Artículo escrito por Alfonso de la Vega
Estamos asistiendo dentro de los intentos de lavar la cara de la Corona por parte de la prensa mercenaria a una especie de “Letilatria”. Nos cuentan que es la más guapa, la más lista, la que más ropillas tiene, la más empoderada, la más feminista, la más poliamorosa, la más retocada y estirada de piel. Que ha tenido que combatir en desigual lucha solitaria plebeya contra la mala influencia de la familia de los Borbones, consiguiendo enfrentar a todos contra todos y desterrar a su peor enemigo. Pero la cosa puede tener otra crónica.
Como el amigo lector recordará en la famosa obra de Oscar Wilde su protagonista Dorian Gray observa cómo los horrores y fechorías de su biografía se van quedando impresos en su retrato mostrando la verdadera imagen de su vida.
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A lo largo de la historia muchas han sido las mujeres que no se resignaban al paso del tiempo y confundían la belleza del cuerpo con la de su alma. Tópica es la biografía de Elisabeth Báthory la condesa vampiro húngara que para conservar su lozanía y juventud se bañaba en la sangre de doncellas. Hoy se emplearía por una parte pervertida de la elite el más moderno recurso al adrenocromo natural obtenido con niños.
Sin estas barbaridades, lejos de las viejas teorías de Platón que “la Belleza es el resplandor de la Verdad”, raro es el día en que la prensa del higadillo que, junto a la alabanza de los modelitos y manolos de turno, no nos glose o distraiga con los logros estéticos de los cirujanos con la piel y figura de la reina consorte Letizia Ortiz Rocasolano. Se trata de mantener una superficie tersa y limpia de polvo y paja. Viene a ser como el retrato de la interesada. Una heroica feminista radical antigua practicante del poliamor que sufre mucho con tanto privilegio como hoy disfruta gracias a doblegarse a la sociedad hetero patriarcal que el Trono representa.
Su primer marido guarda prudente silencio, pero debemos a su valiente primo David Rocasolano muchos datos interesantes reunidos hace diez años en una gran biografía no autorizada. En Adiós, princesa, lo grotesco, lo esperpéntico, no requiere espejo curvo alguno, basta con devolver la imagen tal como es. Un retrato al natural, sin disimulos ni pudibundeces, de una extraña familia y del impacto que su relación con otra más o menos modal española de la clase media provoca en ella. Toda una alegoría de la España, descuajaringada, traicionada, hipócrita y devastada del tercer milenio, víctima de sus propias limitaciones y del mal hacer de unas instituciones lamentables. Una España que cada vez ofrece peores datos en todos los aspectos. Y en la que la figura de Letizia adquiere significaciones simbólicas, constituiría un arquetipo de la propia clase política salida de la Transición.
El doble álbum familiar de Adiós, princesa ofrece curiosos hallazgos. Con más zonas tenebrosas y claroscuros, al estilo de Zuloaga o Gutiérrez Solana, que de la clara y optimista luminosidad de Sorolla. Rocasolano muestra su simpatía por la hoy marginada reina Doña Sofía. Considera que ella pese a su aristocrático olimpo junto con su hijo serían los personajes menos malos de la familia.
La descripción de los Ortiz Rocasolano nos muestra de modo descarnado, sin tapujos ni edulcorados, la realidad de su familia. Su perplejidad inicial, la perturbación de su modesto pasar y de su magro pane lucrando, el colaboracionismo posterior hasta la humillación consentida, la hipocresía y disimulo, el “donde dije digo, digo diego”, en relación con su indiferencia religiosa o incluso ateísmo, republicanismo en su acepción degradada roja o forma de sobrevivir hasta la cuarta pregunta. Y todo un repertorio de flaquezas: el deslumbramiento ante el oropel, el despertar de la codicia y ambición, el gusto por la fama de papel cuché que el inesperado encumbramiento asociado al enlace les abre. Y que luego algunas aprovecharán en su beneficio.
Una alegoría de buena parte de la actual sociedad española que entra al trapo, al engaño de la mohatra institucional que lleva a algunos de sus integrantes al desengaño, la desolación e incluso a la muerte.
Letizia, la prima del autor y esposa de don Felipe salía muy mal parada en el libro. Aborto incluido, David Rocasolano muestra una especie de retrato de Dorian Gray en el que el photoshop encubriría la devastación que su ambición y egoísmo provoca en su modesta familia. Y en el que cabe la duda de si terminará, como el propio Oscar Wilde, víctima de su enlace con un miembro de la aristocracia poderosa. Un photoshop que se realiza en la epidermis de la interesada pero que resulta incapaz de disimular la mueca de insatisfacción y soberbia que muestra la interesada.
Y es que algunas cosas se pueden disimular u intentar ocultar pero no tienen remedio.
Sí. Me viene a la memoria El retrato de Dorian Gray cuando me fijo en la trayectoria biográfica de muchos de los personajes de la Transición. Y de nuestra propia peripecia nacional durante este último medio siglo. Creo que en algún momento de lucidez, cuando contemplen su retrato actual, su encuentro íntimo con la verdad, me temo que no les va a gustar lo que vean. ¿Les ha merecido la pena?
El retrato de Dorian Grey es el tremendo relato de una degradación personal que termina así:
“Mataría el pasado, y cuando hubiese muerto, sería libre. Mataría aquella monstruosa alma viva, y sin sus horrendas advertencias recobraría el sosiego. Cogió el cuchillo y apuñaló el retrato con él.
Se oyó un grito y una caída ruidosa. El grito fue tan horrible en su agonía, que los criados, despavoridos, se despertaron y salieron de sus cuartos…
Al entrar, encontraron, colgado en la pared, un espléndido retrato de su amo, tal como le habían visto últimamente, en toda la maravilla de su exquisita juventud y belleza. Tendido sobre el suelo había un hombre muerto, en traje de etiqueta, con un cuchillo en el corazón. Estaba ajado, lleno de arrugas y su cara era repugnante. Hasta que examinaron las sortijas que llevaba no reconocieron quién era.”