sábado, julio 27, 2024
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Maura y el otro fracaso de la Restauración

Artículo de Alfonso de la Vega

Sin grandes recuerdos de memoria histórica y ninguna conmemoración oficial pese a su interés, se acaba de cumplir un siglo de la entronización de la dictadura palaciega de don Miguel Primo de Rivera que constataba el fracaso histórico de la anterior Restauración. Fue otro 13 de septiembre tras la correspondiente Diada. Una violenta Diada catalanista, la de 1923, en la que los golpistas catalanes no sólo defendieron el separatismo con discursos y proclamas subversivas sino que jalearon a sus cómplices de Vascongadas y Galicia, invitándoles a que se les unieran para terminar con el Poder central. Dentro de un clima de gran violencia incluso se permitieron dar brindis al enemigo moro en la guerra del Rif, además de insultar o abominar del resto de España. Los traidores, envalentonados, camparon a sus anchas aterrorizando Barcelona hasta que con gran dificultad la fuerza pública consiguiera restaurar el orden.

La visión de don Antonio Maura

Unos días antes, en agosto, don Antonio Maura, antiguo jefe conservador y superviviente de varios atentados uno de ellos anunciado por Pablo Iglesias en sede parlamentaria, respondía así a don Alfonso XIII cuando el preocupado monarca le pidiera consejo con motivo del agotamiento de la anterior Restauración:

“todos mis juicios han de arrancar del convencimiento que es añejo y cada día más firme, de que se han hecho incapaces para gobernar nuestros actuales partidos, sin exceptuar a ninguno y sin que su ineptitud colectiva provenga de culpas ni defectos personales de sus jefes y directores… es natural que los que piensen lo contrario esperen que un Ministerio más, formado con esos elementos, por el estilo actual y de sus antecesores, atajará y aún invertirá el curso de los mayores asuntos nacionales que es de ruina. Por creer yo que el empeoramiento proseguirá, hallo azarosa y ardua la situación…   

Mientras no se rehaga en una u otra forma, con uno u otro nombre, y adquiera suficiente consistencia, no existirá órgano del cual se pueda valer la Corona constitucionalmente para que los ministerios, sueltos de trabas partidistas, saquen a salvo los intereses ce la nación. Entretanto el Estado va desmoronándose visiblemente y como la energía renovadora no se improvisa con solo desearla, algún esfuerzo anormal se necesitará para sacar la máquina política del punto en que se encuentra…

El arbitrio de componer ministerios con individuos de distintos partidos se ha experimentado varias veces con claro desengaño…

Desenlace funesto se debe pronosticar si el rey tomase sobre sí las funciones de gobierno para ejercerlas directamente, asumiendo día por día las responsabilidades personales…

Se ve que el trance actual no tiene salida, y cuando la mejor voluntad no la halla, el consejo de la prudencia consiste en no cegarse hasta desconocerla. El prurito de regir lo que está desmandado, sea cual sea el motivo, no se debe extremar hasta el punto de destruir resortes sin los cuales el recobro ulterior de la normalidad se imposibilita…  

Sería menos nocivo que quienes han venido imponiéndose en trances críticos asumiesen entera la función rectora bajo su responsabilidad. Aunque no acertasen a superar las dificultades, ni siquiera a sostenerse, habría menos obstáculos para una convalecencia, la cual en todo caso, sólo puede consistir en que los españoles salgan de su abstención y ocupen su propio puesto en la vida política.

Si esto no acaece en tiempo hábil será que Dios nos ha dejado de su mano y nada ni nadie nos salvará.”    

La Restauración, hoy

Don Felipe no ha podido pedir consejo a Maura pero sí el de la experiencia de su padre. Ahora como entonces nos encontramos ante el fracaso de la última Restauración borbónica y pesa una amenaza grave sobre la propia supervivencia de España como nación. Sí. Existen muchas similitudes con el fracaso de hace un siglo pero también diferencias.

Nuestra soberanía nacional hoy resulta apenas existente. La situación internacional proclive al NOM promueve la destrucción de los Estados nación y España junto a la Hispanidad, por la que han significado en la Historia universal, es enemigo tradicional de los poderes fácticos globalitarios actuales y constituye un excelente trofeo para ellos. Es preciso tener en cuenta el aspecto geoestratégico para comprender mejor la actual devastación nacional. En efecto, el protagonista no es solo el gobierno traidor pro comunista de Su Majestad junto con sus aliados golpistas o filoterroristas, sino también la plutocracia financiera internacional que tras la tramoya pseudo democrática le apoya y asesora en sus felonías.  A cambio, el falsario las deja hacer como se acaba de comprobar con la compraventa de Telefónica.

