Por Alfonso de la Vega
Entre los que aún no han perdido la capacidad de maravillarse por lo que hoy acontece ha causado cierto escándalo el aplauso de los obispos españoles a la legalización de invasores que han violado la legalidad vigente. Ya casi nadie hace lo que se supone debe hacer en relación a sus responsabilidades.
Estamos asistiendo al desmoronamiento de todo un universo de valores y realizaciones, sistemas o grupo de sistemas. Es el dominio de la mentira, de la demagogia, de la simulación, de la ficción, del tente mientras cobro la onerosa mordida. Personajes e instituciones hacen lo contrario de lo que debieran acorde a su posición o razón de ser institucional. Se está llevando la mohatra al más alto nivel artístico que contemplaron los siglos. La Monarquía falla más que una escopetilla de feria en la defensa de los pretendidos valores constitucionales fundamentales.
Pero si la politeia borbónica se muestra con un grado de deterioro ya apenas salvable lo que aún se entiende menos es la inopia de la sociedad civil española o lo poco que queda de ella tras medio siglo de Monarquía. No reacciona ni ante los mayores atropellos que ponen en grave riesgo su supervivencia futura. Es paradójico que cuando más se llena la boca de sostenibilidad, más difícil resulta que pueda mantenerse debido las políticas corruptas o necias de los dirigentes. La llevan al matadero y sonríe con «la sonrisa del necio que muestra la grandeza del Tao«.
La primera noción en Teoría de Sistemas es que hace falta una frontera, muro, límite o membrana para identificar o distinguir el sistema de lo que no lo es. Y que sin ella no es posible crear organización, orden, economía ni metabolismo intramuros, de modo que dicho sistema se ve abocado a desaparecer. Esto lo mismo vale para una célula, un organismo, una máquina, una civilización o una nación con Estado. Un problema tremendo de actualidad es la inmigración ilegal o violenta, invasiones que vulneran el derecho nacional a la integridad de las fronteras.
Y no sólo se trata de recursos disponibles intramuros y de su gestión razonable y sostenible. Puede ser mucho más grave según la identidad de los invasores. Unos son procedentes de Hispanoamérica, más o menos afines en lengua, cultura o religión, y por tanto teóricamente integrables siempre que se mantenga la cosa en cantidad razonable y mantengan buena conducta, pero otros pertenecen a civilizaciones hostiles que declaran resultar incompatibles con la nuestra. Se quiera o no se quiera, no hace falta recurrir a Lepanto o a la Reconquista para reconocer que el Islam históricamente siempre se ha considerado enemigo de Occidente. El propio Papa Benedicto XVI recordaba estas cuestiones en su famosa conferencia de 2006 en la Universidad de Ratisbona que tantos problemas le causara con la siniestra oligarquía globalitaria y sus secuaces.
El penúltimo disparate, por no llamarlo traición o felonía, es la legalización de medio millón de los invasores que en número creciente sirven al siniestro Plan Kalergi de sustitución de la población europea blanca cristiana y contribuyen a destruir la convivencia ya bastante deteriorada por la Agenda 2030. Se están colando impunemente gentes, muchos de ellos en edad militar, que pueden dar lugar a una peligrosa quinta columna en caso de conflictos abiertos con nuestros enemigos tradicionales o aprovechando la preocupante desestabilización de la situación europea. Y aunque así no fuese en el caso español ya tenemos bastantes problemas de paro, desarraigo, pobreza inducida o delincuencia para crear nuevos guetos de marginalidad más o menos criminal.
Una de las cuestiones desde un punto de vista organizativo e institucional que más llaman la atención es la sucesiva colocación en puestos clave de personajes encargados de neutralizar, sabotear o desbaratar el sistema desde dentro. Así por ejemplo, entre otros: Bergoglio sustituye inopinadamente al Papa Benedicto XVI, Felipe y Letizia al rey don Juan Carlos, ZP a Aznar, el doctor falsario a Mariano… Y si es verdad lo que se asegura en muchos medios internacionales, mediante pucherazo Biden a Trump, Lula a Bolsonaro, o promoviendo “primaveras” golpistas o incluso atentados de falsa bandera o guerras posmodernas mediante subcontratas…
Una variante o segunda derivada de ello, aunque acaso de menor importancia relativa en estos momentos, sea la desprestigiada Conferencia Episcopal Española que ha colocado como Presidente a un santo varón socialista procedente de las filas del eurocomunismo de Santiago Carrillo y hoy de la propia cordada izquierdista bergogliana. El socialismo coloca otra de sus piezas en un puesto relevante, en otra muestra del actual deterioro moral e intelectual de la Iglesia. Si se permite un poco de memoria histórica para mejor comprensión de lo que sucede cabe recordar que se trata de una institución que fue salvada gracias al general Franco del exterminio perpetrado por los socialistas y afines con miles de cobardes asesinatos. Un general Franco condecorado por esta acción con la máxima distinción pontificia otorgada por la Iglesia Católica durante el siglo XX: la Suprema Orden Ecuestre de la Milicia de Nuestro Señor Jesucristo, también conocida como Suprema Orden de Cristo. De modo que o bien en su momento la Iglesia prevaricó al concederla por los servicios prestados al Cristianismo o bien lo hace ahora al no defender su memoria. Pese a esta realidad histórica, el Presidente de la CEE en una muestra de ignorancia o ingratitud con quien les había salvado confesó tener un pasado de militancia política antifranquista. Así lo explicó tras ser nombrado arzobispo de Valladolid en junio del 2022. Colaboró con el PSOE en las primeras elecciones municipales que ganó el partido socialista, en 1979. Cabría esperar que al menos actuara como la virgen prudente que vela pues no sabe ni el día ni la hora. Pues la verdad, no lo parece.
La tradición católica es otra que la del socialismo agendista globalitario de casi todos los partidos. El Catecismo «reconoce a los Estados el derecho a limitar la inmigración, en pro del bien común. Y a poner requisitos legales al inmigrante” (requisitos que por cierto los que se quieren regularizar han violado). El Papa Benedicto XVI también había recordado que «los inmigrantes tienen el deber de integrarse en el país de acogida, respetando sus leyes e identidad nacional».
Se entiende que el globalitarismo agendista coloque a sus peones títeres en una posición donde puedan hacer daño. Se entiende que la Iglesia en la práctica mantenga sinergias con las mafias de tráfico de gentes y se beneficie con varios tenderetes de ayuda al invasor, una gusanera que engorda no con milagros sino con nuestros impuestos y que algunos estudios estimaban en 243 millones de euros en 2022 para alguno de sus chiringuitos. Pero tras la ingesta de la plácida y suculenta montanera otoñal desgraciadamente suele llegar el correspondiente San Martín. De modo que pese a tanto «buenismo» suicida o hipócrita o interesado no se entiende la ceguera de aplaudir nuevos efectos llamadas para que ingentes masas de mahometanos invadan España. No se debería tentar tanto a la suerte. Lo mismo no se repite otra vez una oportuna figura histórica que libre a Sus Ilustrísimas bergoglianas y a sus desprotegidas ovejas a su cuidado de un posible futuro degüello mirando a la Meca.
Sin embargo, el Parlamento europeo ha aprobado el Informe Buxadé, eurodiputado de VOX, para identificar, registrar y controlar inmigrantes ilegales. Supondría una forma de control de ilegales, pero viendo lo que estamos viendo ojalá que no se utilice de modo diferente al pretendido, y contra la propia población europea.