Por Javier Marzal
Ante los peores años de lo que va de siglo, la vuelta a la Presidencia de los Estados Unidos de Trump supone un cambio que crea esperanza.
Trump es parte del stablishment, pero el stablishment es como la sociedad, un sistema con intereses comunes e intereses contrapuestos que compiten entre sí por imponerse. El stablishment actual tiene como prioridad aprovecharse de su poder beneficiándose del alto nivel de corrupción institucional. Este principio es válido para todos los países del mundo y para las organizaciones internacionales, especialmente para las que tienen un origen y una naturaleza intergubernamental, por lo que cuentan con el poder institucional.
Trump cree que las administraciones públicas deben estar al servicio del Gobierno y no admite que la CIA, el FBI y otras organizaciones públicas que conforman el Estado profundo actúe en contra del Gobierno, como hizo en su anterior mandato como Presidente de los Estados Unidos. En este sentido es un dictador, aunque acierta porque el Estado profundo es peligrosamente corrupto, decadente y antisocial, en una palabra es globalista.
Trump es patriota y anti globalismo porque éste perjudica a Estados Unidos, aunque beneficie a la decadente minoría beneficiaria del globalismo, tanto estadounidense, como de otros países y de organizaciones internacionales, especialmente Naciones Unidas y la Unión Europea.
La lucha entre globalistas y patriotas es una lucha entre dos visiones del corrupto stablishment cuya ambición ha llevado a los países ricos a la decadencia, estando próxima al punto sin retorno. Los globalistas han creado nuevos negocios internacionales y han proporcionado más poder a las corruptas organizaciones internacionales, aumentando la corrupción y la decadencia, disminuyendo la riqueza, la libertad y los derechos humanos en la mayoría de los países ricos, como ya advirtiera la propia ONU en 2003.
El stablishment de los globalistas y de los patriotas es decadente, pero los globalistas son más totalitarios y aceleran más la decadencia. Lo mismo pasa con lo que se califica como derecha o como izquierda, ambas son decadentes, pero la izquierda es más totalitaria y acelera más la decadencia.
Trump es un populista como todos los políticos occidentales actuales, para aprovecharse del éxito en la idiotización de las masas que las lleva a un apoyo masivo a los decadentes Estado de Bienestar y macro-Estado. Precisamente el negocio de corrupción que ofrece el macro-Estado ha hecho que hasta lo que se denomina extrema derecha sea izquierdista, al menos, en cuanto a mantener un exagerado gasto público mediante el expolio fiscal para alimentar la corrupción. Por esto, sólo existe la política neocomunista.
Trump sabe que el globalismo es caro, por lo que perjudica económicamente a la mayoría de los estadounidenses y que el aumento de poder de Naciones Unidas debilita el poder de Estados Unidos y no olvida el apoyo de la OMS a China en 2020, en perjuicio de la visión estadounidense.
Estos motivos le llevan a abandonar o limitar su apoyo a los organismos de Naciones Unidas y a la OTAN. En este sentido, Trump es beneficioso para la mayoría de la gente y de los países.
Trump, junto con Kennedy (Ministro de Sanidad), están revisando los daños causados por la industria farmacéutica (farmafia) y los sanitarios, beneficiando a sus numerosas víctimas.
Trump, está en contra de la inmigración masiva y descontrolada, impulsando que en Europa se termine con este grave problema.
Por otro lado, Trump ha lanzado varios mensajes clave que se han pasado por alto o se han interpretado incorrectamente por intereses de manipulación social o por simple ignorancia.
El 14 de febrero, el Vicepresidente de Estado Unidos participó en la Conferencia de Seguridad de Munich, reprochando la censura de la libertad de expresión y de los oponentes politicos en la Unión Europea, afirmando que “Lo que me preocupa es la amenaza desde dentro, el retroceso de Europa en algunos de sus valores más fundamentales”. Se refiere a los valores que llevaron a Europa a tener el mayor desarrollo cultural, económico y social del mundo. Entre estos valores en retroceso se pueden destacar la libertad, el imperio de la ley y la economía de mercado; en España desaparecieron los dos últimos valores en la década de 1980. Trump apoyó estas polémicas afirmaciones de su Vicepresidente.
Pero el mensaje más importante ha sido dejar inactiva la primera norma del mundo contra la corrupción: la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero (1977). Trump ha dicho que esta ley perjudica a las empresas estadounidenses. De esta forma Trump afirma que la corrupción es necesaria para hacer negocios internacionales con funcionarios públicos de otros países. Esto mismo lo dijo Naciones Unidas en 2003. Vivimos en un mundo dominado por la corrupción que es el factor social más peligroso y decadente.
En resumen, Trump ha frenado el globalismo (Agenda 2030, wokismo, guerra de Ucrania, …), como está haciendo Milei, Meloni y Orbán. Pero ha impulsado la corrupción en los negocios internacionales y mantiene la decadencia, aunque menos acelerada que con los llamados demócratas (dime de qué presumes y te diré de qué careces).
Si Trump no fuera decadente, no sería Presidente de Estados Unidos, porque las decadentes masas nunca votarán a candidatos progresistas y esto mismo se aplica a todos los países del mundo. Los nuevos medios de comunicación y los influencers de las redes sociales, últimos en llegar al stablishment, también son decadentes porque en caso contrario no tendrían éxito entre las decadentes masas.
En el resto de Occidente, Trump impulsará a partidos políticos patriotas y eso es beneficioso, aunque éstos también son corruptos y la decadencia continuará, aunque a menor velocidad. Como los estadounidenses, las masas europeas seguirán votando y aceptando que las empobrezcan y las quiten sus libertades y la posibilidad de crear su propio proyecto de vida, como se ha visto en las recientes Elecciones Europeas de 2024, donde se sigue apoyando a los partidos que más aceleran la decadencia.