sábado, diciembre 13, 2025
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El experimento con gallinas de William Muir del que debería aprender una sociedad española que va directa al desastre

En un contexto de creciente polarización y control gubernamental, la sociedad española se enfrenta a desafíos que ponen a prueba su cohesión colectiva. A menudo se asume que fomentar el talento y el éxito individual es la clave para el progreso social. Sin embargo, un experimento con gallinas realizado en la década de 1980 por el biólogo evolutivo William Muir de la Universidad de Purdue ilustra lo contrario. Este estudio, originalmente aplicado al mundo empresarial, ofrece una poderosa analogía para entender cómo el exceso de «superestrellas» individuales puede fragmentar una sociedad, facilitando derivas totalitarias. Adaptado al panorama español, revela lecciones cruciales sobre la necesidad de priorizar la inteligencia colectiva para resistir autoritarismos y construir una comunidad resiliente.

En 1983, la industria avícola priorizaba la productividad individual por encima de todo. La gallina Dekalb XL representaba el ideal: un ave diseñada para poner huevos a máxima velocidad, superando a cualquier competidora. Sin embargo, esta excelencia individual venía acompañada de agresividad extrema; las gallinas se picoteaban mutuamente hasta la muerte, obligando a medidas crueles como el recorte de picos para contener el caos.
William Muir propuso un enfoque alternativo y más humano: ¿qué pasaría si se criaran gallinas no por su rendimiento aislado, sino por su capacidad de funcionar en grupo? Dividió a las aves en conjuntos de nueve y midió la producción de huevos colectiva. En lugar de reproducir a las más productivas individualmente, seleccionó a las de los grupos que, en conjunto, generaban más huevos.

Tras seis generaciones, Muir creó lo que apodó en broma «KGB» (Kinder, Gentler Birds, o «Pájaros más amables y gentiles»). Estas gallinas no destacaban solas, pero en equipo eran excepcionales: producían más, vivían en paz y exhibían una «inteligencia colectiva» que superaba la suma de sus capacidades individuales.

El punto culminante fue la comparación con las Dekalb XL. Al final de un año, las gallinas colaborativas de Muir florecían, mientras que solo tres de las superestrellas individuales sobrevivían; las demás se habían eliminado entre sí. La conclusión era evidente: los grupos colaborativos no solo superan a los individuos dominantes, sino que son más resistentes ante adversidades.

Esta lección avícola se puede trasladar directamente a la sociedad española, donde una deriva totalitaria del gobierno –caracterizada por el aumento de controles, polarización inducida y erosión de libertades– explota divisiones internas para consolidar poder. Al igual que en las granjas de Dekalb XL, muchas sociedades modernas, incluida la española, han sido educadas en la competencia feroz: desde la escuela, con calificaciones individuales y oposiciones; hasta el mercado laboral, con ascensos basados en méritos personales; pasando por las redes sociales, donde se premia el «éxito viral» a costa de los demás.

En este contexto, el gobierno puede fomentar –o al menos beneficiarse de– un «exceso de individualismo»: ciudadanos convertidos en «supergallinas» que compiten por recursos limitados, acaparan información, difunden desinformación para debilitar a rivales ideológicos y celebran en secreto los fracasos ajenos. Esto genera una sociedad frágil, paranoica y desintegrada, donde el «picoteo» mutuo –en forma de confrontaciones políticas, culturales o económicas– distrae de las verdaderas amenazas autoritarias, como leyes restrictivas, vigilancia masiva o manipulación mediática.

Los psicólogos llaman a esto «el problema del exceso de talento»: cuando más del 50-60% de una sociedad se centra en el estrellato individual, la cohesión disminuye. En España, esto se manifiesta en divisiones territoriales (como el debate independentista), ideológicas (izquierda vs. derecha) o generacionales, exacerbadas por políticas que promueven el individualismo en detrimento del bien común. Al igual que en deportes interdependientes como el fútbol –donde equipos sobrecargados de estrellas fallan por falta de coordinación–, una sociedad interconectada sufre cuando el egoísmo prevalece sobre la colaboración, facilitando que un gobierno totalitario imponga su agenda mediante el «divide y vencerás».

La solución no radica en suprimir el talento, sino en cultivarlo a través de la «inteligencia colectiva», donde la sociedad piensa y actúa mejor como conjunto que como suma de individuos. En el contexto español, esto implica resistir la deriva totalitaria fomentando hábitos que unan en lugar de dividir:

Alinear el razonamiento: Compartir una misión común, como la defensa de la democracia y los derechos fundamentales, evitando agendas personales o partidistas que fragmenten el tejido social.

Centrar la atención: Combinar concentración en problemas clave (como la erosión de libertades) con comunicación rápida y transparente, construyendo confianza a través de redes cívicas y movimientos ciudadanos.

Liberar recursos: Hacer visibles las habilidades, conocimientos y redes de todos –desde activistas hasta expertos locales– para que la sociedad se beneficie colectivamente, en lugar de que unos pocos acaparen el poder.

No se necesita carisma individual o líderes dominantes, que a menudo perpetúan jerarquías autoritarias. En cambio, se valora la capacidad de unir y beneficiar al grupo.

Un ejemplo ilustrativo proviene del ámbito deportivo, adaptable a lo social: en 1980, un equipo de estrellas de la NBA perdió contra universitarios estadounidenses porque priorizaban puntos individuales sobre el juego colectivo. Los universitarios, con una misión unificada (representar al país), pasaban el balón, confiaban y triunfaban.

España no necesita más «supergallinas» individualistas que se destruyan mutuamente, facilitando el control totalitario. Necesita «superequipos» colectivos colaborativos. Los verdaderos líderes cívicos –ciudadanos, organizaciones y movimientos– deben priorizar la colaboración: valorar el intercambio de ideas, premiar a quienes unen comunidades y fomentar misiones compartidas que trasciendan egos.

En resumen, ya sea en un corral o en una nación como España, ganan los colectivos, no los individuos. Ante una deriva totalitaria, dejar de fomentar la competencia destructiva y cultivar la inteligencia colectiva no solo aumenta la resiliencia social, sino que crea entornos más humanos y democráticos. Como mostró Muir con sus gallinas, el verdadero poder surge cuando el todo es mayor que la suma de sus partes.

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