viernes, septiembre 20, 2024
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Los Reyes magos ya están junto al Portal

Artículo de Alfonso de la Vega

Dentro del Arte sagrado la iconología de los Nacimientos o Belenes puede considerarse una variante menor con sus figuritas típicas, pero que despierta en el observador todo un mundo de emociones, muchas de ellas recuerdos nostálgicos de la infancia, de una suerte de inocencia habitualmente lejos de los problemas de los adultos. Una inocencia que hoy está siendo atacada.

A lo largo de la historia el misterio de la Navidad ha sido recogido con expresiones estéticas muy variadas. Unas son abstractas, otras vinculadas a fenómenos astronómicos, con mayor o menor apoyatura en los relatos evangélicos de San Mateo o San Lucas. Relatos que no dejan de ser, hasta cierto punto, más contradictorios que complementarios como luego veremos.

A falta de certeza sobre la verdadera fecha y circunstancias del nacimiento de Jesús los primitivos cristianos asociaron la navidad al nacimiento del sol, tras el solsticio de invierno. Siguiendo la estela de la conmemoración del Sol invicto, y del mitraísmo de los que toman los primeros atributos iconológicos. De modo que a veces, salvo por el contexto, pueden resultar indistinguibles. Formas de esta concepción aún pueden observarse en algunos frontis de libros cristianos incluso del siglo XVIII como el que reproducimos de una edición alemana de Raimundo Lulio. En ella se asocia a Jesús con el fuego causado por un rayo solar concentrado en un espejo, que sería el vientre de la Virgen María. Una sugestiva analogía con resonancias de los Vedas y su culto al Fuego.

También se habían tomado otras representaciones de la maternidad divina de culturas anteriores en las que se puede observar una gran semejanza iconográfica con la maternidad sagrada del Cristianismo.

Así, por ejemplo, la hindú Devaki y Krhisna. Alguna variante de la budista Kuan Yin, sugestiva figura arquetípica de la compasión. O la babilónica Semiramis y Tamuz o la más conocida egipcia de Isis y Horus, por citar solo algunas de las más conocidas entre las diosas madre de la Antigüedad precristiana. Formas sagradas asociadas a los antiguos cultos a la renovación de la vegetación de las antiguas sociedades agrarias.

Las interpretaciones de carácter astronómico también resultan muy sugestivas. Por ejemplo la que vincula las tres estrellas en hilera del cinturón de Orión, conocidas como los Tres Reyes magos con Sirio, asimilada a la brillante estrella de Belén a la que hace referencia el evangelista Mateo, que señalan continuando su alineación el nacimiento u orto del sol sobre el horizonte. El Niño Dios. Para otros autores la estrella sería el resultado de la visión de Júpiter y Saturno casi juntos en perspectiva desde nuestro planeta. Una supernova o un cometa, pudieran ser otras posibilidades.

El uso del Belén tradicional fue introducido por San Francisco de Asís en el siglo XIII y enseguida alcanzó gran popularidad en Italia, Francia, Austria y España. Son muy famosas las representaciones napolitanas en las que llama la atención el curioso naturalismo más o menos anacrónico de personajes, oficios y vestimentas de los integrantes. Son obras corales en las que suelen colaborar niños de todas las edades.

El Misterio principal está formado por cuatro figuras teóricamente estériles que rodean a la hierofanía insólita del Niño Dios: la manifestación del Espíritu en la Materia. Así, un anciano, una virgen, un buey y una mula. A ellas se asocian un ángel mensajero, la estrella famosa, los reyes magos con su séquito, pastores y toda clase de artesanos o representantes de los oficios más variopintos. No suele faltar el malvado rey Herodes con sus soldados en un castillo en el horizonte elevado.

No sé si será por eso la más o menos latente tendencia libertaria tradicional del español medio en recuerdo del trauma psicológico ocasionado en la niñez porque el Poder ejerciente del Estado se asocie simbólicamente al crimen, la persecución de inocentes, la injusticia, el despotismo y el Mal. En cambio, los valores humanos se encuentran entre los miembros más modestos de la sociedad civil extramuros del castillo palacio. La gente que se gana la vida como buenamente puede. De ahí también la maravilla de que personajes de Poder como los Reyes magos tengan la sabiduría de adorar el Espíritu, reconociendo la verdadera naturaleza del Poder, que nunca ha de ser el capricho interesado del poderoso sino instrumento para el Bien común.

