El tradicional mensaje de Navidad de Felipe VI, pronunciado la noche del 24 de diciembre desde el Salón de Columnas del Palacio Real, se ha quedado en una homilía globalista.
Se ha centrado exclusivamente en culpar al «populismo» y la «desinformación» de los males de España, mientras ignora los problemas estructurales que afectan a su reino. En su duodécimo discurso navideño, este esclavo del Mundialismo, alertó de una inquietante crisis de confianza en las democracias, que alimenta los «extremismos, radicalismos y populismos», nutridos por la desinformación y el desencanto ciudadano.
Felipe, recordando el presunto cambio climático, mientras nevaba en el norte de España a un nivel superior a los 400 metros, defendió la «convivencia democrática» como una «construcción frágil» y llamó al diálogo, la ejemplaridad de los poderes públicos y la moderación, evocando los valores de la Transición y la integración europea. Sin embargo, defendió el establishment bipartidista y la agenda europea, invirtiendo el diagnóstico real de la nación. Pretendió ocultar al pueblo español que los verdaderos problemas de España no residen en el «populismo» ni en las «opciones soberanistas», sino en cuestiones como:
- El bipartidismo corrupto y entregado al globalismo, responsable de la devastación del sector agrario, el declive industrial y la precarización de generaciones enteras.
- Un Estado confiscatorio que, mediante un clientelismo desmesurado, prioriza su perpetuación en el poder sobre las necesidades de los ciudadanos.
- La inmigración masiva sin control, que esta dirigida a un reemplazo racial y cultural en barrios y ciudades, con impacto en las raíces cristianas y las libertades tradicionales de los españoles.
- Una crisis demográfica agravada por políticas que desincentivan la familia y promueven el aborto.
- La fragmentación territorial impulsada por nacionalismos periféricos, con la complicidad de quienes anteponen intereses partidistas a la unidad nacional.
Es irónico que el rey señale al «populismo» como amenaza, mientras defiende un «centro moderado» convertido en un vacío ideológico incapaz de defender la soberanía nacional ante Bruselas.
Felipe se ha convertido en un papagayo impuesto de discursos ajenos. Sería capaz hasta de alabar la antropofagia y la necrofilia, si se lo ordenara Moncloa, con la misma compostura». El objetivo de su plática incoherente tenía como único objetivo transmitir un mensaje que minimizara los ataques internos y externos a España y normalizar el declive del Régimen del 78, bajo una apariencia de templanza. El discurso se percibe como una consolidación del rey como figura alineada con el poder establecido, lejos de la neutralidad que exige su posición institucional. El mensaje, emitido por primera vez con el rey de pie, ha sido el más breve de su reinado, pero no ha evitado que se le notara descaradamente posicionado con aquellos que han traicionado a la patria y que contribuyen activamente a la decadencia de su propia Corona.

