El arzobispo Cobo tiene novio. Tócate los mismísimos, Mari Puri. Pero tampoco creo que esto le pueda extrañar a nadie. Estamos viviendo unos tiempos de tanto surrealismo y absurdo en España y en el mundo que la palabra surrealista se queda muy cortita. Tan corta como el propio ex pivot de la COPE (la radio de los obispos, recuerden), que es a quien debemos esta presunta información que, como veremos, NADIE en la Conferencia Antiepiscopal Expañola se ha apresurado a negar. ¿Será que no pueden o ni siquiera quieren hacerlo?

Y, ojo, que aquí nadie podemos tirar la primera piedra a nadie, o yo desde luego que no, pero el hecho de que un arzobispo pueda tener marido es más que un escándalo. Parece un giro de una película de Torrente, pero es la deriva que una Iglesia podrida por dentro ha emprendido desde hace demasiado tiempo.
Y no es lo peor de este personaje, ni mucho menos. Lo peor es la actitud en general de unos obispos falsos que honran a los que martirizaron al pueblo cristiano en el 36 mientras desprecian con gran desparpajo a esas verdaderas víctimas y campeones de la fe. Eso sí que es una cabronada, Cobo, y no el hecho de que ejerzas tu libertad para ser el nuevo Zerolo.
Pficerico afirma que Cobo “tiene novio” (y que es un chungo)
Durante la emisión de su programa, el pasado 20 de noviembre, el gran vocero del PP, Federico Jiménez Losdemonios, lanzó una afirmación que, en cualquier época mínimamente sensata dentro de la Iglesia, habría provocado un terremoto institucional: «Hay alguno que tiene al novio metido en todo tipo de asuntos… Me refiero a Cobo, el obispo de Madrid».
No voy a entrar —porque no debo ni puedo— a juzgar si lo señalado por Federico es verdad, mentira, rumor infundado, malicia o simple exageración radiofónica. Ése no es el punto relevante. Lo verdaderamente llamativo es que un vocero como él, con cientos de miles de oyentes, pueda decir públicamente que el arzobispo de la capital “tiene novio y metido en todo tipo de asuntos”… Y que la reacción social, eclesial y mediática sea prácticamente inexistente.
Ni gestos de sorpresa, ni desmentidos contundentes, ni defensa corporativa en el seno de la jerarquía. Ni el más mínimo sobresalto institucional ante semejante patada en las huevas por parte de un ex pivot de la COPE, ni más ni menos, cuyas aventuras son sin duda seguidas de cerca por la jerarquía anti-episcopal española.
Y eso, precisamente eso, es lo que debería inquietarnos profundamente. ¿Cómo puede ser que a todo el mundo le parezca de lo más normal que este traidorcillo de Cobo pueda tener marido?
Lo preocupante no es la acusación, sino que ya no sorprende y que nadie lo niega
Nos encontramos en una situación eclesial inédita: la percepción pública del episcopado se ha deteriorado hasta tal punto —tan asociada a la caricatura del “mariconeo” clerical, término duro, pero descriptivo— que acusar a un arzobispo de mantener una relación impropia del estado clerical no causa estupor, sino auténtica indiferencia.
No hablamos de moralina pasada de moda. Hablamos de la quiebra del vínculo simbólico entre el obispo y aquello que supuestamente representa para la Iglesia.
Si una sociedad oye que un arzobispo tiene novio y no se inmuta, aunque suene a chiste todo y a verdadero descojono general, significa que ese vínculo entre el pastor y el pueblo ya no comunica nada. Ahí es donde radica el verdadero derrumbe, aunque para mí lo peor no es eso, sino el lamentable papel de este personajillo en el abandono de todos los cementerios de los caídos y mártires de la Guerra Incivil y lo cobarde que ha sido en todo el proceso. Llegando, incluso, a acusarse mutuamente, con el jefecillo de la conferencia de obispillos ésa, de haber entregado el Valle de los Caídos al siniestro Estado que tenemos encima, cuando todos sabemos que esa traición es obra de estos dos desgraciados.
Si es que lo del noviete es lo de menos, Cobo. De hecho, a mí ni me extraña ni me importa, porque además no le considero obispo de nada, sino enemigo declarado de Cristo. Y yo tampoco estoy para lecciones de moralina, para qué os voy a engañar, aunque un pastor sí que debería no escandalizar (cuando menos) al pueblo.
El episcopado ha asumido como normal este chiste de Torrente
Este tipo de insinuaciones no surgen en el vacío. Pficerico sabe muy bien de lo que habla en cada momento y siempre cuenta con todo tipo de chivatos que le traen los escándalos a la mesa. Sin ir más lejos, su amiguete y compadre de intrigas: el infame Inda.
En los últimos años, los episodios de índole sexual, las contradicciones doctrinales, la blandura moral y la obsesión por la burocracia han configurado un ambiente donde la sospecha constante se ha convertido en el paisaje habitual de una falsa Iglesia corrupta, aunque todos deberíamos examinarnos a nosotros mismos y dilucidar si realmente no somos mejores que este obispillo de Satanás.
Lo acojonante es el silencio vaticano de siempre, porque estos falsos obispos suelen callar como verdaderas rameras de Babilonia. ¿Por qué no os venís arriba como cuando nos decíais asesinos o irresponsables a los que no queríamos darle a la aguja en 2021? Y ante una acusación tan seria en lo moral, aunque sea un chiste torrentil, en lugar de escuchar un “¿cómo te atreves…?” Lo que se oye al final es un resignado “bueno, hombre, que tampoco sería tan extraño…”.
La pérdida que experimentamos no es sólo de imagen: es pedagógica. Cuando lo anómalo ya no sobresalta, la conciencia moral se embota. Y no hay mayor escándalo que perder la capacidad de escandalizarse. Como suelo decir yo mismo, y conste que me lo aplica, lo peor es que no nos dé vergüenza ser tan sinvergüenzas.
Y si el arzobispo tiene novio, ¿qué más da?
Que un locutor diga lo que dijo Pfizederico no revela tanto sobre el tal Cobo como sobre el estado actual de nuestra Iglesia: una institución tan debilitada que puede recibir un torpedo directo a la base de su credibilidad episcopal sin que salte ninguna alarma.
Nadie pide linchamientos mediáticos.
Nadie otorga veracidad a una acusación que no puede comprobarse, pero es que aquí la actitud es de aceptación. Como cuando se dice públicamente que no es Letizia ni la Sartorius el gran amor de Felipe, sino que serán alguno o varios de sus abundantes novios imperiales: tampoco nadie en ese entorno se apresura a negar nada y hasta los absurdos seguidores del personaje siguen comentando los pormenores de la vida en familia del Letizio y «su mujer».
Pero el caso de un obispo como Cobo es más grave, claro, porque su misión es trascendental. Lo que se señala aquí es el silencio, la apatía y la actitud de “estas cosas ya no sorprenden”.
¿Cómo podemos tener semejantes obispos con la cantidad de curas santos y ejemplares que hay por todas partes? Ésa es la pregunta que me hago.
En un organismo sano, una insinuación así generaría una respuesta rápida y clara.
En un cuerpo anestesiado, o mejor dicho enfermo, este absurdo no provoca ni un tuit.
Y una Iglesia que deja pasar sin reacción aquello que amenaza su misión misma, empezando por los mismos pastores, acaba perdiendo su condición de obra de Dios en la Tierra para quedarse en simple decorado del que el mismísimo Zapatero estará encantado.
Ése es el auténtico problema: que todo da igual.
Y eso sí debería desvelarnos por las noches.

