Artículo escrito por Alfonso de la Vega
En tiempos de zozobra y tribulación como los que vivimos conviene especialmente recurrir a los grandes valores metafísicos de la Cultura española tradicional. Expresados en libros y en personas. El quince de octubre se celebra el día de Santa Teresa, Patrona de España, con perdón. Para la sociedad semi estabulada española actual la aventura de la reforma del Carmelo resulta apenas inteligible, una locura quijotesca.
Teresa Cepeda, mística reformadora del Carmelo, gran escritora, personaje muy controvertido y estrechamente vigilado en su época, protegida y defendida por san Pedro de Alcántara, aunque luego fuera proclamada santa y nada menos que Doctora de la Iglesia. Y Patrona de España con el aplauso de Cervantes y la oposición de Quevedo. Una suerte tal reconocimiento póstumo, porque lo mismo podría haber muerto en la cárcel como Miguel de Molinos, cuya Guía espiritual fue prohibida por la Inquisición, o su amigo y compañero de fatigas reformadoras el eximio poeta Juan de Yepes, si no hubiera sido ayudado a escapar de la prisión toledana a la que le habían condenado sus crueles compañeros del Carmelo calzado.
En realidad, Teresa debiera haberse apellidado Sánchez como su abuelo paterno Juan, un comerciante judeo converso toledano. Pero su hijo don Alonso, el padre de Teresa, lo cambió para disimular su origen una vez adquirido estatuto de limpieza de sangre.
Desde la perspectiva actual los anhelos de Teresa o de su paisano Juan de Yepes apenas resultan comprensibles. Pero hay un componente simbólico que da a su gesto un valor permanente por mucho que hayan podido cambiar las cosas durante estos cinco siglos. Sus figuras modestas por fuera pero tan inmensas por dentro atravesando los desolados campos castellanos, reverso de los fastos imperiales que junto a la Mesta y al cambio climático en la Península Ibérica habían casi arruinado al sufrido pueblo común, tienen algo de aventura quijotesca, de intento de realizar en un mundo hostil todo un universo de valores metafísicos según era por ellos entendido. En el caso de Teresa, tuvo que enfrentarse además a las trabas que la sociedad clerical y autoritaria de la época reservaba a la condición femenina. Su sometimiento intelectual y jerarquizado al varón, por muy inferior en intelecto o sensibilidad espiritual que fuera.
En su Una Hora de España, Azorín nos explica que “cuando nos sentimos superiores a las cosas que nos rodean y la necesidad nos mantiene ligados a esas cosas, poco a poco nuestro espíritu se va concentrando en un ideal íntimo… dejamos el mundo material y creamos para nosotros, otro mundo fantástico. En ese ideal que nosotros solos guardamos se reconcentra toda nuestra vida. Sin ese asidero imaginativo-imaginario y salvador- nuestro espíritu se hundiría en el abismo. Y podremos trafagar por los pueblos y por las ventas, podremos sufrir adversidades, pero allá en lo íntimo de nuestro ser se eleva para nosotros solos un mundo que todos los días, en nuestras meditaciones vamos purificando y hermoseando. Las sugestiones de los libros importan mucho; pero en vano serían las sugestiones de los libros, leídos acá y allá, si no se llevara en el ánimo este desequilibrio del que hablamos. Las lecturas no hacen más que ayudar a la gestación de la obra. Las lecturas son simplemente la piedra aguzadera del ensueño”.
Pero ¿nuestro mundo interior es real? Azorín continúa su relato con el encuentro en una venta y el posterior abrazo de mutuo reconocimiento entre el caballero de la triste figura y … ¡Cervantes! Y es que “El ensueño interior del viandante – ¡Oh maravillosa ironía! – se concretaba, fuera, en el mundo, en la persona de un loco”.
Locos para el vulgo también serían los reformadores de Carmelo, esas almas andariegas, a veces ateridas de frío, que cruzaban páramos y estepas desolados de Fundación en Fundación.
La Mística se vincula al mundo de la experiencia más que al de la mera creencia teológica. Por ello siempre ha sido considerada peligrosa para el Poder político o sacerdotal que considera inconveniente la idea y misma la práctica de buscar el Reino del Espíritu sin intermediarios. Aquellos que no comprenden que la ortodoxia es más una necesidad de las organizaciones que una virtud espiritual. Y que, muchas veces, la ortodoxia se convierte en escudo de la ignorancia, la ambición, la cobardía, el fanatismo o la hipocresía. Contra estos vicios está la búsqueda del origen, de la razón de ser, de la fuente: “Que bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche”.
La extraordinaria aventura espiritual, intelectual, literaria y organizativa de Teresa y de Juan, los reformadores del Carmelo, no pueden dejar de sorprendernos. Pasando frío y penalidades de todas clases, cuando no bajo la cruel persecución del Carmelo calzado, atravesaban la inhóspita Castilla de mediados del XVI entusiasmados con su voluntad fundacional. Recuperaron el valor de la Mística como yoga de unidad espiritual. Sus biografías están repletas de experiencias metapsíquicas.
