Keir Starmer, premier británico, dixit, escasas calendas ha: «No se podrá trabajar en el Reino Unido sin identidad digital. Así de simple”. Pocos después, el mismo Starmer: «Viene un mundo nuevo», papelera restaurada al anunciar una crucial modificación en el Sistema de Insalud. En Estonia, la identidad digital permite votar, gestionar historiales satanitarios y acceder a servicios (des)educativos. En Australia y Dinamarca, los usuarios emplean apps oficiales para identificarse en organismos públicos o bancos. En India, el sistema Aadhaar, clave. En Suiza, el proyecto de ley para la introducción del sistema de identificación digital fue respaldado recientemente por sus di-puteros por amplísima mayoría. En la UE se activará el próximo 12 de octubre su nuevo sistema digital de control de fronteras. En Centro y Sudamérica, los Sistemas de Identificación Digital existen en algunos países como Uruguay, Chile y Brasil. Estos sistemas suelen incluir una tarjeta de identidad electrónica (comúnmente llamada e-ID) o una aplicación móvil con credenciales digitales. Concretamente en México, Clave Única de Registro de Población (CURP), a través de la plataforma Llave MX. Y en Vietnam, cerrando 86 millones de cuentas bancarias que no pasaron nuevos controles biométricos. Y Larry Ellison, Oracle, ansiando que sea biométrica y global ya de una puñetera vez. Y acelerando también el asunto de la moneda digital, todo tan conexo.
La marca de la bestia
En primer lugar, identificación digital para que todos se registren en un universal blockchain (cadena de bloques), una suerte de colosal «libro» descentralizado que registrará digitalmente todo. Repito, todo. Lo segundo, la definitiva y completa eliminación del efectivo y la implantación de monedas digitales programables centralizadas (CBDC). El crédito social, añadiéndose poco después al asunto. Y si no cumples, pueden cancelar tus “resilientes” cuentas bancarias, impedir tu movilidad “inclusiva”, alquilar una queli “sostenible” en ciudades “inteligentes” de 15 minutos, poder acudir al matasanos y, por supuesto, abolir tu sacrosanto derecho a trabajar para obtener parné y poder (malamente) mantener a tu familia. Vigilancia y control totales. De linaje chino, desde luego.
La posibilidad de trabajar, o la capacidad de comprar y vender controlada por una identificación digital manipulada por un gobierno mundial centralizado, recuerdan poderosa y completamente a lo que se conoce como la marca de la bestia. Libro del Apocalipsis, 13, 16-17: «Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha o en la frente; 17 y que nadie pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre”.
El versículo 15 del citado decimotercer capítulo sostiene: «Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase». Por otro lado, Jesucristo, hablando con sus discípulos, les preguntó de quién era la imagen en una moneda romana (Lucas 20, 24). En aquel entonces, la bestia era César, pero su imagen era, obvio, la moneda. La imagen de la bestia también es la moneda, pero en esta ocasión creándose entonces una imagen digital de la bestia.
En cambio…
…Si rechazas la identificación digital (insertada subcutáneamente, por ejemplo, en mano o frente), se detiene el meollo de la tiranía, porque entonces no podrán controlarte ni a ti ni a tu dinero. Si la peña no cumple, esto fracasará estrepitosamente. Ojalá.
Jamás, bajo ningún concepto y pretexto, aceptar una identificación digital. Si eso significa perder una cuenta bancaria, que así sea. No vivir como esclavo en un gulag digital, jamando de paso pan de harina de insectos, tras lo poco, poquísimo que quede tras una Tercera Guerra Mundial.
En fin.