Por Alfonso de la Vega
Tal día como hoy, el 9 de abril de 1821, nacía en París, Carlos Baudelaire, el “Dante del bulevar” como lo llamaba otro artista trágico como el portugués Anthero de Quintal, el maltratado poeta sufriente del que Víctor Hugo decía que “había creado un estremecimiento nuevo” es autor de un bello poema confesión de resonancias metafísicas, incluido con el número dos en sus famosísimas “Las Flores del Mal”.
Un estremecimiento acaso no tan nuevo pues no es sino el que resulta de la meditación sobre la condición humana, sobre el misterio del hombre que no es ni bestia ni ángel sino una combinación insatisfactoria y frustrante de ambos para muchos hombres que sufren. Y que padece una incomprensión metafísica, como ser de luz arrojado entre tinieblas.
Muchos años después de que se hubiera cumplido su famoso verso, “¡Oh Muerte, capitán, es tiempo ya levemos!” Su traductora al español, Nydia Lamarque, cuenta su experiencia durante la visita a la tumba de Baudelaire en Montparnasse. Una tumba entonces anónima, sin inscripciones salvo una medio borrada de su padrastro, el general Aupick, mostrada a la traductora y admiradora por un guardián del cementerio. Ante las protestas de ésta por el estado de la tumba, lo que entendía grave desconsideración a la memoria del poeta, su improvisado cicerone le replicó: “No importa, todo el mundo lo ama”.
Una importante lección espiritual de auténtica memoria histórica ahora que estamos preocupados por el descuido, humillación o profanación de tumbas de patriotas o personajes ilustres.
A continuación, la versión española de un precioso poema de Baudelaire que en cierto modo es simbólico de muchas aventuras, muchas esperanzas, hoy humilladas y escarnecidas. Y “realizada con reverente amor”, por Nydia Lamarque.
(Obras completas, Editorial Aguilar, página 110).
EL ALBATROS
Por divertirse, a veces, suelen los marineros
Cazar albatros, grandes pájaros de los mares
Que siguen, de su viaje lánguidos compañeros,
Al barco en los acerbos abismos de los mares
Pero sobre las tablas apenas los arrojan,
Esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
Sus grandes alas blancas míseramente aflojan,
Y las dejan cual remos caer sus costados.
¡Qué zurdo es y que débil ese viajero alado!
¡Él, antes tan hermoso, qué cómico en el suelo!
¡Con una pipa uno el pico le ha quemado,
Remeda el otro, renqueando, del inválido el vuelo!
El Poeta es como ese príncipe del nublado
Que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;
En el suelo, entre ataques y mofas desterrado,
Sus alas de gigante le impiden caminar.
El albatros, homenaje a Baudelaire