Pascual Uceda Piqueras
Doctor en Filología, especialista en Cervantes y escritor
A estas alturas del combate, no percibir que detrás de todas las masacres que han venido golpeándonos en los últimos tiempos, justificadas de manera sistemática por unos organismos institucionales corrompidos hasta el tuétano, se encuentra una mano negra –pezuña sulfurosa, diríamos mejor– dirigiendo su zarpada con inquina hacia el género humano, constituye no solo un insulto a la inteligencia de la que somos depositarios como criaturas divinas, sino el síntoma más evidente del riesgo cierto que corremos de desaparición como especie sapiens.
En este nuevo orden distópico, que avanza implacable socavando con crueldad los cimientos sobre los que se asienta nuestra milenaria tradición occidental, juega un papel decisivo el elemento humano; en cuanto a que somos nosotros mismos, desde las diferentes posiciones que ocupamos en la estructura social (de dirigentes políticos de diferente pelaje a correveidiles a sueldo de la administración, pasando por abrecompuertas, vigilabozales, pinchoadictos y pirománticos), los principales impulsores de nuestra propia destrucción.
Descuella aquí la imagen de aquella siniestra Danza de la muerte de la literatura del siglo XV, donde seres zombificados, que gozan de privilegios en la escala social, bailan alrededor de la tumba a la que ellos mismos, ignorantes de su destino, no tardarán en ser arrojados. ¡Pobres diablos! Todos danzan al son de los mismos intereses personales a cualquier precio. Hoy, quizás, la cuestión sea más sangrante, dada la inminencia de unos tiempos que parecen apuntar a un hipotético final; pues llegan a creerse que han sido elegidos como herederos del nuevo-viejo reino que surgirá de entre los escombros de nuestra amada civilización humana.
Y a las pruebas me remito. Como así ha ocurrido con el insólito y abracadabrante incendio de Los Ángeles, en EEUU, que amenaza con arrasar toda la ciudad. Allí el Maligno tampoco ha tenido ninguna consideración con las posesiones de sus más fieles correligionarios. Porque los chalés holliwoodenses también están siendo abrasados por ese mismo Ángel Exterminador. Pasto de las llamas, la meca del cine se chamusca ante la insólita mirada de propios (los laureados egos que vendieron su alma al diablo por la fama cinematográfica) y extraños (los pobrecitos televidentes que sufren en silencio, como las hemorroides, el infortunio de su actor favorito). Nadie escapa al zarpazo de la bestia.
Agua y fuego es la consigna de la destrucción que rige en nuestro mundo desde tiempos inmemoriales. Y agua y fuego es lo que, con pocas semanas de diferencia, ha sido utilizado por esa “mano en la sombra” para provocar, sin el menor asomo de humanidad y con la frialdad de un asesino en serie, la devastación de la ciudad de Valencia y la más reciente de Los Ángeles, respectivamente. Una y otra, situadas en la misma franja del paralelo terrestre (entre el 34º y el 39º, con apenas cinco grados de diferencia), pero casi opuestas en longitud; como así se corresponde, en otro plano de la percepción, entre el elemento agua y el elemento fuego. Ambas ciudades, además, con estrechos lazos que las unen a un pasado eminentemente religioso, como se deduce del primer nombre con el que fue conocida la ciudad de Los Ángeles por el explorador español Juan Rodríguez Cabrillo en 1542: Ciudad de Dios. No habrá de extrañarnos, pues, la manifiesta voluntad del Maligno por arrasar la obra de su eterno rival, en esa batalla ancestral en la que nos encontramos sumidos entre el Bien y el Mal.
Esta lucha global, que nos asola y nos consume de manera selectiva, trasciende esa primera escala de la percepción; aquella en la que las personas, incapaces de asumir la gran verdad de que nuestro mundo no es, ni por asomo, lo que nos han contado desde tenemos uso de razón, abren sus ojos al fin a una realidad que permanecía oculta tras años de discursos apologéticos y conductas aborregantes.
