento que aclara todo lo anterior. Sus premisas y conclusiones se plasman en un entorno organizado donde no hay aparentemente disonancia, sino que todos los argumentos están sesgados por el mismo absurdo. Por lo tanto, el argumento del atacante ha de ser igual de simple, bastando con negar lo que creen y decir que es falso. A modo de protección, ya tienen una lista de premisas por las que creen que su enemigos los pueden agredir ideológicamente, con lo que, cuando se presentan, simplemente se descalifican y se considerar estúpidos, tanto como sus vacíos argumentos. Sus arrogancias los conduce a ignorarlos, en un arte de desprecio por aquello que consideran inferior. No olvidemos que la estupidez en su grado supino es aquélla en la que la convierten en la originalidad de su supuesta genialidad y su conocimiento, de modo que les conduce a vivir en la más pueril de las fantasías.
Siguiendo los modelos de Joseph Goebbels, hay que identificar al enemigo para saber hacia a quién hay que lanzar el ataque, con características muy concretas y generales hacia el que osa desafiarlos. Nos referimos a la ultraderecha, que es el arco político que está a su lado, que defiende la cultura del cristianismo y que se opone a las ideologías globalistas, que vendrían a ser las tradicionales de la francmasonería. Por lo tanto estos sectores pretenden tener siempre la razón (algo que es imposible a todas luces de cordura); es más, el deseo de tener esa verdad supera incluso a la congruencia que la sustenta, es decir, cuanto más absurda sea, mayor será el fanatismo a la hora de defenderla, por pura compensación cognitiva entre la sensación de desconocimiento y desconcierto, así como el miedo a la falta de control sobre la situación de poder, y la necesidad de protección ideológica, que vendría a ser la urgencia de la identidad personal y espacio privado.
En esta tesitura, el fanático, no soportan ni el enfrentamiento físico ni verbal, que se manifiesta en actitudes que se interpretan de manera violenta como si fuesen insultos, ante la elevadísima sensibilidad o ausencia de piel. Como el atacado pierde el control en ese momento, al ser sacado de su zona de confort mental y emocional y ha de reorganizarse, siguiendo patrones ideológicos ajenos, que incluso les perjudica a muchos niveles. Es lo que ocurre cuando el sujeto se queda sin argumentos por una razón obvia: todo conocimiento parte de una estructura organizada para poder emitir juicios rápidos (para juzgar a otros, por ejemplo por sus opiniones), cuando la gnosis no es tal si no hay investigación y si no se averigua qué es la paja y qué es el trigo, qué es cierto y que no lo es, qué es útil y qué no, qué nos acerca a la estabilidad y qué al caos. Por lo tanto, no es para nada una tarea fácil ni cómoda y eso es lo que no soportan las posiciones ideológicas cómodas: el esfuerzo o simplemente pensar con algo de cordura.
Por eso, ante el caos sus discursos no sirven, a menos que se dediquen a censurar a quienes les quiten el sueño y los desarman por completo. Mas, ante la necesidad de arrojar sus discursos y supuestas verdades oficiosas y autorizadas por la mal llamada y manipulada ciencia, ante el desorden, ante los largos discursos, ante los argumentos eternos, ante las justificaciones en una profundidad tan elevada que su capacidad de discernimiento se vuelve imposible (pues están habituados a pensamientos simples), sucede la derrota de sus discursos discriminadores, al caer en la confusión porque son incapaces de hilar de ninguna manera. Es más, la resistencia en este discurso pétreo y muy resistente, les hace tanto daño que no es terreno seguro, por lo que estar en tierras ajenas es lo que menos quieren en esa tesitura. No podemos olvidar que lo hay detrás de esas posturas absolutistas, aristocráticas y con tanto auto bombo es pura cobardía pues se niegan a cualquier debate, a preguntar qué piensa el enemigo, porque eso les produce tanto, tanto terror, que prefieren actuar por detrás de manera completamente hipócrita para asestar el golpe cuando menos se espera porque, sea dicho de manera muy clara, tienen en sus venas la sangre de venganza y la revancha.
Del mismo modo que ellos utilizan la psicología inversa contra nosotros, para crearnos el miedo con el que se alimenta el pensamiento de la mal llamada izquierda, que no es más que la máscara de la ideología fascista para imponernos su dictadura, nosotros, los rebeldes, los librepensadores, los que defendemos nuestras posturas porque forman parte de nuestra dignidad como auténticos seres humanos que no se dejan de manipular por cantos de sirenas, hemos de sembrarles sus mentes, llenas de caos, con más desorden y confusión, largos artículos como éste donde los que deseen censurar se perderán, pues ellos van al grano como justificación de sus actitudes intolerantes.
La agenda 2030 es una guerra psicoemocional, no nos sigamos engañando. Para ser derrotados no hay más que caer en sus engaños, chantajes y coacciones, para ser sembrados de las emociones tóxicas con las que se alimentan (como hacen lo que ya sabes, por pura deducción). Si somos capaces de mostrarles el bello jardín de nuestro armonía y su brillo, si aprendemos a desafiarlos con la contundencia, la fortaleza y el amor, eso a lo que tanto temen, sus argumentos caen por sí solos, aunque para ello haya que salirse de la tribu que han creado para nosotros con todas las comodidades posibles, en una dimensión aparte y toda la complejidad en la que, cada uno de nosotros, investiga todos los días y cambia su paisaje a diario, para su propio desconcierto, miedo, confusión y falta de argumentos.
Ésta es nuestra arma de guerra.
Es como un eterno juego de rol,como vivir una continua pesadilla.
Por aquí por Valencia ningún médico sigue la ley,quizás por desconocimiento,ni aunque les ogligue la ley obedecen a nada.
Tampoco es de extrañar cuando el Gobierno tiene una churrería de leyes,sacando varias al día,imposible conocerlas todas.
Ni los médicos…ni los políticos…ni nadie cumple la ley,por qué la única ley que existe es meterse a currar como funcionario público,y tener la vida resuelta.
La cantidad de cosas, conceptos, matices, grados, hechos, eventos y sutilezas que un «progre» no entiende es masiva. Ahora los jóvenes más «despiertos» han acuñado el término NPC (non playable character) para referirse a esa gente que vaga por el mundo en ese estado, como los personajes de relleno de los videojuegos.
Por eso estamos con un pie y medio en el infierno. Y efectivamente, cortocircuitarlos hasta que acaben desactivados por su propia incapacidad es el camino.
Un día en twitter había una catalanista «progre», defendiendo a la mafia del open arms y uno de sus patéticos montajes melodramáticos, dijo: ´
– el españolito promedio, racista y fascista blablabla.
Le pregunté tranquilamente:
– ¿y el argelino promedio cómo es?.
Y me bloqueó ipso facto. Eso sí, el chisporrotazo en su cerebro lo pude oír desde mi casa.
Ojalá la IA se basara en «justificar que ciertas decisiones son las mejores para el bien común, por encima del bien individual». La IA ha sido programada y se le ha dicho previamente que una plandemia = epidemia que el aumento de la producción humana de CO2 es malo para la Biosfera y otros puntos básicos científicamente erróneos para que, una vez aceptados, el bien común coincidiría con los objetivos de la minioría Illuminati y, por tanto, que la masa goyim ha de ser «reducida» y transhumanizada la superviviente.
La IA es el gran instrumento de manipulación y genocidio de la Humanidad.