Por Alfonso de la Vega
Las deposiciones del hermano del falsario presidente del gobierno de Su Majestad ante su señoría la jueza que investiga sus increíbles andanzas profesionales y artísticas son dignas de un Ionesco, un Dadá, un Marx (don Groucho), un Mihura o un Valle Inclán. Puro teatro del absurdo, en forma de farsa. El apogeo de gentes desmemoriadas amén de desvergonzadas partidarias de una memoria histórica sectaria y devastadora.
Desde luego conviene comprender que el pobre hombre no sería sino otro socialista más sin oficio ni beneficio salvo los favores del nepotismo y que no sabe a qué se dedica salvo para pillar dinero público, libre de impuestos con permiso de la Susi. Un ejemplo extraordinario para cualquier master o seminario de Organización. Un directivo que ignora la misión o razón de ser y funciones de su trabajo tanto de la Unidad orgánica que dice que dirige como tampoco la descripción de su propio puesto de jefe. Desconoce sus relaciones jerárquicas y funcionales o la normativa externa e interna que le es de aplicación. A mayor mérito tampoco tiene idea de dónde está su puesto de trabajo ni sabe cuánto tiempo trabaja en la semana, ni qué hace en concreto. Un director magnífico, todo un modelo de honradez y eficaz socialismo como puede verse.
Pero lo peor no es ya que exista este esperpento vergonzoso y humillante para todos los españoles, esta burla al ciudadano, esta consentida malversación de caudales públicos por parte de quienes más obligación tendrían de ser honrados, sino que no constituya un escándalo mayúsculo nacional y quede impune. El imputado no ha ingresado ese mismo día en prisión preventiva. No pasa nada, otro gran escándalo hará que se olvide el inmediato anterior. Nadie dimite. Se busca o intenta la nulidad de las actuaciones y si por rara desventura el prócer resultase condenado otro honrado camarada lo soltaría, sin siquiera devolver nada de lo pillado.
Otro sí, digo, un ilustre prócer, aún mucho más encumbrado, nada más y nada menos que el fiscal jefe del Estado también está procesado por el Tribunal Supremo lo que sin duda avala que sea quien combata el delito perpetrado por sus compañeros.
La tutela judicial efectiva acaso pudiera burlarse con la prohibición de la acusación particular de modo que la cosa se degrade a meros ajustes de cuentas internas a dirimir entre políticos, evitando así las impertinencias del populacho que no se resigna a pagar y callar.
Otra conquista del estado de desecho borbónico es la de los jueces a la carta. El delincuente poderoso elige al juez que le ha de juzgar. Si un tal Macias, por ejemplo, no está en el ajo, se le quita de en medio y a otra cosa mariposa. Lo que desee Vuesa Merced. Todo garantista. Todo ejemplar. Todo queda en casa.
Ahora bien, si un indigente moral e intelectual se permite hacer ostentación impune de la burla de Justicia conviene tratar de ir al fondo e intentar comprender la real naturaleza de las instituciones borbónicas, que están quedando arrasadas o con una histéresis irreparable. Nos encontramos ante una pugna por el poder vicario en España. Aunque ambos, Sánchez y don Felipe, protejan los mismos intereses globalistas parecen competir por hacer méritos y quedarse como único dueño del negocio en el protectorado. Sánchez está empleando el poder usurpado a las instituciones para destrozarlas en su beneficio y montar su tenderete sobre los escombros. Don Felipe, en cuyo nombre se administra la Justicia y en su papel de árbitro moderador del funcionamiento regular de las instituciones, disimula e intenta aguantar en un «vengan días y vengan ollas». Se juntan la maldad de unos con la chapucera arquitectura del régimen incapaz de combatir el Mal, e incluso la ausencia de voluntad siquiera de intentarlo siempre que se asegure disfrute y permanencia. La Justicia, gran virtud y base de la civilización, hoy campo de la batalla entre el Bien y el Mal.
Pero el «ponedme donde haiga» supone una traición tanto a la «famélica legión» de votantes cuanto a la credibilidad el tenderete. No es solo la conveniencia de la nación o los valores del preámbulo constitucional sino los propios juramentos traicionados. Las palabras se las lleva el viento aunque sean pronunciadas con motivo tan solemne como es un juramento ante las Cortes españolas.
«He de ser el primer servidor de la Patria en la tarea de que nuestra España sea un Reino de justicia y de paz. El concepto de justicia es imprescindible para una convivencia humana…Ha sido preocupación fundamental de la política española en estos años la promoción del bienestar en el trabajo, pues no puede haber un pueblo grande y unido sin solidaridad nacida de la Justicia Social. En este campo nunca nos sentiremos satisfechos—Las más puras esencias de nuestra gloriosa tradición deberán ser siempre mantenidas, pero sin que el culto al pasado nos frene en la evolución de una sociedad que se transforma con ritmo vertiginoso en esta era apasionante en que vivimos.….Nuestra concepción cristiana de la vida, la dignidad de la persona humana como portadora de valores eternos, son base y, a la vez, fines de la responsabilidad del gobernante en los distintos niveles del mando.—En esta hora pido a Dios su ayuda y no dudo que Él nos la concederá si, como estoy seguro, con nuestra conducta y nuestro trabajo nos hacemos merecedores de ella.»
Divinas palabras traicionadas de don Juan Carlos, pronunciadas el 23 de julio de 1969 aceptando la instauración de la dinastía en su persona y para su familia gracias al deseo del hoy maltratado y denostado Caudillo y resaltando la importancia de la Justicia y de la dignidad humana como base de la convivencia de las que el régimen monárquico actual consiente se haga befa impune.
Ponedme donde haiga