miércoles, diciembre 25, 2024
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La estupidez hecha carne

Suele decirse que, en el mundo de los ciegos, el tuerto es el rey, así debe sentirse nuestro presi después de creer habernos quemado los ojos. También se suele decir que, una mentira se convierte en verdad si se repite de manera programada y estudiada, partiendo de mentes débiles y carentes de inteligencia. Lo peligroso de todo ello es comprobar como la falsedad se convierte en lo auténtico y verificable, como lo malo pasa a ser lo bueno o lo estúpido lo más sabio. Convertir a la ocurrencia en lo inteligente forma parte, de ese modo, en lo que podría describirse como folclore cultural.

El hecho de convertir lo estúpido en frecuente y el sentido común en peligroso y pecaminoso forma parte de las estrategias de la ingeniería de masas, siendo que, logrado el objetivo, el sujeto emplea creencias de usar y tirar como se cambia de ropa interior o decide buscar otra pareja. Lo que se piensa ha de cumplir una función satisfactoria, las ideas están ahí para hacernos felices, sin que tengamos que preocuparnos absolutamente por nada pues todo está bajo control, aunque no sepamos de cuál estamos hablando. Es el hedonismo perfecto del principio de libertad infinito en el que el goce no tiene límites conocidos ni ha de tenerlos, y, de haberlos, se considera una vulneración a nuestro sagrado derecho a vivir a manera plena, con estrategias tan amplias que la imaginación se nos queda corta y, por fin, logramos el sagrado sueño tras tanto sufrimiento y frustración, cual píldora maravillosa que nos inhibe el neocórtex y nos impide pensar, convirtiéndose en la puerta a la estupidez.

Suele ser lo normal en muchas personas creerse cuentos tan insostenibles en sus argumentos lógicos como en las terribles consecuencias que tienen en quienes creen en ellos. Es el mundo donde la gente vive en la fantasía, sin necesidad de ilación ni de contextualizar, sino de pensar sólo por gusto porque en ese momento no me siento muy bien y necesito algo para salir de un problema que no puedo resolver, con lo que se consigue que las dificultades desaparezcan por arte de magia, así hasta que lleguen a ser prácticamente inexistentes. Cuando se llega al punto en el que la gente piensa de manera estúpida e irreflexiva, cuando se ha anulado la inteligencia y se actúa en el marco de la costumbre porque ahí hay seguridad y control sobre lo que ocurrirá después, considerar la fantasía como meta no es descabellado, aunque no se haga absolutamente nada para conseguirla. Es así como muchas personas se plantean sus proyectos de vida, sin bases sino como tótems.

Lo estúpido, convertido en sustancial, aprovechable, delicioso, hasta imbuirnos en lo más sagrado, nos hace creer que la inteligencia reside precisamente en no hacer nada porque el universo nos dará lo que necesitamos porque sí. No cabe ni el trabajo, ni el esfuerzo. Incluso el organigrama social está de más. Nuestro solo deseo nos convierte en una especie de magos, sin necesidad de pasar por Hogwarts, porque ya nacimos con todos los hechizos y palabras mágicas para ser personas exitosas y admiradas, el gran sueño de cualquier ser humano que se caiga en esa trampa. Todo ello conduce a acciones torpes, sin consistencia, sin que el sujeto se pregunte ni qué hace, ni por qué, ni para qué, ni a quién va a beneficiar y, peor aún, a quién va a perjudicar. Se actúa con impulsos tan simples que ni nuestras mascotas lo hacen de ese modo, ni los niños que empiezan a comprender qué es el mundo; sin embargo, nos encontramos con que ciertos adultos que, supuestamente deberían de ser más inteligentes, precavidos, haber aprendido de sus errores y haber descubierto la diferencia entre el bien y el mal, se comportan con una chulería propia de matones de barrio de un grupo mafioso.

Ya han asumido que la mentira es la verdad, que actuar inteligentemente exige trabajar racionalmente, algo que no desean hacer, al considerarlo una deshonra para su status pues sus creencias son de una estirpe superior a la mundana y se creen tan sabios que sus ideas ya los llevan al éxito, como el que creyera en los cuentos que nuestros padres nos contaban antes de cerrar nuestros ojitos. Forman parte de la sociedad donde si se genera caos, da igual, si hay gente que muere es por ley natural, si se sufre es porque eso hace que otros disfruten, digamos que compensan la balanza, donde el esfuerzo no sirve para nada porque todo ya está hecho y para qué voy a aprender, mucho menos reconsiderar mis errores, pues eso supondría un acto de pura deshonra ante los demás. En definitiva, de quien dice “yo estoy bien”.

Cuando la civilización occidental camina a pasos agigantados a la estupidez, en la que cuanto más torpe se sea mejor, cuanto más ciego y menos veamos a los demás más exitosos seremos de cara a la galería y cuando nuestra ignorancia sea el buque insignia y la inteligencia sea considerada una pérdida de tiempo y una deshonra, sólo para los que se consideran que practican la supina estulticia, tenemos un serio problema.

Esto se observa en el proceder de la clase política, que adopta hábitos propios de la mafia más descarada y delante de nuestras narices, se puede ver en quienes aplauden con las orejas en vez de con las manos o en quienes no desean resolver sus problemas porque ni tan siquiera saben que existen y odian a quienes se los muestran, hasta niveles viscerales y criminales, en no pocos casos.

Películas como “El más inteligente de planeta” o “No mires arriba” ya nos describen este tipo de escenario en el que la estupidez es igual a cultura general, a modo de aviso sobre lo que ya han planificado y están consiguiendo: que la masa sea una mancha deforme de personas sin principios ni finales, que vivan con menos motivos o creencias que la que podrían tener los estromatolitos hace más de 3.500 millones de años. 

Los signos de estupidez, de maldad, de soberbia, de orgullo fatuo, de ego, devienen emociones contagiosas al estilo de cualquier enfermedad y la inteligencia es el único antídoto posible; el problema está en que habremos de ser conscientes de nuestro infierno, de nuestra muerte, de nuestro dolor, de nuestro sufrimiento y de nuestras armas, que para eso hay que saber que existe el otro, algo que el egoísmo capitalista nos ha dejado como lección inversa: sálvese quién pueda, hasta que se acabe la civilización y, entonces, seré el único superviviente. ¡Qué lujo!

 

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2 COMENTARIOS

  1. Estos sicarios satánicos abandonaron la esencia humana para transmutarse en otra cosa. Adjetivos humanos como estúpidos no les cuadran, les cuadran otra clase de calificativos

  2. Esto nos sirve de moraleja,para no imitarles para no seguir sus pasos,para no obedecerles.

    A menudo nos creemos saber más, de lo que realmente sabemos,así que las buenas intenciones son insuficientes hay que aprender cada día,hay que seguir encontrando información útil.

    Y por supuesto desarrollar la paciencia,la humildad,por qué nosotros somos humanos y no dioses.

    Seguid así equipo del diestro!,un saludo.

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