El sueño de Alan Turing, considerado el padre de la inteligencia artificial se ha realizado y su alcance quizá llegue mucho más lejos de lo que el ingeniero, criptologista, biólogo y estudioso de la interacción de la mente y la materia previó. Todo empezó en 1950, siendo profesor en la Universidad de Mánchester, cuando realizaba el ensayo Computing Machinery and Intelligence y propuso el que pasaría a la historia como “Test de Turing”. La prueba consistía en evaluar la capacidad de una máquina para mostrar un comportamiento similar al humano. Para ello se establecía una conversación entre un humano y una máquina diseñada para generar respuestas similares a las humanas. Esto era realizado con lenguaje textual a través de un teclado y un monitor. El evaluador tenía conocimiento de que se trataba de un diálogo entre un humano y una máquina. Si en cinco minutos no podía distinguir entre la máquina y el humano, la máquina habría pasado la prueba. No la pasó, y en los años sucesivos el test fue alabado por unos y criticado por otros, a la vez que tema de disquisiciones filosóficas entre dualismo y materialismo.
Las investigaciones continuaron después de su muerte, y en 2024, por primera vez, la máquina consiguió engañar a los humanos. Fue en la Universidad de California donde se realizó un estudio en el que participaron 500 personas utilizando el Chat GPT-4. ¡El 54 por ciento de los participantes fueron engañados por la máquina! La “prueba de Turing” había funcionado, y aquí estamos, sufriendo los resultados y meditando sobre sus consecuencias.
Los “amos del mundo” se han puesto las botas de siete leguas y están dando pasos de gigante. Quieren llegar a la meta cuanto antes y tienen prisa. Eso es muy negativo, pero tiene también algo de positivo, o quizá mucho si sabemos verlo. ¿Qué indica esta aceleración? ¿Por qué no ir poco a poco y pasarían más inadvertidos? Tienen miedo de no poder conseguir sus objetivos y eso los delata; y he aquí nuestra ventaja para poder defendernos. El proyecto de cambio para controlar a la humanidad es tan grave que, de conseguirlo, nos condenaría a la esclavitud para siempre y jamás podríamos liberarnos de sus cadenas.
En los últimos años informamos –y alertamos– sobre las vacunas y sus contenidos no referenciados en los prospectos, no solo material genético procedente de bebés abortados, sino nanotecnología y elementos que no deberían aparecer en los viales: códigos MAC, grafeno, sensores y extrañas estructuras auto ensamblables para las cuales no existe una explicación lógica que han aterrado a los científicos independientes, sin conflicto de intereses, que se han tomado el trabajo de investigar. En los años previos a 2020 también publicamos sobre el cambio climático, la nocividad de los campos electromagnéticos y otros temas relacionados con la salud condenados por el sistema.
Ahora nos toca hablar de la inteligencia artificial, oxímoron ofensivo si nos paramos a pensar, dado que la inteligencia está relacionada con la evolución de los seres vivos. Se puede hablar de máquinas inteligentes en sentido figurado, pero no deja de ser una aberración.
Hay que distinguir entre la IA utilizada para monitorear a la sociedad en bloque en la cual no tenemos ni voz ni voto, y será quien controle las “ciudades inteligentes” –en las que cada acción quedará registrada en el centro de datos–, y la IA individual de nuestros dispositivos, sobre los que aún somos soberanos y, por tanto, tenemos más posibilidades de evadirnos de esta incipiente dictadura. Aunque no del todo. En nuestros teléfonos –el mío tiene solo las aplicaciones imprescindibles–, un buen día se nos coló el circulito de “Meta” y ahí sigue. Muchos intentamos eliminarlo, lo consultamos y no nos ha quedado más remedio que continuar con este espécimen molesto. Más adelante avanzaremos sobre la utilización individual de la inteligencia artificial.
