En un alarde de liderazgo sin precedentes que pasará a los anales de la tibieza política, Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular, ha decidido romper con Pedro Sánchez de la manera más audaz imaginable: no compartir photocall con él en actos institucionales.
Así, con esta medida de una contundencia demoledora (nótese la ironía), Feijóo responde a los gravísimos escándalos de corrupción que salpican al PSOE, según el reciente informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil sobre Santos Cerdán.
El informe, que implica al número tres del PSOE en supuestos amaños y cobro de comisiones millonarias, ha puesto al Gobierno de Sánchez contra las cuerdas. Cerdán, según la UCO, también habría jugado un papel clave en maniobras tan turbias como las primarias del PSOE de 2014, donde se habría favorecido a Sánchez con tácticas que rozan lo novelesco: “Mete las dos papeletas sin que te vea nadie”. Ante este panorama de degradación institucional, uno esperaría de un líder de la oposición una reacción feroz: una moción de censura, una campaña implacable para exigir dimisiones, o al menos un discurso que sacuda la conciencia del país. Pero no. Feijóo, en un gesto que destila arrojo, ha optado por no coincidir con Pedro Sánc-hez en actos institucionales.
Lo que no puede tolerar es el “clima de degradación institucional” provocado por Sánchez y su Ejecutivo. Y, claro, la mejor forma de combatir esa degradación no es liderar una oposición implacable, sino ausentarse de eventos a los que acuda Pedro.
Feijóo, en los pasillos del Congreso, ha proclamado que es “inadmisible” que el Gobierno siga en pie tras el informe de la UCO. Palabras vacías si no van acompañadas de acciones que vayan más allá de un plantón protocolario. ¿Es este el liderazgo que España necesita en un momento de crisis institucional? ¿Es esta la respuesta de un hombre que aspira a ser presidente del Gobierno? Porque, si algo deja claro este episodio, es que Feijóo confunde la firmeza con el postureo y la estrategia con la ausencia.
No es la primera vez que el líder del PP se queda a medio gas. Recordemos sus críticas a Sánchez por “alterar la convivencia” o “debilitar la separación de poderes”, acusaciones que ha lanzado en el pasado sin traducirlas en una oposición efectiva. Su historial está plagado de frases grandilocuentes que se diluyen en la irrelevancia: desde pedir la dimisión de Sánchez por estar “rodeado de corrupción” hasta acusarle de ser “un peligro para España”, pero sin dar el paso de forzar un cambio real. Ahora, con el escándalo de Cerdán en portada, Feijóo tenía la oportunidad de demostrar que es algo más que un gestor de titulares. Y, sin embargo, aquí estamos, hablando de su decisión de no acudir a actos institucionales como si fuera el colmo de la rebeldía.
La ironía es que, mientras Feijóo se enreda en gestos simbólicos, el PSOE, con todos sus escándalos, sigue gobernando. Sánchez, maestro en sobrevivir tormentas, probablemente esté brindando por esta “ruptura” que no le quita el sueño. Porque, seamos sinceros, ¿qué cambia que Feijóo no asista a un evento? ¿Se tambalea el Gobierno? ¿Se depuran responsabilidades? ¿Se restablece la confianza en las instituciones? La respuesta es un rotundo no.
Feijóo parece creer que la oposición se hace con declaraciones altisonantes y ausencias selectivas, pero el liderazgo requiere mucho más. Exige valentía y astucia para movilizar a la sociedad, y determinación para poner en jaque a un Gobierno totalmente debilitado. En lugar de eso, el presidente del PP nos ofrece una performance que no molesta a nadie y no resuelve nada. Si esta es su idea de contundencia, que Dios nos pille confesados cuando toque enfrentarse a desafíos mayores.
En resumen, Feijóo ha decidido combatir la corrupción del PSOE con el arma más letal de su arsenal: el vacío protocolario. Bravo, líder. España entera contiene el aliento ante tamaña osadía.