jueves, diciembre 11, 2025
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Protestas multitudinarias obligan a dimitir en bloque al gobierno de Bulgaria por corrupción

El gobierno de Bulgaria ha dimitido en bloque este jueves, después de semanas de manifestaciones multitudinarias que han paralizado el país. El primer ministro Rosen Zhelyazkov, al frente de una coalición minoritaria liderada por el partido GERB, anunció la renuncia de su gabinete en una comparecencia televisada ante el Parlamento en Sofía, momentos antes de una moción de censura presentada por la oposición. «El poder emana del soberano», declaró Zhelyazkov, reconociendo implícitamente la «voz del pueblo» que ha inundado las calles con demandas de transparencia y cambio.

Las protestas, que comenzaron la semana pasada como respuesta a un controvertido proyecto de presupuestos para 2026 —que incluía subidas de impuestos, mayores cotizaciones a la Seguridad Social y aumentos en el gasto público—, escalaron rápidamente hacia un clamor generalizado contra la corrupción endémica que asola al país.

En Sofía, la capital, se manifestaron más de 100.000 personas, con estudiantes universitarios a la cabeza, ondeando banderas búlgaras y exigiendo no solo la retirada del presupuesto, sino la dimisión total del Ejecutivo. Manifestaciones similares se extendieron a decenas de ciudades, reflejando una frustración acumulada por años de inestabilidad política —Bulgaria ha tenido seis gobiernos en cuatro años— y el temor a un encarecimiento de la vida ante la inminente entrada en la eurozona el 1 de enero.

El detonante ha sido la sospecha de que el presupuesto era una «tapadera» para encubrir el saqueo sistemático de fondos públicos, en un contexto donde oligarcas respaldan al gobierno desde las sombras.

La dimisión abre un período de incertidumbre: el Parlamento tiene 60 días para formar un nuevo gobierno o convocar elecciones anticipadas, todo ello mientras Bulgaria tristemente se prepara para la adopción del euro como moneda oficial.

Este suceso no es el único que se ha tenido lugar este año. En enero de 2025, el primer ministro serbio Miloš Vučević dimitió tras tres meses de protestas masivas contra la corrupción, desencadenadas por el derrumbe mortal de un techo en la estación de tren de Novi Sad —que causó 15 víctimas— y que reveló fallos estructurales en obras públicas adjudicadas con opacidad.

Estudiantes, agricultores y profesionales bloquearon carreteras durante semanas, extendiendo las demandas a un rechazo general al autoritarismo del presidente Aleksandar Vučić, en un país donde el 61% de la población apoyaba las movilizaciones según encuestas independientes.

Aunque menos drástico, el caso serbio ilustra cómo la indignación popular puede forzar concesiones en regímenes con tintes populistas.

Pero aún más impactante fue la revuelta en Nepal, en septiembre de 2025, donde las manifestaciones juveniles —conocidas como las «protestas Gen Z»— culminaron en la dimisión del primer ministro K.P. Sharma Oli tras una represión policial que dejó 19 muertos y cientos de heridos.

Iniciadas por un veto a plataformas como Facebook y YouTube, las protestas escalaron a un asalto general contra la corrupción elitista y la desigualdad, con incendios en el Parlamento, la Corte Suprema y residencias de líderes políticos. En menos de 48 horas, el país vio cómo se incendiaban prisiones y se liberaban reclusos, en un caos que obligó al Ejército a intervenir y a nombrar una primera ministra interina.

Fue un derrocamiento virtual del sistema, impulsado por jóvenes frustrados por el desempleo y el nepotismo, recordando que la rabia acumulada puede incendiar instituciones en cuestión de días.

Estos episodios contrastan con la realidad española, donde la corrupción en el Gobierno de Pedro Sánchez —destapada en escándalos como el «caso Koldo», el «caso Air Europa», el caso «hidrocarburos», el «caso Begoña», el caso «hermanísimo» o las investigaciones sobre Santos Cerdán, José Luis Ábalos, Acciona, Leire Díez, Plus Ultra, SEPI— ha generado protestas (en Ferraz llevan más de 760 días consecutivos protestando), pero no aún una movilización masiva capaz de tumbar al Ejecutivo. Una movilización sin colores, sin siglas, sin líderes salvadores, sin pastores…

Los ciudadanos parecen resignados a «verlas venir», a conformarse, a protestar desde el sillón, las redes sociales o en el bar.

En un mundo donde la calle ha demostrado ser un catalizador imparable —desde Sofía hasta Katmandú—, España se pregunta si es la apatía o el enfrentamiento por las ideas políticas lo que impide una «primavera balcánica» propia.

(Por Laura González)

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