Se habla de la IA como de algo satánico, diabólico, incluso no humano. Estoy completamente de acuerdo. No voy a entrar ahora en este filón, pero lo abordaré en otro momento. Estamos asistiendo a la irrupción de la IA colectiva en bancos, hospitales, centros educativos, administraciones, en toda la vida en general y nuestra relación con el entorno. La IA individual, si algo nos está demostrando en el corto espacio de tiempo que nos han obligado a tenerla como parásito en nuestros dispositivos, es la de ser tremendamente peligrosa: como poco, es ideologizante, adoctrinadora, invasiva, dominante y adictiva. Es un auténtico pain in the neck, en román paladino una “mosca cojonera” programada para hacerse presente al abrir los dispositivos, y nada fácil de esquivar. Por eso la sociedad ha caído de cabeza ante el prodigio, sin distinción de clase social y profesiones: el arquitecto, el diseñador gráfico, el periodista, el albañil o el taxista se han rendido ante el maravillosismo y la magia. Es un fenómeno que requiere análisis profundos, valoración de posibles consecuencias, y actuaciones concretas. Me parece escandaloso que nadie hable de ello: ni los legisladores, ni los medios, ni los sistemas de salud. ¿No tienen nada que decir los psiquiatras y los psicólogos? ¿Están esperando a que no haya plazas para atender a tanto desubicado que ni siquiera vamos a saber tratar? ¿Lo solucionaremos con pastillitas cuando los pacientes nos digan que viven en el metaverso? ¿A quién reclamaremos? ¿Nos dirán que fue voluntario, que nadie nos obligó? De momento, es una jungla sin ley ni orden. ¡Y es necesario prevenir!
Nos enfrentamos a algo completamente nuevo del que ni siquiera los expertos conocen sus consecuencias y posibles sorpresas desagradables. Se está hablando sobre extremos como los famosos “robots asesinos” de la ciencia ficción o nuestra seguridad en manos de la IA e incluso si esta puede resultar incontrolable y destruir a la humanidad. Personajes a los que no les tengo ninguna simpatía, como Elon Musk o Yuval Noah Harari, grandes gurúes del materialismo y el transhumanismo, fanáticos defensores del hombre inmortal a base de artilugios, han expresado sus preocupaciones al respecto. Pero fantasías e hipótesis futuristas aparte, conviene reflexionar sobre la alienación que está creando el denominado “fascinante mundo de la IA”, sobre todo en personas ociosas, de valores poco afianzados, de personalidad débil o de escasa formación y adolescentes, que emplean parte del día trabajando con el dedito y los clics. Se podría decir que la IA es para la mente lo que la comida chatarra es para el cuerpo.
Con la IA pretenden establecer comparaciones para acomplejarnos, para hacernos pequeños, restregándonos que no somos nada, que somos incapaces de organizarnos, que nuestro cerebro es muy lento y ya no sirve y tiene que ser auxiliado por estos artilugios mágicos y sabios. ¿Es posible no ver la jugada? Es un truco de su magia negra. No hagáis caso; no os dejéis manipular. Nuestro cerebro es maravilloso; es tal cual debe ser en este momento, un diseño perfecto. Por eso me rebelo contra estos hechiceros de la tribu moderna y no les tengo ningún respeto. Son cascarones andantes de desecho, y no van a poder con nosotros.
Hemos sabido que existe censura expresa sobre la publicación de noticias contra el lado oscuro de la inteligencia artificial, por ejemplo, sobre casos de personas jóvenes que se han quitado la vida. Se ha publicado el caso del adolescente que se suicidó por influencia de la “chica inexistente” de la IA de la cual se había enamorado. Pero hay otros casos de este tipo. Y sin llegar a estos extremos, son preocupantes ciertas respuestas de la IA que demuestran su ideología materialista-laicista-woke, como demuestra la respuesta a una pregunta de un joven para un trabajo de curso sobre los gastos de mantenimiento de las personas mayores en la sociedad. La IA le respondió que lo mejor era morirse. Esto motivó que la OpenAI, empresa creadora del Chat GPT, pidiese disculpas y revisase sus políticas.
