Novak Djokovic, el tenista serbio con 24 títulos de Grand Slam y considerado durante años el orgullo máximo de su nación, ha tomado una decisión drástica que ha sacudido al mundo del deporte y la política balcánica: abandonar permanentemente Serbia para establecerse en Atenas, Grecia, junto a su familia. La mudanza, confirmada en las últimas semanas, responde a una feroz campaña de desprestigio orquestada por el Gobierno serbio y medios afines al presidente Aleksandar Vučić, que lo han tildado de «traidor» y «falso patriota» tras su apoyo público a las masivas protestas estudiantiles contra la corrupción y el régimen autoritario. Fuentes cercanas al deportista revelan que la presión ha escalado hasta el punto de hacer insostenible su vida en Belgrado, donde sus hijos fueron matriculados en escuelas locales hasta hace poco.
Esta no es solo una mudanza personal; representa un quiebre simbólico en un país donde Djokovic era un ícono intocable. El tenista, de 38 años, ha combinado su cosmopolitismo global con un profundo arraigo serbio, forjado en los traumas de la guerra de los Balcanes de los 90. Sin embargo, su respaldo a las manifestaciones –iniciadas en noviembre de 2024 tras el colapso de una marquesina en la estación de tren de Novi Sad, que dejó 16 muertos y destapó presuntas irregularidades en contratos con empresas chinas– ha invertido esa narrativa. Vučić, en el poder desde 2012 y acusado de autoritarismo, control de medios y justicia, ha calificado las protestas como un «intento de revolución orquestado por agentes extranjeros», y ha extendido esa retórica a Djokovic.
Las protestas estallaron el 1 de noviembre de 2024, cuando una marquesina en la estación de Novi Sad se derrumbó durante obras de renovación adjudicadas a una firma china, causando la muerte de 16 personas, entre ellas estudiantes y trabajadores. La indignación por la corrupción –incluyendo opacidad en licitaciones y negligencia oficial– movilizó a miles de universitarios, que bloquearon universidades y exigieron elecciones anticipadas, dimisión de Vučić y un Estado de derecho real. Desde entonces, las manifestaciones han sido multitudinarias: el 15 de marzo de 2025, unas 300.000 personas tomaron las calles de Belgrado en la mayor protesta desde los 90, con lemas como «Pump it up» (inflar, para mantener la presión) que Djokovic adoptó simbólicamente en Wimbledon.Djokovic, inicialmente discreto, rompió su silencio el 18 de diciembre de 2024 con un mensaje en X (antiguo Twitter): «Como alguien que cree profundamente en la fuerza de los jóvenes y su deseo de un futuro mejor, considero que es importante que su voz se escuche. Serbia tiene un enorme potencial, y la juventud educada es su mayor fortaleza».
En enero de 2025, dedicó una victoria en el Abierto de Australia a una estudiante atropellada durante una protesta. Durante el torneo, criticó la violencia policial: «Mi apoyo va siempre a los jóvenes, a los estudiantes y a todos aquellos a quienes pertenece el futuro de nuestro país. Lo que sucede es inaceptable; son escenas horribles. Siento solo simpatía y apoyo por quienes protestan».
En marzo, compartió imágenes de la marcha de Belgrado con el pie: «¡Histórico, magnífico! Con vosotros, Novak».
Estos gestos, amplificados por su estatus de «hijo pródigo», fueron el detonante.La respuesta del Gobierno fue inmediata y desproporcionada. Vučić, que en 2022 defendió públicamente a Djokovic durante su deportación de Australia por negarse a vacunarse contra el COVID-19 –llegando a llamarlo «el orgullo de Serbia»–, cambió de tono. En un mitin bajo el lema «No cedemos Serbia», leyó cartas de niños que lo idolatraban, pero medios progubernamentales como Informer y Večernje Novosti lanzaron titulares como «Djokovic, el traidor que huye» o «Falso patriota que usa Serbia para su imagen».
El presidente lo acusó directamente de «traición» y «falta de patriotismo», argumentando que sus declaraciones alentaban el caos. Analistas como el profesor Vladimir Protić explican que para Vučić, «narcisista y ofendido», el apoyo popular a Djokovic como posible candidato presidencial en redes sociales era intolerable.
La represión se extendió: más de 100 profesores fueron despedidos por respaldar las protestas, y la policía usó gas lacrimógeno y porras contra manifestantes desarmados.
Djokovic, temiendo por su familia –esposa Jelena y hijos Stefan (9 años) y Tara (7)– optó por el exilio. «Espero que los ánimos se calmen. Las cosas han escalado demasiado; estamos al borde de una guerra civil», confesó en una entrevista reciente.
Djokovic llegó a Atenas a finales de agosto de 2025, instalándose en el exclusivo barrio de Glyfada, al sur de la capital griega. Allí, ha matriculado a sus hijos en una escuela privada bilingüe, ha entrenado en clubes locales con Stefan y ha iniciado trámites para un «visado dorado» –permiso de residencia por inversión de al menos 250.000 euros en inmuebles–.
El vínculo ortodoxo entre Serbia y Grecia ofrece un «amparo espiritual», como describe el diario ABC, recordando que Djokovic se ha sincerado como «hijo de la guerra» y cristiano devoto.
Se reunió dos veces con el primer ministro griego Kyriakos Mitsotakis, quien lo recibió como «embajador de los Balcanes».
En el plano deportivo, el impacto es inmediato. Como propietario del ATP 250 de Belgrado, lo ha trasladado a Atenas (2-8 de noviembre de 2025), renombrado Hellenic Championship, para cumplir requisitos del visado y evitar boicots en Serbia.
«Siempre quise que se jugara en Belgrado, pero las condiciones no son favorables. Esperamos mejores tiempos», declaró en el US Open, donde cayó en semifinales ante Jannik Sinner. Planea abrir una academia de tenis en Grecia, extendiendo su Novak Tennis Center.