Fray Pedro de Alcántara, el reformador de la Orden Franciscana, encajaría también entre esos heterodoxos. Fue oportuno y decisivo protector de Teresa. Nos dice de él la santa reformadora del Carmelo: “vestía hábito de sayal sin ninguna otra cosa sobre las carnes…” “comer a tercer día era muy ordinario… un su compañero me dijo que le acaecía estar ocho días sin comer…”.
La santa de Ávila cuenta varias veces en su famosa autobiografía, texto que tantos problemas atraería sobre sí, como su santo protector extremeño se le aparecía en cuerpo astral, fantasmático o glorioso como lo llamaba san Pablo: “Hele visto muchas veces con grandísima gloria. Díjome la primera que me apareció, que bienaventurada penitencia que tanto premio había merecido, y otras muchas cosas. Un año antes que muriese, me pareció estando ausente, y supe que había de morir, y se lo avisé, estando algunas leguas de aquí. Cuando expiró, me apareció y dijo que se iba a descansar. Yo no le creí, y díjelo a algunas personas, y desde a ocho días vino la nueva como era muerto, o comenzando a vivir para siempre, por mejor decir…”
“Ya yo le había visto otras dos veces después que murió y la gran gloria que tenía, y así no me hizo temor, antes me holgué mucho: porque siempre aparecía como cuerpo glorificado, dábamela muy grande verle…”
No importaba el “cambio climático”
Y eso en una época en la que Castilla y el interior de la Península Ibérica experimentaban una de las conocidas pulsaciones climáticas históricas con grave aumento de la aridez y la llegada de una casi mini glaciación. Asombran, nos conmueven, las peripecias, verdaderas gestas heroicas, de los quijotescos andariegos reformadores de los franciscanos o del Carmelo, viajando en ayunas, ateridos de frío por la cruel intemperie de campos desolados para promover nuevas fundaciones de conventos y monasterios. Una aventura espiritual, pero que hoy también llamaríamos empresarial en el mejor sentido del término, que supone un riguroso mentís a la supuesta inhibición de los místicos y los metafísicos ante los problemas temporales. Por el contrario, es en el ejercicio de la Mística y por su inspiración donde nuestros héroes encuentran la energía que, incansables, les lleva a remover obstáculos que parecerían insalvables.
Una de esas dobles fundaciones que nos permiten comprobar hasta que punto el mundo interior es real si promueve acciones en el mundo real tuvo lugar en Pastrana. En las afueras de la ciudad alcarreña Teresa Cepeda fundó un importante convento descalzo y también Juan de Yepes otro masculino. Pastrana fue una población muy importante en el siglo XVI. Aquí vivió Ana de Mendoza, la controvertida princesa de Éboli, esposa del privado real Ruy Gómez da Silva, y casi segura amante del propio rey Felipe. Ana de Mendoza debió ser una dama muy guapa aunque tuerta tras un accidente, pero muy caprichosa acostumbrada a salirse con la suya e inconstante en sus voluntades.
El biógrafo de Juan de Yepes, el Padre Fray Gerónimo de San Joseph, también carmelita descalzo, cuenta la peripecia de la fundación del convento masculino de los carmelitas descalzos en Pastrana:
Santa Teresa explica de propia mano la peripecia de la fundación de su convento femenino en Pastrana. Se produjo en un momento muy inoportuno para ella porque estaba organizando el recientemente creado en Toledo pero obligada por la insistencia de la de Éboli, no se pudo negar. Estuvo en Pastrana unos dos meses antes de regresar a Toledo en ese mismo 1569. Cuando murió don Ruy cuatro años después a la princesa viuda se le antojó meterse a monja descalza en el convento de Pastrana con el nombre de Sor Ana de la Madre de Dios. Sin embargo, al parecer sus caprichos y exigencias fueron tantos que Santa Teresa decidió trasladar a sus monjas a otro convento en Segovia. La vida religiosa de la intrépida doña Ana como monja descalza duraría solo unos meses. Luego de lo cual volvería a tener amoríos con el rey y ante la infidelidad de éste disfrutaría de su viudez con otros amantes, el secretario de Estado Antonio Pérez, el más importante de todos. Una nueva lección de la frivolidad de buena parte de nuestra clase dirigente de todos los tiempos. Con la moraleja de que no se puede confiar en ella.Tal sería una de las enseñanzas para la hora presente de santa Teresa. Se quiera o no, ante la degradación actual de España, que adquiere visos de terminal, ha llegado el tiempo de las reformas. Pero ¿por dónde empezar? ¿quiénes las van a hacer y con qué fines? ¿Los Pedro, Teresa o Juan, o las doña Anas de turno?
Brillante…