jueves, diciembre 12, 2024
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Cuando la vida le gana la partida a la muerte: Personas que han sobrevivido al aborto y que ahora viven

En un artículo anterior hablábamos de los niños abortados que nacían vivos y se les dejaba morir en un rincón, cumpliendo con los siniestros protocolos. En este, presentamos una relación de personas que han tenido mejor suerte: las abortaron, pero consiguieron vivir. El caso de Gianna Jessen es uno de los más conocidos mundialmente, porque su historia la cuenta ella misma en sus conferencias y se puede ver en YouTube.

Su madre estaba embarazada de varios meses y fue a que le practicaran un aborto salino (inyección en la placenta de cloruro potásico para quemar al feto por dentro y por fuera). Los bebés por aborto salino nacen muertos y color casi negro por las intensas quemaduras. Es uno de los más dolorosos. Gianna Jessen nació viva, con un kilo de peso y varios problemas neurológicos que aún tiene. Fue adoptada cuando tenía algo más de tres años. Ella creía que sus problemas físicos eran debidos a su nacimiento traumático por ser prematura. Cuando un día quiso saber más, su madre adoptiva le contó que su madre biológica tenía 17 años y la había abortado. Gianna siempre lo había intuido. 

Sus conferencias son muy emotivas y agitadoras de conciencias. Dice Gianna: “Si el aborto reivindica el derecho de las mujeres, ¿cuáles fueron los míos? Les dejo el enlace, donde pueden escuchar su testimonio. ¡Prepárense para llorar! Y también para comprender aún mejor, el horror de esta peste que ha contagiado a nuestra sociedad, sin apenas remedios contra ella.

Patricia fue concebida por un impulso irresponsable. Sus padres querían divorciarse, pero en ese momento la ley exigía que llevaran un año separados. Mientras esperaban el momento de la firma, la madre se quedó embarazada y, como era un obstáculo para su divorcio, decidió abortar. Después de tres intentos nació una niña viva, a la que sus padres rechazaron y fue llevada a una casa cuna. Le pusieron nombre y fue adoptada. Pero sus heridas prenatales habían dejado una huella imborrable. Era una niña arisca, con grandes problemas afectivos, y huía de toda manifestación de cariño como abrazos o caricias. Cuando llegó a la adolescencia sentía que no era muy querida e intentó suicidarse. Esta vez también sobrevivió. Después, durante el tratamiento psicológico conoció la historia de sus padres y su nacimiento traumático.

Este caso es muy entrañable. Sucedió en la Cuba comunista, donde abortar no solo es libre sino aconsejable, y, en algunos casos, obligatorio. Afortunadamente, hay personal médico provida que, a veces, protagoniza milagros dignos de ser inmortalizados. La mamá del niño protagonista de nuestro relato andaba por los cuarenta años cuando se quedó embarazada. Por temor a que naciera con síndrome de Down o alguna otra malformación se le aconsejó que abortara y así lo hizo. El aborto consistió en la introducción mediante una sonda en el cuello del útero de una elevada dosis de rivanol, sustancia amarillenta que produce fuertes contracciones y provoca la expulsión del bebé. En muchas ocasiones, dependiendo del tiempo de gestación, el niño nace vivo y llorando. Esta fue una de ellas. Pero unos hechos providenciales cambiarían el destino del recién nacido. Ese día se encontraba trabajando una enfermera nueva, sin experiencia, y al ver que el niño estaba vivo lo llevó corriendo a la unidad de cuidados intensivos de neonatología. Normalmente, cuando los niños nacen vivos se les aparta y mueren enseguida debido a su inmadurez pulmonar. Como el bebé había nacido con suerte, ese día estaba de guardia un médico provida. Gracias a los cuidados de los dos profesionales sanitarios, el niño, llamado cariñosamente “Rivanolito” es hoy un chico normal físicamente, salvo una dolencia asmática causada por el abortivo.

Kristen decidió abortar a escondidas de su madre que trabajaba como voluntaria en la organización Birthright (Derecho a nacer). La misión  de la progenitora era asesorar a las mujeres embarazadas y darles apoyo moral. Con su hija hizo lo mismo. A pesar de ello Kristen acudió con una amiga al centro de Paternidad Planificada, dependiente de la IPPF, y le practicaron un aborto. Cuatro semanas después volvió a hacerse una revisión al centro de planificación y le dijeron que aún seguía embarazada. Le propusieron hacerse otro aborto, pero Kristen, que ya se había arrepentido, se negó. Acudió con su madre a un ginecólogo privado y, tras examinarla, le dijo que estaba esperando una niña. La vio moverse por el ultrasonido y escuchó su corazón. Sin embargo, el médico le dijo que el bebé no era completamente normal. Aun así, quiso seguir con el embarazo. Unos meses después nació una preciosa niña de tres kilos de peso y perfecta, a quien pusieron de nombre Lauren.