La geografía de los Belenes suele muy imaginativa y no muy coherente con la propia de Palestina y suele quedar al albur de la imaginación y los medios del belenista. No todos eran tan maravillosos como los que se suelen exponer en mi Madrid natal o aún ahora en el Palacio de los Golfines de de Abajo en Cáceres. Recuerdo cuando guardaba el papel de plata de las chocolatinas que me regalaban por ser buen estudiante para fingir el curso de un río. Colocar las luces era toda una penitencia, unas veces funcionaban, otras, no. Había algún molino sin su Quijote y no faltaban las familias de animales. Ovejas, vacas, cerditos, gallinas, pavos, todos en familia acompañando a la de Jesús porque no se concebía entonces una civilización digna de tal nombre sin familia. A la que se identificaba con la entidad básica de protección, incluso contra el enemigo, el malvado Herodes.

Casi todas las noches aprovechaba para mover un poco los Reyes Magos para acercarlos al Portal. Por una especie de magia simpática así estaría más cerca de poder disfrutar de mis propios juguetes. Todo era o parecía tradicional, entrañable y ajeno a los tenebrosos e inconfundibles logros de la nueva subnormalidad posmoderna que los Poderes intentan meternos por los ojos y obligarnos a aceptar. Toda esa gente desquiciada, de conciencia desbaratada a la que la molesta el Belén y si puede prohíbe o desnaturaliza despóticamente esta manifestación tradicional y popular de arte sagrado. Pero, ¿por qué les molesta tanto?

No creo que sea especial purismo o interés por la memoria histórica entre gente tan soez, embrutecida o ignorante. La biografía del Jesús histórico presenta importantes fallas o lagunas que los contradictorios primeros capítulos de Mateo y Lucas apenas pueden cubrir. Empezando por el momento de Su nacimiento. Cristo habría nacido antes de año cuarto antes de Cristo, fecha de la muerte del rey Herodes El Grande. La familia de Jesús de Nazaret no se sabe si vivía en Belén como sugiere San Mateo o venía de Nazaret como indica San Lucas. Aunque pudiera referirse a otra ciudad llamada también Belén existente en Galilea. Lo del censo no tiene apoyatura histórica salvo que Jesús hubiera nacido en el año sexto después de Cristo cuando tuvo lugar el censo de Quirino.

La historia de los Magos que narra Mateo parece traída a colación inspirada en el Libro de los Números, en la leyenda del mago Balaán y para relacionar la estrella anunciadora con la figura del Mesías prometido. Como lo del presunto nacimiento precisamente en Belén de Judea que pudiera servir para encajar con las Escrituras veterotestamentarias, Libro de Miqueas. La leyenda de los magos contada por San Mateo no encaja tampoco bien con la narración evangélica de San Lucas que no la menciona al igual que el viaje a Egipto o la matanza de los Inocentes.

A mi forma de entender lo importante no es aquí la exactitud histórica sino la vigencia del mito, en el antiguo sentido griego de forma de expresión de una realidad espiritual, que no en el moderno orteguiano de falsedad o impostura. En este caso de manifestación del Espíritu en la Materia. De conmoción íntima que anima a dirigir nuestras conductas hacía el Bien, el Amor, la Belleza… De iluminación del Alma desenvuelta o abierta a la mayor energía del Universo.

Es la adoración de la ternura, de lo Bueno, de la Maternidad, de lo aparentemente débil en su pureza, lejos del Mal. El Poder al servicio o subordinado del Espíritu.
Y también es importante el cómo. Porque la formación del Belén y hoy con los reyes rodeando ya al Niño es una manera de participar en esta manifestación de lo sagrado. De colaborar humildemente en la obra magna de redención y salvación.

Ojalá así sea. Y más aún en estos tiempos en los que parece que todo se derrumba. Y en los que cuando las actuales instituciones fallan más conviene regresar a los orígenes para reorientarnos siguiendo la estrella. También a la infancia cuando estábamos protegidos por el amor de nuestros mayores y nos creíamos grandes agentes activos de la historia por colocar el nacimiento y luego mover las diferentes figuras. Pero con el tiempo aprendemos que las verdaderas figuras que debemos mover son internas, las emociones, las virtudes hacia el sol interior de los místicos, que nace siempre, ofrece su Luz y allí permanece aunque el Herodes de turno le persiga.

Mientras trato de conseguir el roscón aprovecho la ocasión para reafirmar mi inquebrantable fe monárquica, pero solo en los reyes magos.

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