sábado, noviembre 23, 2024
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Las grandes plumas de la historia

Cuando Miguel de Cervantes escribió el Quijote, una de las obras maestras de la literatura universal, ejemplo del valor, de la autenticidad, de la importancia de la valentía y de las actitudes humanas, nos lo podemos imaginar sentado en una mesa, a la luz de una vela, empleando una pluma con un adorno de ave, mojando la punta en la tinta oscura, dejando su pasión, sus palabras, su sabiduría y su gran experiencia, hasta que hizo su sueño realidad, al principio no con mucho éxito, pero posteriormente con el reconocimiento mundial por su genialidad.

Y es que una pluma servía para condenar a alguien al Santo Oficio de la Inquisición como para escribir esas hermosas obras del siglo oro español.  Es, por ello, la intención de quien la utiliza la que lanza el mensaje a todas aquellas personas que van a leer, incluso entre líneas, lo que desea contarnos, muchas veces con palabras encubiertas. La firma es también una declaratoria, un acto de conformidad y acuerdo, como cuando rubricamos un contrato y aceptamos unas condiciones.

Una de las prerrogativas del rey Felipe VI es la firma de lo que se aprueba en el parlamento español. Afortunadamente, como no estamos en una república (como muchos quieren y anhelan, idealizando aquellos turbios y desastrosos años de la segunda, de 1931 a 1936, cuando el asesinato de Calvo Sotelo provocó la guerra civil). Seguro que Pedro Sánchez sueña con ser quien les ponga su maravillosa firma para que su santa voluntad sea ley, aunque no le beneficie nada más que a él, al estilo de los dictadores de la talla de Kim Jong Un, de Corea del Norte, o Xi ming de China, ambos muy democráticos, comunistas y muy conscientes de su patria y sus habitantes, aparte de ser todos ellos muy progresistas, para lo que les conviene, mientras en otros aspectos nos retrotraen a la edad media y al época de los siervos.

Cuando Pedro Sánchez fue elegido presidente del gobierno, gracias al pucherazo de Indra y el fraude con el voto por correo, ya sabía que tenía que prostituir las leyes como lo hacían los clientes en los negocios de su suegro, algo a lo que está muy acostumbrado. Necesitaba los votos de un fugitivo de la justicia española, de todo su grupo, un total de siete para estar cuatro añitos más en la poltrona para así cumplir las órdenes de Hilary & Company, de modo que había que amnistiar como fuese a semejantes joyitas, y como era lo único importante y es lo único que lo justificó, se vio obligado a cumplir su promesa porque, de lo contrario, la patada en el trasero era más que evidente, sobre todo por parte de gente tan meticulosa, exquisita  calculadora y exigente como Puigdemont y su equipito de ambiciosos admiradores. El PP, o el PSOE azul, en vez de parar toda esa locura y rechazar el paso en el senado, algo que podría perfectamente haber hecho (no sé a cambio de qué no lo hizo o qué clase chantaje le habrán ofertado a Feijóo), la desechó, pero tres meses después el congreso de diputados levantó los vetos legales (que no eran pocos), y la aprobó. Pero no significa nada, porque nuestros pocos preparados dsiputados pueden sacar cualquier estupidez que se les pase por la cabeza, sin que el pueblo pueda hacer absolutamente nada, ni tan siquiera los que se opongan. Así es la falsa democracia, derechos para que el que jode y obediencia para quien ha de obedecer a sus amos.

Pero se les escapó un detalle. Felipe VI sanciona las leyes y permite que se publiquen en el BOE y se apliquen de manera consecuente, según la constitución de 1978. Mas, algo sucede con la ley de amnistía que ni el mismo monarca parece no estar muy seguro. No sé si es que el pueblo se le echaría encima con justa razón ante los abucheos que ha visto que ha recibido el presidente del gobierno, totalmente vergonzosos, y los vivas que el tiene como jefe del estado, lo cual pone a su corona en la picota. Porque, digámoslo claro, una figura tan importante como Felipe VI, de firmar ese excremento, se vería tan ensuciado como Carlos IV el cual cedió para que Napoleón atravesara España para invadir Portugal, cuando lo que hizo fue convertirnos en una colonia más de su imperio europeo, un acto tan denigrante que aquéllos que recuerden esa figura histórica han se sentir auténtico asco.  De ser así, el rechazo a la monarquía borbónica sería tal que se consideraría, con justa razón, que Felipe VI y su familia son una carga para los españoles, los cuales verían como ni tan siquiera defiende adecuadamente sus intereses, siendo una institución, digámoslo claro, que chupa del bote y que se evita todo tipo de problemas.

A pesar de que las sombras de sospechas sobre la monarquía son ya de por sí excelsas (el pin de la agenda 2030, la recepción de Zelensky, su aquiescencia con la reciente reunión del Club Bilderberg en Madrid y toda la hoja de ruta rocambolesca, grotesca y sin remordimientos para imponernos la dictadura, la esclavitud y la miseria a los españoles que pagamos y cumplimos las leyes), parece que el rey ha tomado conciencia del peligro que unos sean amnistiados por sus crímenes y a otros nos caiga el terrible peso de la ley, tan terrible como el favoritismo de quienes salen de rositas por órdenes del sátrapa de turno, e intuye que muchos españoles no lo van a aceptar de ninguna manera y es el ya el colmo del descaro por parte de quienes han perdido todos sus principios, porque los ciudadanos no han sabido poner a estos sujetos en el lugar de la historia que merecen.

Han pasado cuatro días, los partidos de izquierda tiemblan patas abajo, Pedro Sánchez se revuelve en el fango de su propia e insoportable impotencia (bienvenido Pedro, al club de los mortales), así como aquéllos que no lo visitan a su Majestad en los actos oficiales porque desprecian la monarquía. Caso de no lo firme, sería la justa venganza, el pago merecido a quien da el plante al jefe del estado, expuestos a la ley y a los procesos penales que les esperan, incluso a los que están tan relajados, como nuestro presidente, tiempo al tiempo…

Así, mientras su Majestad está de viaje por aquí y por allá, con los enemigos de Pedro Sánchez, dándose abrazos, el sátrapa está que sufre por los cuatro costados, preguntándose cuándo firmará su última genialidad, moviendo la pluma por encima del papel recibido por parte de Armengol, manchando las palabras soeces con tinta imborrable, mientras no dice absolutamente nada. Algo debió aprender de su padre Juan Carlos, el cual, de manera clara, silenció a Chávez, aunque Felipe lo hace de manera cruel y silenciosa, deshojando la margarita para ver si se les da la gracia a los delincuentes y amiguetes de Pedro o no. ¡Qué impaciencia y crueldad para los progres!

Es así como una pluma se puede reescribir la historia. Si finalmente Felipe los manda al carajo (que es lo que debería de hacer), a Pedro Sánchez no le quedan ni dos telediarios, eso sí, antes de eso estaría en un estado de nervios tan insoportable como los que suele tener cuando sus caprichos de rey Sol no se ven satisfechos, apañaría otro chanchullo para seguir en el cargo sin necesidad de amnistiar a nadie y tendría que convencernos de que es el único líder que merece la pena, lo cual se le antoja tan difícil como demostrar que su esposa no ha trincado de los fondos europeos, a tenor de las pruebas y las investigaciones que incluso se hacen desde Europa, o que sus medidas son las mejores para salud mental de los españoles.

Es ese baile mágico de pluma viene y pluma va lo que ahora está en el aire de la Moncloa, no sea que se clave en su despacho y nos borre la memoria sobre tan inmundo presidente, aunque eso es para otro cuento.

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