Porque, esta oleada de genocidios sucesivos, servidos en bandeja de plata en forma de “plandemias chinescas”, “climáticos cambios” vaticinados por augures con carnet, pinchazos en vena so pena de no viajar a Disneyland París y resto de perversiones que irán surgiendo para mayor deleite y regocijo del Señor de las Moscas, no tienen su origen en la naturaleza humana (contraviniendo aquí lo que decía Hobbes, de que “el ser humano es malo por naturaleza”), sino que se trata de algo que supera el ámbito de lo terrenal para adentrarse en lo universal. Nos hallamos, pues, en esas regiones tradicionalmente abonadas por la fábula y el mito, que será el escenario donde habrá de dirimirse la verdadera partida que decida la suerte que haya de correr nuestra civilización. Comprender esto significa dar un paso más en la tarea de visualizar una realidad sutilmente escamoteada desde la cuna, que además es necesaria para poder enfrentarse a ese enemigo invisible que habita en las profundidades de la sociedad y que mueve sus hilos entre bambalinas manejando a sus sicarios como títeres de un guiñol del que ya todos intuimos su final.
En este escenario apocalíptico que tenemos a las puertas, nuestra supervivencia pasa por asumir, en principio, la naturaleza espiritual del conflicto como una guerra abierta al género humano; y, en segundo lugar, en la necesidad que tenemos de estudiar a ese enemigo invisible al objeto de prever sus golpes con antelación. En este sentido, no debemos dejarnos guiar por esas voces que, tratando de cortar el acceso a ese segundo grado en la comprensión del conflicto de naturaleza espiritual que venimos aduciendo, claman por la cabeza de tal o cual responsable político, en su intención de desviar el foco del verdadero artífice de las matanzas. Es por ello que nuestras miras deben ser más altas, y centrarse no en aspectos terrenos afectos a las trifulcas políticas u otros condicionantes de similar intención disuasoria, sino en los modos habituales en los que esas huestes de lo oscuro suelen desarrollar sus actividades satánicas con el resultado que ya todos conocemos.
Por otro lado, esa misma creencia que tenemos de que la verdadera batalla se está librando en el plano espiritual, nos ha llevado a tener una idea aproximada de las estrategias utilizadas por estos sicarios del inframundo para llevar a cabo sus siniestros planes de exterminio disfrazados de catástrofes naturales. Un ejemplo de ello lo tenemos en la necesidad que tienen de avisar, como si de un juego siniestro de ocultar la clave se tratara, de la próxima catástrofe a perpetrar (mediante el primado negativo, celebraciones multitudinarias, eventos internacionales de gran trascendencia o determinadas declaraciones de líderes políticos o personajes influyentes en la sociedad), o también, en la idea que tienen de servirse de los lugares más influyentes del mundo con relación a la tradición espiritual de Occidente, para asestar allí su ataque indiscriminado.
En este orden de cosas, y con la intención de adelantarnos a la tragedia y así tratar de evitarla, podríamos preguntarnos: ¿dónde podrían ubicar el siguiente zarpazo de la bestia? Porque lo que es seguro es que ello se producirá más pronto que tarde. En realidad, no resulta en exceso atrevido proponer, una vez se posee una visión panorámica del conjunto de todas las calamidades que han venido aconteciendo desde la caída de las Torres gemelas en 2001, un modus operandi con relación a los objetivos a batir por esos mercenarios a sueldo del Gran Embustero. Ese mismo al que también podríamos dirigirnos como al Gran Destructor o el Gran suplantador, por su querencia a destruir los lugares de este mundo donde mayor y con más fuerza se haya desarrollado la figura y la doctrina del Salvador de la civilización occidental, Jesús. La finalidad es clara en algunas de las catástrofes en las que asoma, de manera indiscriminada, la pezuña de esa bestia milenaria en su intención de destruir la obra que informa la conciencia de Occidente, el cristianismo, para plantar sobre los rescoldos arrasados la semilla de un Mal que nunca habrá de germinar.
