‘Caso mascarillas’. Caso «banderillas»

Artículo escrito por Ana Tidae

En el año 2020 los políticos ordenaron a la población permanecer encerrada y aislada en sus casas, mantener una “distancia social” de varios metros entre personas, cubrir sus vías respiratorias con unos trapos que debían comprar por docenas, ir a comprar alimentos con guantes, una sola persona autorizada por vivienda vigilada por la omnipresente  policía -en plena huelga ávida de celo como jamás la hayamos visto- para que no osase dar un paseo siguiendo otra ruta oxigenante, untarrajeados de un hidrogel viscoso repleto de sustancias cancerígenas,  con aforos en las tiendas que obligaban a la gente a quedarse a la intemperie en la calle, clausura de trabajos “no esenciales” que acabaron en quiebra, desinfección obsesiva compulsiva de superficies, etc  Observado y denunciado que dichos políticos al principio se mostraban en su trabajo “esencial” sin los bozales que exigían a la plebe, terminaron por ponérselos, al menos para las cámaras. 

Tras varias semanas de tal tortura a los estudiantes se los hizo volver a los centros escolares, pero manteniendo bajo las agrias órdenes de un profesorado aterrorizado y amargado unos llamados “grupos burbuja” según los cuales los niños y adolescentes sólo podían interactuar en pequeños grupos no intercambiables alejados de los otros grupos, y seguir estúpidas flechas en el suelo (que el virus también obedecía, disciplinado en el espacio). Llegado el verano y con muchas ganas de irse de vacaciones, los políticos levantaron el confinamiento pero dejaron a los españoles con un insultante toque de queda “sanitario” (ya saben, el virus Drácula, disciplinado también en el tiempo, que dormía de día y atacaba de noche) y la obligación coercitiva de seguir con el bozal incluso al aire libre a 40º en medio del monte. Y aforos, y prohibición de estar en el interior de los bares, y demás mamarrachadas imposibles de olvidar. 

Mientras los españoles obedecían – o desobedecían, a un alto precio- esas demenciales, perversas, tiránicas, tavistokianas y caprichosas medidas “basadas en siensia” (de la tía Hortensia), personajes como Ábalos o el Tito Berni celebraban sus habituales festorros con prostitutas y sustancias. No se me ocurre mayor transgresión de la medida “sanitaria” de la “distancia social” y los “grupos burbuja” que encerrarse con unas chicas recién elegidas en un catálogo para restregarse sudodoros y tomar cositas de las mesas. Sólo se puede colegir, como ya sabíamos en todo momento los que permanecimos despiertos y conscientes de estar padeciendo un salvaje ataque terrorista estatal, mediático e institucional, que dichos “responsables políticos” eran plenamente conscientes de no estar corriendo ningún riesgo. Su nulo pavor a “contagiarse” quedó plasmado también en la famosa fotografía de Fernando Simón, el gran experto en pandemias, con los codos apoyados despreocupadamente en una caseta de alquiler de tablas de surf en Portugal, adonde se fue para tener unas vacaciones en condiciones alejado de las medidas aberrantes y psicotizantes que nos había dejado en España. O en otra fotografía, la del filósofo ministro de Sanidad en el andén del AVE, como única persona del lugar que iba sin la mascarilla. O el inefable Revilla cazado en el reservado de un restaurante fumando puros cuando la hostelería estaba cerrada para el infecto vulgo. O la incalificable Armengol pimplando botellas en horarios del “toque de queda”.

He leído en alguno de los medios que están cubriendo el pufo multimillonario de los bozales cierta sorpresa por la rapidez con la que empezó a funcionar la “trama Koldo”, según las fechas de declaración de pandemia y las fechas en las que se empezó a soltar pasta gansa a los contratados a dedo para comprar cantidades ingentes del trapo vil. Tal rapidez se intuye más relacionada con una información privilegiada previa a la “pandemia” que con una impecable pericia de gestión empresarial. La INNECESARIA y forzada venta masiva de mascarillas no sólo sirvió para enriquecer obscenamente a todos los implicados de la trama en dinero negro, sino que el desgobierno también babeaba con los ingresos por impuestos aplicados a ese artículo.  Se negaron en redondo a bajar el IVA de las mascarillas del 21% al 4% y recurrieron al veto parlamentario para rechazar la petición de Ciudadanos de aplicar tal rebaja, y además adujeron como de costumbre que lo hacían por normativa europea, lo que poco después se demostró que era falso. Los bozales, causantes de daños a la salud física, a la mental y al desarrollo de los niños, se estiraron al máximo en el tiempo con la pretensión de que hubiesen “venido para quedarse” como muchos canallas tuvieron el descaro de declarar, hasta que unos pequeños grupos de la sociedad civil acorralaron a las “autoridades”, incapaces de seguir vendiendo el humo y la mentira de los informes de “expertos” que jamás pudieron presentar, al no existir ni poder existir.

Por lo tanto el meollo del llamado “caso Koldo” o “caso mascarillas” no es sólo el enésimo caso de desfalco y saqueo de las fétidas mafias disfrazadas de partidos políticos que padecemos los españoles. Y lo grave no es, como resaltan ofendidos los medios oficialistas, que la trama se enriqueciera “en plena pandemia”, “mientras la gente moría”, o “después de haber organizado el 8M”, que es la inmoralidad que resaltan manteniendo la óptica de la “pandemia horrorosa”. Lo sangrante es, como resulta obvio y debería resultar cristalino a estas alturas hasta para el más obtuso de los covidianos, que todo estaba basado en mentiras. Se enriquecieron y nos empobrecieron a costa del sufrimiento, el miedo, la salud y el bolsillo de los españoles a partir de un colosal engaño que fueron protegiendo, parcheando y estirando cuanto pudieron.

Y ahora, donde pone mascarillas, ponga usted la igualmente innecesaria vacuna. Si la mentira y la corrupción ya se muestran inocultables como una erupción purulenta, ¿puede alguien creerse que todo lo que rodea a la compra e imposición ansiosa de los viales (“por lo civil o por lo militar”) no responde al mismo exacto patrón de fraude, codicia, mordidas y pillaje multimillonarios? La diferencia es que la mascarilla, con la salvedad de quienes murieran de una neumonía por un mal uso que además se computaría como “covid”, al final todo el mundo pudo quitársela. Pero con la “vacuna” hay un 90% de españoles que confiaron en las “autoridades”, en los periodistas e influencers vendidos, y en personajes infames como Illa, Simón, Darias, Sánchez, Armengol, Ábalos o Revilla que ya nunca van a poder retirársela. Decía una mujer socialista cuestionada a pie de calle sobre el rosario de mentiras de su líder, con el característico destello soberbio en los ojos del reptil que defiende su conquistada posición de privilegio, que la mentira es un concepto religioso. Pues nada, espero que lleve cinco dosis de conceptos religiosos.