Maggi Muñoz era madre soltera de cuatro hijos. Cuando se volvió a quedar embarazada le aconsejaron que abortara. Ella estuvo de acuerdo y acudió a la clínica donde le practicaron un aborto. Al menos, eso creyó. Más tarde acudió a su ginecólogo y comprobó que seguía embarazada. Mediante una ecografía pudo ver al bebé, que entonces tenía quince semanas de gestación. Unos meses después nació Yamile, una niña preciosa y sana.

Otro niño superviviente al aborto es Joshua Vandervelden. Su madre se hizo un aborto que, como en los casos que acabamos de exponer, resultó fallido. En la actualidad, él y su madre Linda viven en Wisconsin en una casa al lado de una clínica abortista. Los dos son activistas provida. Tienen un eslogan que dice: “No podemos olvidar a los niños abortados”.

Aunque Nicole se resistía a abortar, su novio insistía y prácticamente la obligó. En la clínica le inyectaron metotrexato, un potente químico para destruir al bebé. A las pocas horas se arrepintió, llamó al centro de abortos y le dijeron que ya no se podía hacer nada porque el feto estaría ya muerto. Acudió al doctor Steven Roth, especialista del Genesis Women´s Center, y este le recetó leukovorina, un fármaco utilizado para paliar los efectos de la quimioterapia en enfermos de cáncer. Era la primera vez que lo hacía, pero fue un éxito. El fármaco no solo contrarrestó el efecto del abortivo, sino que preservó al bebé de malformaciones y nació completamente sano.

Cuando Tina estaba tendida en la camilla del ginecólogo sintió su cuerpo estremecerse mientras él manejaba la cureta. Después le recetaron antibióticos y la enviaron a casa. Dos meses después, su médico la volvió a examinar y comprobó que seguía embarazada. Entonces decidió tener al bebé. A las pocas semanas tuvo que ingresar por urgencias y mediante una cesárea nació su hijita de un kilo y medio de peso. La bebé milagro, como la denominó el médico que la ayudó a venir al mundo, se llama Heidi. En la actualidad, es activista provida, y con su madre Tina trata de concienciar a las mujeres para que no aborten [1]. 

El médico abortista que atendió a la joven hispana Rosa Rodríguez, de veinte años, estaba tan ávido de cobrar los 1.500 euros pactados por el aborto, que cuando ella quiso retractarse en el último momento, él hizo caso omiso y siguió adelante inyectándole el abortivo. Después la envió a su casa con la recomendación de que volviera al día siguiente. Esa misma noche tuvo que ser ingresada en el hospital debido a sus intensos dolores. Abortó una niña viva de menos de dos kilos de peso a la que le faltaba el bracito derecho que le había arrancado el matasanos. Por lo demás, es preciosa y sana. El médico fue condenado por este y siete casos más, y le fue retirada la licencia.

Un caso muy conocido entre los investigadores del aborto es el de la canadiense Ximena Renaerts que saltó a los medios de comunicación en 1998 a raíz de una indemnización millonaria a su madre adoptiva, por parte del Hospital General de Vancouver.

Esta es su historia: Nadine Bourne, de 22 años, fue ingresada en el citado hospital tras sufrir complicaciones por un aborto incompleto que le habían practicado tres días antes en otra clínica abortista. Iban a retirarle los restos del aborto, pero la joven dio a luz a una niña. Pesaba menos de un kilo, pero lloraba y jadeaba. Aun así, la abandonaron en una habitación destinada a almacenar los cadáveres de niños víctimas del aborto. Allí estuvo hasta que la enfermera supervisora la vio y ordenó la resucitación. Pero habían pasado 43 minutos sin recibir atención médica y los daños causados por el aborto se agudizaron. Pero sobrevivió. La madre biológica no se quedó con ella y fue adoptada por Margaret Renaerts, quien unos años después entabló un litigio por las secuelas, contra el Hospital General de Vancouver. El centro pactó extrajudicialmente una indemnización millonaria por daños y perjuicios.

En la actualidad, Ximena ronda los cuarenta, es cuadrapléjica, utiliza una silla de ruedas y, aunque puede hablar y gatear, tiene una edad mental de tres años. Para su madre adoptiva siempre fue su prioridad.

¿Alguien en su sano juicio y con un mínimo de sensibilidad puede seguir pensando que el aborto es un derecho de la mujer? ¿Podremos alguna vez poner fin al acto más abominable que puede cometer un ser humano?

NOTAS:

[1] Heidi Huffman. She Survived a Suction Curettage Abortion. Hispanics for Life, P.O. Box 9886, Torrence, CA 90501, (310) 549-4182.

(Datos tomados de mi libro Déjame nacer. El aborto no es un derecho).

 

Magdalena del Amo
Periodista, psicóloga, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.
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