Algo parecido ocurrió en París con el incendio de la catedral de Notre Dame en 2019, pocos meses antes del genocidio del 2020, que supuso un desafío abierto de los adoradores de Saturno contra el mundo cristianizado. La consigna debía ser clara: hay que destruir cualquier asomo de conciencia espiritual que refuerce al ser humano a resistirse a su paulatina conversión satánica. Y el genocidio por inmersión de Valencia no hace sino confirmar nuestras hipótesis. No en vano, la ciudad del Turia es el lugar donde se custodia una de las reliquias de mayor carga simbólica del cristianismo: el grial. En este sentido, arrasar con Valencia implicaría, desde esa perspectiva espiritual que venimos señalando, asestar un golpe muy duro a la conciencia de Occidente; en cuanto al atrevimiento del Maligno a cobrarse un objetivo de tan alta estima universal. Y qué decir del infierno en que se ha convertido Los Ángeles, cuyo nombre actual, además del primero, la Ciudad de Dios, constituye una invitación a borrar la memoria de aquellas conquistas españolas para mayor gloria de la fe y del imperio que más hizo en la defensa contra el Maligno. Incluso, desde otra perspectiva igualmente espiritual, podría considerarse como una rememoración de la bíblica destrucción de Sodoma y Gomorra, como así se desprende de la letra de la canción de los Eagles, Hotel California; pues habría sido igualmente presa de las llamas por motivo de la depravación de sus habitantes asociada, en el caso de Los Ángeles, a la búsqueda de la fama a cualquier precio. En este último caso que hemos planteado, el Maligno estaría jugando a suplantar al Dios bíblico en su función de juez y verdugo por los pecados contraídos.
¿Dónde situar, pues, el escenario de la próxima devastación? Dado que Jerusalén, principal foco de la espiritualidad desde antiguo, ya se encuentra en continua devastación, y que el Vaticano sigue tan intocable como siempre –¿será que nos encontramos ante la mismísima guarida de la Bestia?– no parece muy atrevido suponer que el próximo zarpazo del Cornúpeta se dirija hacia el tercer foco de la cristiandad donde anida, todavía en buen estado de forma, la conciencia de Occidente: Santiago de Compostela. No en vano, y en relación con el genocidio de Valencia –que no DANA– sabemos que, en la ciudad de León, a cuyo reino pertenecía la Galicia compostelana, se encuentra ese segundo grial que pugna en autenticidad con el que se encuentra en la catedral de Valencia. Nos referimos al llamado grial de doña Urraca. En este sentido, ¿nos hallaríamos ante un caso similar al acontecido en Valencia, donde el objetivo espiritual determina el escenario de la devastación? Porque no solo es el grial como objeto de culto, sino toda la región de Galicia la que se considera como la tierra del grial: ese antiguo finisterrae donde acababa el mundo conocido y comenzaba la trascendencia.
Me llega la noticia, en el momento en que termino de redactar este artículo, de que en la pasada madrugada de hoy domingo día 13 de enero se ha registrado un movimiento sísmico de magnitud 3.2 con epicentro en el municipio pontevedrés de Barro (a escasos 50 Km. de Santiago de Compostela) y percibido en más de 200 localidades gallegas. Por fortuna, y en esta ocasión, no hay que lamentar daños ni heridos.
¿Nos hallamos ante un nuevo caso de geoingeniería al servicio de esos poderes oscuros que pretenden destruirnos física y espiritualmente? De momento solo es un aviso. Saque cada cual sus propias conclusiones.
Las mafias más grandes que tenemos son la ONU,WEF y la Unión Europea para las cuales trabajan todas las naciones, estas mafias además de criminales son satánicas y hacen sacrificios a Lucifer que es el dios de este mundo al que adoran los masones y los sionistas, la mayoría de los eventos que se están produciendo en estos tiempos y que parecen naturales y nos dicen que es por culpa del cambio climático los causan los mismos criminales para someter a la humanidad a la peor de las tiranías jamás vividas.
Ojo, las siguientes serán por los elementos tierra (terremotos, desprendimientos, avalanchas de canchales…), Y el elemento aire (huracanes, tifones, etc)…