Aunque la era acaba de empezar, la OpenAI ha tenido otros problemas, lo cual augura que sobrevendrán muchos más, a medida que se implemente. Varios medios de comunicación, blogs y páginas web la acusaron de violar derechos de autor al publicar obras y artículos para entrenamiento de sus chatbots, entre ellos The New York Times, que en diciembre de 2023 demandó a OpenAI y a Microsoft, pidiendo que destruyesen cualquier modelo de chatbot que utilicen material con sus textos, y la reclamación de “miles de millones de dólares en daños y perjuicios legales y reales”.
Este escándalo ha traído consecuencias. Un ingeniero de 26 años, llamado Suchir Balaji Ramamurthy, empleado de OpenAI, que había trabajado en el diseño de la Chat GPT –basada en su propio proyecto WebGPT– se posicionó a favor de los demandantes e iba a declarar en el juicio a su favor. Además, parece que tuvo un problema de conciencia y empezó a considerar que el proyecto que había contribuido a desarrollar podría llegar demasiado lejos y traer consecuencias nefastas, por lo cual decidió abandonar la empresa. Había empezado a ver la parte oscura; por ejemplo, la destrucción climática que supondría poner el planeta a disposición de las fuentes de energía necesarias para alimentar al monstruo. Al poco tiempo fue encontrado muerto en su apartamento de San Francisco. Era diciembre de 2024. La policía dijo que parecía un suicidio y los forenses lo confirmaron. ¡Como casi siempre en estos casos! La familia no cree que su hijo se haya quitado la vida. En cualquier caso, trátese de un suicidio o de un asesinato, es una víctima de la IA.
Aparte de esto conviene reflexionar sobre la sociedad analfabeta y estúpida que estamos creando. Por primera vez desde que se tienen datos, las dos últimas generaciones son menos inteligentes que sus padres y mucho menos cultos. ¿No es una pena quedarse convertido en nada si nos falla el teléfono? Estamos perdiendo incluso el sentido de la orientación y ya no sabemos dividir. Por nuestro bien, habría que poner remedio a lo que se está haciendo mal. El sistema y nuestros gobernantes no lo harán; cuanto más ignorante y dormido esté el rebaño más fácil les resultará la domesticación. Nosotros debemos aprender a cuidarnos y a ser independientes.
¿Quiere esto decir que estamos en contra de Internet, la IA, la nanotecnología y el resto de avances? Por supuesto que no; son herramientas y recursos maravillosos, siempre y cuando sean utilizados para el bien, es decir, aparejados con la ética, como ya advirtió Eric Drexler en los comienzos de la nanotecnología; y siempre que no se pierda de vista el sentido común y la mesura. Quienes me leen ya conocen una de las frases que suelo repetir en este mundo de estridencias y excesos: “Ne quid nimis”, esto es, “nada en demasía”. Claro que me encanta Internet y lo disfruto, pero dosificado y cuando elijo. Jamás hago caso a los “bombazo”, a los “clickbait” o a lo que me recomienda el “feed”, por lo cual tengo al algoritmo muy despistado. Aparte de considerarlo una estrategia fraudulenta, imitar a los tabloides no es el estilo periodístico más digno.
Nos preguntamos qué pensaría ahora Alan Turing, conociendo el uso que los poderes oscuros están haciendo de su invento que, lejos de defender y preservar la correcta evolución humana de acuerdo a su esencia, están intentando un control total por medio de su sueño de juventud. ¿Y la muerte de otro genio como él, que no tenía la conciencia tranquila por si lo que había contribuido a crear podría ser nefasto para la humanidad? ¿Justifica el sacrificio de tantos animales, personas y árboles para generar la energía que la IA, la paranoia de los diseñadores del mundo y la central de datos requiere? ¿Merece la pena destruir tanta vida y desertizar nuestros paisajes milenarios? ¿Por qué están destruyendo la Creación? ¿Por qué nos odian tanto? ¿Quizá porque somos hijos de Dios y ellos trabajan al servicio del Mal? Pocas cosas están tan claras en este mundo de interrogantes y misterios.