Por Alfonso de la Vega
La 125ª corrida tradicional de la Prensa había levantado gran expectación entre los aficionados. Figuras señeras del toreo actual como Morante, Talavante y Rufo formaban la terna para lidiar toros de la ganadería de Garcigrande.
Con un lleno hasta la bandera en Las Ventas que muestra que pese a sus enemigos la Fiesta nacional aún tiene vitalidad, la tarde había empezado primorosa con un Morante en verdadero estado de gracia que toreó con el capote como si fuera un ballet prodigioso en el que el tiempo se hubiera parado en cada pase, lento, lento como ya no se veía. Incluso se permitió un quite nuevo, el quite del vaso de agua, cuando a pecho descubierto y con un vaso en la mano salió del burladero para salvar de modo tan insólito la situación muy apurada en la que se hallaba uno de los subalternos. Un acto de gran valor, de honda preocupación por la suerte de su compañero, pero también de maestría. Querer y saber. Con la muleta estuvo extraordinario, recordaba las más inspiradas tardes de su paisano Curro Romero. El Arte mueve la emoción estética pero en el caso de los toros también posee un aspecto heroico, ya que conociendo el morlaco que tiene delante afronta el peligro para resolverlo en eternos instantes de belleza fugaz.
Arriesgando mucho al entrar a matar porque el toro no le ayudó Morante cobró una estocada hasta la empuñadura si no perfecta sí que en principio parecía suficiente. Pero el bicho se convirtió en marmolillo, hubo que descabellar, lo que terminó enfriando los ánimos del público. Sin embargo, la petición de oreja fue más que mayoritaria. A lo que respondió el funesto presidente con un pase de desprecio, incluso a fuer de vulnerar el reglamento taurino. Una actuación despótica, autoritaria sin auctoritas, que me cuesta creer fuera aconsejada por su asesor artístico.
Después de esta cobarde cacicada sin disculpa posible, la corrida ya no se enderezó en el resto de la tarde. El despotismo arbitrario del presidente se había cargado un festejo que había comenzado tan bello y prometedor. Es verdad que el segundo de Morante era casi un buey y el diestro sevillano, acaso también desmotivado o asqueado por la falta de reconocimiento a su sabiduría y entrega, lo despachó raudo y sin más esforzarse.
Una pena y otra ocasión perdida.
Si me he decidido a escribir este breve comentario cuando ya hace tanto tiempo que me corté la coleta de cronista es porque lo ocurrido en Las Ventas creo que tiene un interés general y no solo para los aficionados, puesto que no deja de ser una alegoría de la presente situación española.
La burocracia más ignorante cuando no felona ha tomado la administración de la cosa pública, se cree la auténtica protagonista en vez de mantener su carácter instrumental y destroza la actividad o el querer de la gente valiosa que sabe. El poder establecido se siente impune y se salta el reglamento a capricho al menos en lo que se refiere a la burlada democracia de la petición mayoritaria. El público paga da igual lo que quiera y diga. Se hará lo que la autoridad incompetente disponga.
Con estos logros, es de suponer que el presidente repetirá sus estropicios de esta tarde desperdiciada si nadie se lo impide.