La legitimidad del proceso electoral se encuentra hoy también en entredicho pero las viejas mañas de los Trampetas y Bocanegras de turno han sido sustituidas por las más modernas y sofisticadas de maquinitas tramposas o de votos por correo carentes de custodia.

La constitución del 78 deja menos margen de maniobra al rey que la de la anterior Restauración, aunque parece que pudiera emplear mejor sus atribuciones. La conducta pusilánime y acomplejada  de don Felipe, que se muestra incapaz de defender siquiera a su padre o la estabilidad familiar de la cruel venganza de su propia mujer, no avalaría que vaya a ser capaz de defender a la nación.

El Título VIII es una ruinosa calamidad sin paliativos a la que debemos la extrema gravedad de nuestros males. Mientras siga vigente la posibilidad de reconducir la situación a favor del bienestar y la prosperidad nacionales será muy reducida.

Tampoco existe auténtica división de poderes para garantizar la democracia ni menos castigar las traiciones y delitos de los próceres y poderosos. Y cuando mejor le conviene, el gobierno de Su Majestad se dedica dejar impune a los delincuentes si han sido condenados por la Justicia que se administra en nombre del Rey. O reforma el Código Penal a gusto de los delincuentes. Toda una paradoja deslegitimadora del Régimen.

Ni el pueblo puede elegir a sus gobernantes, salvo por mediación de la envilecida partitocracia borbónica.

El Ejército tampoco representa ahora lo que decía Maura y se encuentra en gran parte disperso, bajo mando extranjero y sirviendo causas ajenas cuando no incluso contrarias a nuestros legítimos intereses nacionales. Mientras tanto nuestra integridad territorial se encuentra amenazada por el enemigo interior y exterior.

Ninguna opción de las que lúcidamente exponía don Antonio Maura parece buena, pero unas resultan peores que otras. La peor probablemente sería dar marchamo de legitimidad a la furia traidora del falsario y permitir como algo natural que lleve a cabo sus planes de devastación nacional aliado con el enemigo interior y exterior. Para intentar evitar este desastre y con el mejor argumento que proceda habría que impedir que pueda presentarse como candidato ante el Parlamento como exige.

Ir a nuevas selecciones permitiría salvar momentáneamente la amenaza pero apenas solucionaría nada mientras no se garantizase su limpieza y transparencia. La derecha social tampoco tendría tiempo de reorganizarse políticamente, y mientras como su pretendido representante principal y con la agenda 2030 como meta, permanezca el PP actual con dirigentes como Feijoo me temo no haya mucho que hacer.  Y en las filas de VOX también parece reinar ahora el desconcierto. No se han atrevido a exigir el escrutinio oficial de votos. Y para mayor perplejidad de muchos de sus votantes apoyan gratis parlamentariamente al PP que les humilla e insulta.  Y parece cernirse la amenaza futura de una especie de OPA más hostil que amigable que integraría a la organización en el PP.

La solución tan socorrida y empleada históricamente del recurso al Ejército para poner un poco de orden en el fatal caos de la democracia a la española no parece ahora muy probable, tanto por nuestra dependencia de una organización militar ajena a nuestros intereses, cuanto por criterios de imagen, e incluso del significado de la autoridad y del prestigio de los propios uniformes militares en estos abigarrados tiempos posmodernos distintos de los de hace un siglo.

En otra entrega anterior, como solución de compromiso, explicaba la posibilidad constitucional de un Plan C mediante el nombramiento a candidato de un socialista clásico que pudiera reunir suficientes votos de unos y otros constitucionalistas. También cabría intentar recurrir a la formación de un gobierno provisional de reconstrucción nacional ajeno al turnismo dinástico que preparase un cambio constitucional una vez salvado el peor riesgo de disolución nacional y mejorada la economía. Al que no le importe usar la tópica fiel espada triunfadora “que no cede ni perdona siempre que le asistan el derecho y la razón”. Pero a ello no van a colaborar los partidos e instituciones que se benefician del desastre actual. Ni probablemente nadie que dirigiese sus miras al bien común pudiera gobernar con las degradadas instituciones borbónicas actuales sin proclamar un estado de excepción dirigido a restaurar el derecho y la razón. De modo que nos queda pensar como don Antonio Maura: “Si esto no acaece en tiempo hábil será que Dios nos ha dejado de su mano y nada ni nadie nos salvará.”  

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