Odio en su corazón

Por Alfonso de la Vega

Cada primero de enero se celebra en Viena el famoso Concierto de año nuevo. Toda una ceremonia de elegancia, exquisitez y buen gusto dedicada al Arte. Una forma de ratificar a Platón cuando sostenía que la Belleza era el resplandor de la Verdad.  Sin embargo, en confirmación del aserto valleinclanesco de que “España es la deformación grotesca de la civilización occidental” lo de Viena viene a ser lo opuesto a lo que ocurría unas pocas horas antes aquí, donde en el embrutecido reino español de la Mentira toda chabacanería canallesca tiene su asiento. Una competencia por ver quien es más soez, más degenerado, más barriobajero, más socialista, o más satánico en la que la TV pública ejerce de campeona. Una televisión pública que lo es como se decía de ciertas mujeres.

Me cuentan que para animar el depravado festejo esta vez salió una oronda señorita. La blasfema pretendía escarnecer algo tan noble y lejos del alcance de su necio entendimiento como es el sagrado corazón de Cristo. Nada más y nada menos. La necesaria crítica a la perpetración de estas fechorías no debe quedar en los mensajeros sino ampliarse a quienes los contratan y jalean como cierto excelentísimo señor ministro de la Corona.

Bueno, dirá el conformista pepero de turno, no es para tanto no hay que exagerar, son cosas del socialismo menos bueno o moderado que nosotros tanto queremos y apoyamos, al menos no fusilan la estatua del cerro de los Ángeles o a los propios católicos como en otras etapas históricas socialistas gloriosas que el gobierno de Su Majestad desea conmemorar. Pero a esto se dedican los impuestos impunemente saqueados a los súbditos de Su Católica Majestad por este régimen encanallado y liberticida. A insultar con el odio más soez, zafio y repugnante no solo a los cristianos, sino a toda persona espiritualmente evolucionada o con preocupaciones metafísicas, previo pago mercenario de 25.000 euros. Acaso, si no lo evitamos, un aperitivo del futuro derribo de la cruz del valle de los caídos, previsto como apoteosis fin de festejos de este año socialista triunfal.

Pero una vez desahogados contra el heraldo de la fechoría y las hordas que lo jalean lo interesante además de necesario es intentar comprender lo que hay detrás. La mensajera cobra por eso, pero seguro que no sabe de qué va la cosa salvo el odio a lo más sublime o elevado. Para el ciudadano medio occidental actual, cada vez más distraído o desinformado por los “media” para mayor gusto y satisfacción de un Sistema que le cosifica y embrutece, muchos de los temas estéticos y metafísicos, incluidos los símbolos, carecen ya de sentido. Por su propio bien no estaría de más que intentara afinar su propio diapasón para poder vibrar en resonancia con las notas más elevadas del majestuoso teclado cósmico en el que habitamos consciente o inconscientemente. Al menos, como diría un budista zen, para ser conscientes de nuestra inconsciencia.

El premio Nobel de Literatura de 1923, el irlandés William Butler Yeats, lo explicaba a su modo: “había creído siempre que la desgracia de Irlanda tiene su origen en que el odio es la base de nuestra política. Es posible que las emociones sean una especie de conjuro o evocación, y que en una forma que escapa a los sentidos, alteren los acontecimientos, creando la buena suerte y la desgracia….el odio es un manantial de desgracia y crea esterilidad. Una emoción produce un símbolo de la misma manera que un símbolo despierta una emoción… el odio que sirve de base a la imaginación contribuye a secar la naturaleza humana… ha venido realizándose durante los últimos diez o veinte años un desecamiento constante de la mentalidad irlandesa, con las consiguientes nubes de polvo”…”el conjuro o evocación con símbolos me ha enseñado que mucho de lo que creemos limitado a determinados efectos evidentes influye en la totalidad del ser.»

El sagrado corazón de Cristo posee un simbolismo muy potente pues mueve a las más profundas emociones de amor y pertenencia a la fraternidad humana de origen y amparo divino. Vinculado también a la idea del grial, del Centro del Mudo, del Ser, del Verbo manifestado. Es una especie de amuleto o talismán contra el odio. 

Esclavizados por su incompetencia radical para comprender el sentido de su vida, se muestra otro aspecto que suele escapar al vulgo atrapado en el ámbito de lo contingente, de lo temporal y de la materia. La identidad última entre el Cristo principio, del Verbo manifestado en el Centro y su manifestación histórica concreta. El sentido de lo trascendente.

La cuestión metafísica del corazón es la de qué significa la totalidad de nuestra vida, qué fines tiene, qué felicidad nos cabe esperar. Gran parte de los importantes éxitos de los últimos siglos no son precisamente los del mejor conocimiento del hombre interior, que si es sensible, junto a sus logros materiales o tecnológicos se siente también pobre, vacío, como extrañamente deshabitado. Preso o instrumento de un sistema de cultura impersonal, volcado en lo externo, descuidada la vida interior, de lo numinoso, de lo sagrado, del conocimiento del alma.

Creo que es evidencia de razón para cualquier persona lúcida que no se resigne a la actual devastación estética, humanista y metafísica de la sociedad occidental reconocer que nos encontramos en un momento muy grave para la humanidad. Muchos valores tradicionales, en el mejor sentido del término, es decir de opuesto tanto a lo novedoso como a lo reaccionario, no son sólo discutidos sino también frívolamente destruidos. Es preciso acomodarse mal que bien a leyes chapuceras sino directamente inicuas. A la mediocridad social que prima la cantidad sobre la calidad, a la masa embrutecida sobre la aristocracia del mérito y la virtud.

Pero es preciso tener en cuenta que a la desesperación espiritual nunca debemos acomodarnos. Como el poeta y académico Dámaso Alonso ya decía en su momento con tanta agudeza simbólica y desarraigo existencial: “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres…. Y paso muchas horas preguntándole a Dios, preguntándole porqué se pudre lentamente mi alma”.

Es un misterio, pero determinadas gentes renuncian a una vida superior y se conforman con un vivir como semovientes de buena transformación cárnica como decimos en Zootecnia. Pobres hordas. Bastante castigo tienen ya con soportarse a sí mismas. Pero por la sonrisa del necio se conoce la grandeza del Tao. Lo recuerdan así en Viena.