viernes, febrero 28, 2025
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Siempre es Carnaval

Por Alfonso de la Vega

Justo antes de Cuaresma vuelve el Carnaval, aunque en rigor en este infausto reino nunca se ha ido. Se trata de una celebración propia de una época espiritual y social ya tan lejana como una galaxia en la que las cosas respetables jamás se confundían con las mascaradas cuando ahora todo está muy revuelto durante el pecaminoso reinado filipino. Cuando no es un desfalco monstruoso, toca apología y protección del golpismo, o deposición de putas ministeriales ante el Supremo y si no, nepotismo. Pero la trasgresión ya carece de sentido cuando la trasgresión moral y constitucional, constituye ahora pilar fundamental bajo uno u otro disfraz o máscara del régimen monárquico que disfrutamos.

Sabemos que el Carnaval procede de ciertas antiguas celebraciones del paganismo grecorromano y luego, con el Cristianismo, constituye una festiva válvula de control de la presión social puesta al servicio de la permanencia del Orden. Pero gran paradoja del momento presente es que las estructuras de poder visibles, y democráticas en apariencia, resultan señuelos de distracción de la gente acerca de dónde está verdaderamente ese poder. En las elecciones “democráticas” se cambian los equipos de ventas, siempre dispuestos a “crear valor para el accionista”. Ni directivos importantes, ni consejos de administración, ni menos los dueños del tinglado. Lo acabamos de ver en Alemania o Rumania.

Con la Ilustración algunos ilusos fracasados pretendieron hacer que la historia fuese lineal en vez de cíclica. Una promesa de progreso o realización histórica del universo de los valores. Pero  de esas nobles ilusiones del arrumbado siglo de las luces apenas quedan sino cenizas en esta insólita etapa de despotismo sin ilustrar. Como en otras anteriores crisis de civilizaciones la entropía ya no está extramuros del sistema sino dentro del mismo.

Nada es lo que parece. Las instituciones son máscaras que ocultan su verdadera naturaleza. Bandidos y putas financiadas con la ley de contratos del Estado se disfrazan con ropones, golillas, túnicas y ropajes antes reservados a los más altos y nobles magistrados. Unos se burlan y ríen, otros se arruinan o mueren, otros, heroicos, intentan defender su dignidad y honor personal e institucional, los más son ofendidos y humillados.

Vivimos una mohatra omnímoda y omnipresente donde la apariencia y simulación encubren la verdad. Y donde la decadencia cultural, social o económica que nos devora se intenta tapar a base de circo y festejos subvencionados, al gusto mostrenco y embrutecedor cuando no soez y barriobajero de sus encanallados promotores, mientras vocacionales próceres y encopetadas autoridades dinásticas le hacen una chirla para aligerar su menguante faldriquera al desavisado público. Sobre todo a esa especie en grave peligro de extinción que es la amenazada clase media.

El Poder verdadero ha renunciado a hacer ostentación para sí de sus símbolos de dominación patente o externa. Apenas son máscaras o meros disfraces los de las hordas mercenarias de políticos y asimilados. En el fondo mandan poco sobre el devenir último de la historia y se consuelan peleándose por arrebañar presupuestos menguantes para sí mismos tras descontar los monstruosos intereses de la deuda. Y es que el Poder que manda de verdad, la plutocracia globalista, se manifiesta de modo más sutil, disimulado, mediante la anónima tiranía del dinero más o menos falso. 

Conviene recordar que una característica habitual en el Carnaval es la de hacer responsable de todos los males a un “chivo expiatorio” al que se persigue, golpea o quema en efigie. Rito hebreo que suponía una mejora sobre la de los sacrificios humanos de igual servicio. En el Tibet lamaísta también existía un rito antropológico similar. Cada año un hombre al que llamaban Lud Kong Kyi gyalpo que puede traducirse por el “rey de los rescates”, era cargado mediante un rito especial, convenientemente disfrazado se le llenaba de imprecaciones con todas las iniquidades del soberano y de sus súbditos y luego arrojado a las arenas del desierto. Previo a ser expulsado el gyalpo al arenal se celebra otro ritual. Jugar a los dados con un lama que ha de ganarle para poder echarle. Los dados están trucados y el lama representante del Poder más pronto o más tarde siempre gana. Por supuesto todo parecido con nuestra realidad posmoderna es mera coincidencia. 

Ahora el “chivo expiatorio” expuesto al furor popular es la extrema derecha, los conspiranoicos, y desde luego, si Trump no lo remedia, el malvadísimo Putin, socorrido perejil de todas las salsas para el entontecido consumidor de bulos gubernamentales.

Soy de los que se preguntan, ¿Qué sentido simbólico y social tiene hoy celebrar el Carnaval?

Los comercios chinos hacen su agosto vendiendo disfraces para niños de todas las edades. Pero para variar o diferenciarse del resto del año, el Carnaval o Entroido debería ser una fiesta seria, solemne y majestuosa, plena de valores estéticos, en la que brillara la jerarquía de los valores metafísicos. La Justicia, la Belleza, el Bien, la Verdad, el Amor…  En la que los gobernantes hicieran honor a la alta responsabilidad a ellos confiada aunque no la merezcan y ejercieran de auténticos reyes saturnalicios. De modo que en nombre propio y de sus supuestos representados persiguieran como los “cigarrons” de Verín, pero disfrazados con auténticos atuendos de autoridad, a los plutócratas sin faz ni corazón, a los dueños del universo. Me temo que no lo harán así ni las anunciadas purgas de Trump ni menos las motosierras de Milei.

¿Pero cómo representar a los que no muestran su faz? El dinero es un enemigo invisible. Ya no es “el excremento del diablo” como sostenía Papini sino bendición del pueblo elegido. Tampoco el fiduciario es tangible salvo un ligero apunte en una cuenta secreta. No se sabe bien donde está, acaso en paraísos fiscales pero traidores y simoniacos tienen por destino final uno de los más profundos círculos del infierno dantesco. Aristóteles asimilaba la usura y las finanzas a la prostitución. Con el dinero digital también se asociará al Gran Hermano de Orwell.

Un gallego lúcido nos hablaba de las Galas de Carnaval subtitulado los cuernos de Don Friolera. Los cuernos están muy de moda hoy en el Reino de España.

 

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