Por Alfonso de la Vega
Muchas de las cosas que suceden en España no son nuevas, forman parte de nuestra peculiar idiosincrasia social y del Poder. De modo que podemos encontrar curiosas y esclarecedoras ilustraciones en el siglo de oro. No solo entre nuestros mejores tratadistas sino en la literatura de la época. Aunque aminoradas por su genial obra maestra nuestro gran Cervantes posee otras producciones de gran interés literario y de costumbres. Bien podemos recordar ahora una de ellas: la comedia famosa de Pedro de Urdemalas.
“…Es Pedro de Urde mi nombre más un cierto Malgesí mirándome un día las rayas de la mano dixo assi:
Añadiole Pedro al Urde un malas, pero advertid hijo, que aveis de ser rey, frayle y papa y matachín, y avendraos por un gitano un caso que se dezir que le escucharan los reyes y gustarán de le oir. Passareys por mil oficios trabajosos; pero al fin tendreys uno do seays todo quanto he dicho aquí.
Y aunque yo no le doy crédito, todavía veo en mi, un no se que me inclina a ser todo lo que oi, pues como deste pronostico el indicio veo en ti, digo que he de ser gitano, y que lo soy desde aquí.
¡Oh Pedro de Urdemalaz generozo coluna y cer del gitanezco templo! Ven y daraz principio al alto intento que te incita, te mueve, te impele, y lleva a ponerte en la lizta gitanezca. …”
Pronóstico que es maldición gitanesca para sus víctimas, Pedro el falsario, Pedro no ya “urde malas” sino el “urde peores”, ha urdido todas clase de tenebrosas trampas, conspiraciones y trapalladas hasta encaramarse a lo más alto de la lucrativa e impune cucaña borbónica, haciendo, por gitanezca natura, de rey, frayle y, llegado el caso, incluso de antecesor del Anticristo de las profecías como muchos teólogos temen.
Lizta gitanezca, no, pero sí socialista porque todo es susceptible de empeorar.
Pero el gran Cervantes, al cabo un hombre entero y de bien, esforzado testigo de la dignidad humana, aún dejara alguna huella de bondad o bonhomía en el personaje protagonista de su octava comedia que en cambio resulta imposible adivinar en la conducta de su homónimo actual.
Un personaje turbio, embustero, hoy acosado por golillas, escribanos y algunos heroicos bravos hombres de estaca que no han renunciado a su dignidad personal e institucional. Jefe de su banda que se siente bien representada entre tantas virtudes, también constituye el paradójico e impostado agente preferido de la plutocracia, la gran Banca y los monopolios a los que sirve. ¿O a los que servía?
Pedro Urde Peores, ensoberbecida prima donna de un guión que hacen otros, sin embargo ahora temerario, y desquiciado, no renuncia a colocar sus chirriantes morcillas fruto de su privilegiada minerva. Ya no hace caso al apuntador y la farsa se está descontrolando. Protagonista por méritos propios y deméritos ajenos en este Gran Teatro del Mundo pero al revés en que se ha convertido el desquiciado Reino filipino de España.
Las instituciones pretendidamente democráticas han de servir a la tiranía. Y antes devienen en farsa, cuando no vodevil o comedia de enredo. O, siglos después que Cervantes, Lope o Calderón, teatro del absurdo, con lenguaje camelo incluido. Me refiero al gran Enrique Jardiel Poncela y su teoría y práctica del camelo como lenguaje idiolecto, amén de recurso estilístico. El camelo se basa en el empleo creativo de unos cuantos artificios: La invención de palabras. Las referencias apócrifas de citas, títulos, autores. Textos en otros idiomas, en especial falsos latinajos y ahora palabrotas inglesas. Referencias engañosas, normativas o leyes fingidas o imaginarias o con carácter retroactivo, morcillas teatrales, discursos con apariencia de sentido pero que en verdad carecen de él. Todas estas mañas debidas al ingenio de Jardiel son falsa moneda común hoy en el lenguaje de gentes como el falsario Pedro de Urde Peores y demás políticos de la Monarquía, camelísticamente llamada “democracia” con singular exageración y abuso de propiedad.
Occidente se quedó sin Antígonas. Sin soberanía real ni separación de Poderes y con Parlamentos mohatreros sus sesiones resultan representaciones de corral de comedias dejadas a la improvisación, morcilla más o menos, de los diferentes actores de la compañía. Son personajes que adoban abstrusos discursos, se disputan quién va a ser primer actor del elenco y su botín asociado, pero que ni siquiera buscan autor como diría Pirandello porque, al cabo, son simple representación ya que el Poder real no se encuentra allí. Y ellos lo saben aunque a veces lo olvidan. La farsa sirve para distraer al público cuando no simple y llanamente santiguar sus bolsillos mientras están distraídos viendo la función. De vez en cuando, para que el interés no decaiga o baje la taquilla electoral, aparecen en escena nuevos cómicos para enredar, confundir y hacer bulto, aunque los anteriores se resisten como gato panza arriba a hacer merecido mutis y dejar el disfrutado momio a otros. Pobre Pedro, ya que comediógrafo, director y tramoyista parecen decididos a sustituirle.
Sí ¡Pasen y vean! Esto es el sistema, cumbre de la civilización y avalado por el pensamiento único y políticamente correcto ¡Vivan nuestros amos!