Por Alfonso de la Vega
«Apliquen los príncipes remedios con tiempo, porque en los extremos de las enfermedades, aunque pueden curar algunas veces, pocas se vio sin abceso de alguna parte principal del mismo príncipe y de su autoridad.» (Quevedo)
En el presunto reino de España ya todo es presunta presuntez. Un presunto valido que presuntamente gobierna como presunto jefe de un presunto gobierno de Su Majestad (¿?). Una legión casi infinita de presuntas instituciones que presuntamente hacen algo por la nación, o al menos cobran sin presunción alguna como si lo hicieran.
El presunto jefe de la presunta oposición ha convocado un mitin manifestación para presuntamente protestar por las fechorías y desafueros incluso con ribetes mafiosos, que perpetra su querido socio en la UE. Mal se queja quien se deja. La impresión que ofrece Feijoo al observador libre de prejuicios es que sigue en fuera de juego desde que como isidro con gaita llegase a la Villa y Corte para arreglar la cosa esa del Régimen, convertido en deseado mirlo blanco del socialismo azul o aguachinado. Pero el caso es que no da una, o si acaso la da, no lo parece. Con su desparpajo galaico, engordado gracias a la impunidad que proporcionaba el control de los medios de su taifa de procedencia, ha pedido que la sociedad se rebele asistiendo dócil y servilmente a la manifestación “vacuna” o preventiva del aumento de la indignación de sus víctimas para evitar males mayores para el régimen putrefacto al que sirve. Y es que el complaciente presunto opositor acaba de descubrir que su socio europeo entre otras muchas maldades “destruye los valores democráticos”.
Esta farsa tan cómica e ilustrativa parece calcada de la famosa secuencia de Casablanca.
“¡Qué escándalo! ¡Qué escándalo! He descubierto que aquí se juega” Tras el incidente del canto de la Marsellesa que pusiese en ridículo y enojase al mayor alemán Strasser, el pintoresco capitán Renault de la policía francesa pronunciaba esa famosa frase, solo justo unos momentos antes de que en presencia de Rick el dueño del garito, el jefe de sala tolerada clandestina le entregase un fajo de billetes: «sus ganancias, señor». La parte alícuota del botín asignada como fiel colaboracionista. La realidad imita al arte, y hay que convenir en que el régimen borbónico incluso supera las visiones más distópicas o calenturientas.
El socio europeo del falsario y jefe español del socialismo azul, ambos caballeros de la misma dama mohatrera, explica que la manifestación del domingo 8 de junio es “para todos aquellos que están hartos de la degradación y quieren un cambio de verdad” y ha repetido el lema de la cita: ‘No queremos mafia, queremos democracia’. “Nosotros organizamos y convocamos la manifestación, pero retiramos nuestras siglas de ella. Nos jugamos mucho más que un partido político.»
“Excusatio non petita…”, el prócer galleguista confirma su estrategia de falsa oposición, no hacer nada, ni siquiera velar porque no haya fraude electoral y eso que más de dos millones de votos por correo están bajo sospecha: “No vamos a ganar solo porque este Gobierno merezca perder. Eso sería lo fácil. Esperar y, como lo hacen tan mal, ya nos tocará. No, no queremos esperar el turno de gobernar sobre las cenizas del Partido Socialista como hemos tenido que hacer siempre. Yo quiero merecer la confianza de los españoles”
Y aclara para los incautos que nada de cambios de alcance que lo suyo es un tenderete para la mera “gestión”: “Es la receta de un partido que sabe gestionar. Cada vez que ha habido un problema en España, ha gobernado el PP. Ahora hay tantos problemas que no sabemos por dónde empezar. Pero os aseguro que tenemos muy clara cuál es nuestra obligación”
También muchos españoles escarmentados tenemos muy clara la obligación de denunciar la farsa del “quítate tú que me pongo yo”. Y el bueno y el malo son compinches declarados en Bruselas. Y el feo sigue asaz disgustado, su gozo en un pozo, porque pese a tanta cándida intriga cohechando fallos el Tribunal Supremo parece ser que resiste y no le levanta el castigo por malversación de fondos públicos.
La pregunta que hoy un patriota puede hacerse es si este régimen podrido hasta la médula tiene remedio desde dentro: “de la ley a la ley”, como decía don Torcuato durante la Transición. Y en tal caso, quién pudiera ser el actor principal capaz de poner ese remedio. O si la cosa del turnismo precario encajaría más con el cabreo de un don Luis Mejía contra don Juan Tenorio en referencia a su Ana de Pantoja: «imposible la habéis dejado para vos y para mí«.
Pero la manifestación tendría que ver con el próximo sarao del PP que parece va a ser otra ocasión perdida para su refundación cara a hacer algo bueno por España. La crisis requiere una contundente respuesta política que vaya más allá de la pelea parlamentaria o de la simple oposición convencional. O el sueño húmedo de la gran coalición. Respuesta que aún no le han dado ni el Jefe del Estado dentro de sus atribuciones constitucionales ni menos aún el que dice ser partido de la oposición, más bien de la alternancia, el complaciente turnista heredero.
El sarao parece preparado como apoteosis del galleguista como vacuna en prevención de otros aventureros. Entretenido en ver qué bueyes coloca el PP se olvida de lo principal que no es el quién sino el qué, para qué, cómo, cuándo y dónde. Si quiere ser un verdadero partido español y no un simple mercenario globalista socialista de igual servicio, el PP necesita aclararse y aclararnos qué quiere hacer a la hora de la verdad, a dónde llevar el carro y cómo hacerlo. Y procurar no mentir ni engañar a la gente como en casos anteriores. Mejor que enrocarse para disimular sus intenciones absentistas corta cupones, el PP necesita presentar un proyecto de reforma constitucional valiente y coherente con lo salvable de la Constitución. Y para hacerlo con alguna credibilidad tendrá que acreditar ser un partido con visión estratégica, defensor de la Cultura y la lengua españolas, valiente y riguroso a la hora de proponer soluciones de fondo al creciente malestar ciudadano ¿Lo que debiera ser VOX? Y, además de aclararse, escenificar esa gran transformación de manera muy clara y eso no creo pueda hacerse sin un debate profundo en un verdadero Congreso que, de hecho, signifique una ruptura patente con su lamentable pasado.
Ha de dejar de ser presunto.