viernes, noviembre 22, 2024
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La industria alimentaria contra los alimentos ecológicos, a favor de los transgénicos y de las trampas en el etiquetado

Las normas adoptadas por el Códex Alimentarius para los transgénicos (GM) datan del 2003, y se hacen cumplir a través de la Organización Mundial de Comercio. Pero las normas sobre los alimentos genéticamente modificados se están ampliando continuamente y cada vez son más restrictivas.

Estos textos sirvieron para que Estados Unidos, Canadá y Argentina ganaran un pleito que sostenían contra la Unión Europea, a la que se acusaba de estar aplicando una moratoria en la aprobación e importación de alimentos que incluían productos transgénicos. Todos los países que pertenecen a la Organización Mundial de Comercio están obligados a importar productos transgénicos. Pero, además, los países citados, Estados Unidos, Canadá y Argentina, luchan para que en el etiquetado no se obligue a los fabricantes o exportadores de alimentos genéticamente modificados, a revelar que hay presencia de transgénicos. Esto nos suena a política de Bayer/Monsanto. Nos hace recordar la prohibición a los fabricantes de leche, de poner en el etiquetado que está “libre de la hormona del crecimiento recombinante bobina”. Es decir, estas mafias –porque no se les puede llamar de otra manera— trabajan contra el consumidor. Si este compra, por ejemplo, salsa de soja, no aparecerá en la etiqueta que es soja transgénica. El fin es el engaño. Son conscientes de que los consumidores, poco a poco, van conociendo las consecuencias de los transgénicos.

El interés de las empresas biotecnológicas en imponer semillas transgénicas –aparte de otros motivos—, es que estas pueden patentarse, cosa que no ocurre con las semillas naturales; y ello supone  grandes beneficios económicos a medio y largo plazo.

Pongamos como ejemplo el problema de la patata, con la polilla “importada” de , que ha infestado nuestras tierras del noroeste de España, con la consiguiente prohibición de sembrar o el “sinvivir” por si llega la orden de arrancar lo sembrado. Muchos campesinos ya no están cultivando  para no correr el riesgo. Hagamos la pregunta de rigor: “¿A quién beneficia?”.  No tenemos datos, pero estamos por asegurar que dentro de muy poco tiempo aparecerá milagrosamente la patata transgénica que “salvará” a los agricultores de la polilla.

Hay que hacer constar que varias de las empresas implicadas en la industria biotecnológica, como Monsanto, Bayer o BASF son también farmacéuticas y fabricantes de productos químicos. Por tanto, es fácil deducir a quién beneficia el Códex.

Aditivos alimentarios

Son los famosos E, que vemos en las etiquetas de los productos. Un comité del Códex se encarga de establecer qué aditivos se utilizan y los límites máximos permitidos. En la actualidad hay alrededor de 300, entre naturales y sintéticos. Ninguno de ellos mata, pero eso no quiere decir que sea inocuo a medio y largo plazo, sobre todo, si se combinan unos con otros. Sin embargo, el Códex no presta atención a esto, como tampoco a que muchas personas son alérgicas a ellos, o a que otras sufren diversas dolencias. Tampoco tiene en cuenta los estudios que indican su incompatibilidad con la salud humana o su característica de carcinógenos.

Y, nuevamente, salen a relucir los intereses. Los aditivos son fabricados por las mismas empresas y químicas, propietarias de semillas transgénicas, que presionan para que se prohíban los complementos vitamínicos. Muy sospechoso.

Plaguicidas benditos

Otro comité del Códex, constituido en 1966, controla el uso de plaguicidas y establece los límites máximos. Esto sí que es una falacia. Anthony Taylor lo resume en estas palabras: “Considerando que muchas de estas peligrosas sustancias químicas son fabricadas por empresas farmacéuticas y químicas, no es difícil imaginar que su uso generalizado tiene para estas industrias un doble beneficio financiero: tienen el potencial de aumentar el tamaño del mercado de medicamentos patentados empleados para el tratamiento de las enfermedades provocadas por su consumo prolongado, y la rentabilidad generada por dichos medicamentos”. Son ya de dominio público las muertes y enfermedades causadas por el abuso de estas sustancias. Incluso están naciendo niños con sexualidad anómala, causado por estas plagas químicas.

Alimentos ecológicos

De todos es sabido que comemos mucho veneno: alimentos con aditivos cancerígenos, metales tóxicos, hormonas, antibióticos, plaguicidas y los transgénicos camuflados. Daba la impresión de que los productos biológicos o ecológicos eran una isla en medio de los contaminantes. Y es así en cierta manera, aunque no tanto, y a saber por cuánto tiempo, conociendo el modus operandi de las voraces industrias de la alimentación y la salud. Lo ecológico no escapa al control férreo del Códex. Pero no como supervisión, para que se cumpla lo que el consumidor cree que está comprando, sino en su contra. El Comité sobre Etiquetado de Alimentos del Códex pretende contaminar la isla de lo biológico con normas que permitan el uso de sustancias peligrosas para la salud, como el etileno, un gas utilizado para madurar artificialmente las frutas y verduras en tránsito; o aditivos como la carragenina, asociada según los estudios a las úlceras intestinales y a tumores cancerosos, el dióxido de azufre, el nitrito y el nitrato de sodio, potentes carcinógenos y posiblemente responsables de la hiperactividad infantil. Con la incorporación de estas directrices –y otras que se irán admitiendo debido a la presión de los representantes de la agricultura no ecológica—el Códex colocaría casi a la par, los dos modelos de cultivo, producción y procesamiento.

Estamos hablando de una jugada diabólica perfecta, donde el perdedor es el consumidor. Al admitir en la producción biológica la inclusión de estas sustancias dañinas, los profesionales de la agricultura intensiva –con plaguicidas, fungicidas y demás contaminantes—podrían acercarse al mercado ecológico, e incrementar el precio de sus productos –los alimentos bio tienen precios más altos—sin cumplir con la mayor parte de las premisas y exigencias. Se trata de favorecer los dividendos de la agricultura no ecológica en detrimento de los cultivos alternativos sin química.

Pero el tema económico hay que analizarlo desde más atrás. Veamos los siguientes planteamientos: La agricultura ecológica no utiliza el racimo de químicos de la agricultura intensiva, léase, plaguicidas, fungicidas, fertilizantes, abonos foliares y otros compuestos a cual más dañino. Eso supone tremendas pérdidas a los fabricantes de estos venenos. Pero hay más: La agricultura ecológica, al estar desprovista de estas sustancias indeseables y contener mayor porcentaje de micronutrientes, mantiene y restablece la salud de los consumidores. Esto es, los dividendos de las farmacéuticas merman. Es un claro conflicto de intereses que podemos resumir así: a más productos ecológicos, más nutrientes, menos químicos tóxicos y más salud. Consecuentemente, menos enfermedades, menor ingestión de medicamentos, y menos ingresos de las industrias agroquímica, transgénicos y farmacéuticas; que, para mayor coincidencia, los dueños son los mismos.

Una vida sana perjudica lo que se ha dado en llamar “el negocio de la enfermedad”. Posiblemente más de un lector acabe de caerse del guindo. Si es así, felicidades. Nunca es tarde para despertar.

Magdalena del Amo
Periodista, psicóloga, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.
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1 COMENTARIO

  1. El Gran Reseteo es también una Gran Involución. Los agentes de los Illuminatis están cambiando las legislaciones para glorificar al mal y demonizar al bien, a la mentira y la verdad, la desigualdad y la igualdad, etc. No les faltan sicarios vendidos ni borregos dfescerebrados

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