sábado, noviembre 23, 2024
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El último pescador de Puerto Chico

Como diría Pereda: a mis contemporáneos de Santander que aún vivan, pero no quiero hablar de mí y sí de mi puerto. Y de los últimos pescadores de una generación que tal vez sea la última de los que conocieron los tiempos gloriosos de los pescadores montañeses.

Llamaremos a nuestro personaje real Muergo, en homenaje a Sotileza, la novela de José María de Pereda que retrataba el bucólico paisanaje del puerto de Santander en el siglo XIX. Nuestro protagonista es también un hombre de mar santanderino que se crió entre gente adinerada, la burguesía que ahora puebla el centro de Santander y no digamos la zona de Puerto Chico. Pero es que hubo un tiempo en el que este barrio de pescadores estaba habitado, sobre todo, por rudas gentes de mar que tenían callos como canicas en las manos, con sus redes y embarcaciones siempre a la vista.

Los últimos marinos de Santander o el fin de una raza

Hombres sacrificados que salían a faenar y se tiraban demasiados días fuera de casa, abrazados a un oficio peligroso que exigía afrontar riesgos fuera de casa y en un tiempo en el que no era fácil comunicarse con tierra desde la mar. Y mientras, en tierra, la mujer tenía que hacerse cargo de absolutamente todo lo demás, así como de las tareas de transporte y venta del pescado y otras mercancías. Todo ello cuando no tenían que salir a pescar ellas mismas y tirar de remos y redes, como pasó en 1878, cuando la Galerna de Viernes Santo se llevó por delante a más de 300 pescadores montañeses y vascos y muchas familias que vivían de la mar quedaron sin hombres. Pero la aventura de estos mareantes montañeses de Santander ha seguido hasta nuestros días y nuestro Muergo es la prueba viviente:

Mi padre fue el último pescador en salir de lo que ahora es el puerto deportivo de Puerto Chico. Marchó antes de que la Guardia Civil tramitara una denuncia contra él, pero el razonamiento de mi padre es que eso siempre había sido un puerto de pescadores y así fue el último pescador en salir de allí con su barco y trasladarse al Barrio Pesquero.

En la mar todo cambia en minutos y de pronto te encuentras con olas de catorce metros

Mucha gente hoy no lo sabe, pero el Barrio Pesquero de Santander no tiene tanto tiempo de ser el barrio y el puerto de esta gente de la mar, que nuevamente se ven desplazados fuera de su sitio habitual para meter más barcos deportivos y de recreo en sus ataques tradicionales.

La flota de Santander llegó a tener 200 o 300 barcos pesqueros, pero hoy son muy pocos los que quedan aún.

Además, la gente que se embarca en ellos ya no son de aquí tampoco, le añado yo. Muchas veces son gente de África o de América, para quienes faenar en un barco español es tan buen trabajo como lo fue en su día para nuestros antepasados. Pero ya no lo es más.

Puede que parezca duro estar embarcado hasta veinte y pico días sin ver tu casa por dentro ni pisar tierra, pero también hay que tener en cuenta que cobrábamos una pasta y que en el mar no gastas. Yo era un crío y estaba ganando un salario de veterano o incluso más.

Hoy en día, sin embargo, habiendo tantos empleos en tierra, con parecidas o mejores perspectivas salariales, a ver quién es el guapo que se mete a convivir en un barco de trabajo. Un Gran Hermano con unos cuantos hombretones y por un sueldo que ya no es para tanto. Ya no tiene sentido.

En la mar todo cambia en minutos. Está el agua como un plato y de pronto te encuentras con olas de catorce metros. La verdad es que se te ponen los huevos de corbata, pero es algo que va con el oficio. Salvo el que está de guardia, los demás se quedan abajo sin salir a la cubierta, pues es peligroso. El alcohol a bordo está prohibido: imagínate. Se cae un hombre al agua por culpa del alcohol y si eres el patrón o el dueño del barco te puedes ir agarrando los machos. Porque estás en un buen lío.

La fe incorruptible y los épicos trabajos del valeroso y pintoresco mareante santanderino

No sé si la gente que está leyendo esto se da cuenta del cambio enorme de paradigma que ha supuesto para Santander abandonar la pesca, oficio milenario del que vivieron nuestros antepasados por muchísimas generaciones. Estamos hablando de que barcos enormes de transporte entraban y un montón de embarcaciones ligeras salían del puerto todos los días mientras la flota pesquera faenaba en cuanto el tiempo lo permitía. Era un trajín constante de viajeros que llegaban y se iban en los cada vez más grandes barcos de transporte, pero también nos referimos al trasiego de toneladas de mercancías que eran cargadas y descargadas a brazo. Y el pescado era una de las cargas más habituales, de la que a menudo se ocupaban las mujeres, tanto de su transporte a la lonja como de su venta al público. Todo un mundo relacionado con la mar en Santander que ha ido desapareciendo ante nuestros ojos, aunque nuevas oportunidades se presentan en el horizonte en forma de turismo y barcos de recreo.

Y ahora sí que cobra realismo la expresión dramática de Pereda sobre la descomunal empresa de cantar, en medio de estas generaciones descreídas e incoloras, las nobles virtudes, el mísero vivir, las grandes flaquezas, la fe incorruptible y los épicos trabajos del valeroso y pintoresco mareante santanderino.

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