jueves, enero 9, 2025
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Sueño de Pascua Militar

Por Alfonso de la Vega

 «Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño…  y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe y en cenizas le convierte la muerte, ¡desdicha fuerte!»

 Todos los años durante la celebración de la Pascua Militar en el Palacio Real de Madrid no puedo por menos de recordar cierto sugerente sueño. Y es que cuando el pensamiento huye de nosotros comprendemos la importancia de las inspiraciones. El sueño es una inspiración que nos viene de un alma oscura e inmensa que puede ser formulada y traída a la conciencia por los más sabios autores.

Un niño, listo pero algo revoltoso, saca una caja con soldaditos de plomo y los coloca ordenados muy serios ofreciendo un vistoso aunque inútil o ineficaz tenderete. Uno de los soldaditos de corazón de plomo se dispone a perorar como haría un Raimundo Lulio cualquiera en su Libro de la Orden de Caballería.

luego que comenzó en el mundo el desprecio de la Justicia por haberse apocado la caridad, convino que por medio del temor volviese a ser honrada la Justicia… por los caballeros debe mantenerse la Justicia, porque así como el oficio de los jueces es juzgar, el de los caballeros es mantener la Justicia… Oficio de Caballería es guardar la tierra, pues por el temor de los caballeros no se atreven las gentes a destruirla, y por el temor de los caballeros no se atreven los reyes y príncipes a invadir unos a otros… los traidores, ladrones y robadores deben ser perseguidos por los caballeros… el caballero que permita o sostenga al traidor, ladrón o robador no usa de su oficio… en tal caso es contrario a su Orden y a sus principios, por cuya contrariedad, aunque sea así llamado no es en verdad caballero y es más vil que el tejedor y trompetero que cumplen con su oficio. Y, al cabo,… la Caballería no está en el caballo ni en las armas sino en el caballero.»

Y prosigue su extraña arenga con una insólita llamada al valor propia de un Saavedra Fajardo ante sus compañeros tiesos e impasibles, aparentes émulos del más fiero Marte que ignoran que hacen ellos allí en su sitio como ese:

“Ocultas son las enfermedades de las repúblicas. No hay juzgallas por su buena disposición, porque las que parecen más robustas suelen enfermar y morir de repente, descubierta su enfermedad cuando menos se pensaba… por esto conviene mucho la atención del príncipe para curallas en sus principios, no despreciando las causas por ligeras o remotas, ni los avisos, aunque más parezcan opuestos a la razón. ¿quién podrá asegurarse de lo que tiene en su pecho la multitud?…nacen las sediciones de causas pequeñas y después se contiende por las mayores. Si se permiten los principios, no se pueden remediar los fines. Crecen los tumultos como los ríos. Primero por no mostrar flaqueza los suele dejar correr la imprudencia, y a poco trecho no los puede resistir la fuerza…»

Y hablando de valor y de honor y de lucha por el Bien y en beneficio de los más débiles, qué mejor ejemplo que el de Nuestro Señor Don Quijote.

…“volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega; y entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, vaguidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras cosas a éstas adherentes, que, en parte, ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que al estudiante en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida. 

 ¡Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería¡ a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido; que tanto seré más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos….”

Divinas palabras a pronunciar en un teatro tan solemne ante una audiencia inane que se enorgullece de lucir sus vistosos vestidos y uniformes. 

El travieso niño recoge sus soldaditos y demás bártulos y los guarda en su bonita caja hasta el año que viene si Dios quiere. Pero los sueños, sueños son. Me despierto destas prisiones cargado y sólo permanece el eco de un inoportuno agravio real que muestra tanto el desconocimiento de lo que acontece en el reino como la ingratitud al benefactor de su familia:

se cumplen cincuenta años de los hechos que dieron paso al proceso de transformación de nuestras Fuerzas Armadas, ya desde los albores de nuestra democracia; un proceso de transformación que empezó tras el fin de la dictadura -una página oscura de nuestra historia común y un tiempo de división de los españoles, hoy felizmente superado- y tras la llegada al trono de mi Padre, el Rey don Juan Carlos…«

Mejor que un discurso autista, falaz o engañoso es preferible el silencio aunque desconozca las advertencias de nuestros sabios.  

 

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