domingo, enero 5, 2025

La trampa del odio

Si Dios es Amor, y Amor es Unión, todo aquello que nos divide (y por tanto, nos separa) debe ser, necesariamente, obra del demonio. Si Dios es Amor, Odio es, sin duda, otro de los nombres del demonio.

Asumir pues la existencia del odio es dar por cierto que existe el diablo. El odio es la fuerza, la potencia, el poder del mal (El lado oscuro de la fuerza en el que “Dark Váter” quería introducir a su hijo). ¿Como podría alguien negar la existencia del demonio, sintiendo dentro su energía? ¡Imposible! Para librarse de él hay que librarse, necesariamente, de su siniestra radiación.

Por tanto, todo aquel que da por cierta la existencia del demonio está dando por cierto que hay odio “en su corazón”. Sabe que existe “el mal” porque siente una “mala vibra”. ¿Lo sabría si no la sintiera? Pero ¿acaso puede uno decidir, en cualquier momento, que no existe el odio, que tan solo es una ilusión? Según el cientifismo sí, pues nadie ha podido nunca pesarlo ni medirlo. ¿No es curioso que hayan sido los propios cientifistas globalistas los que le han dado “fuerza de ley”?

Escoge diez personas al azar. Ponte ante ellas y grita “hijosdeputa”. Si observas sus reacciones, verás que alguna da media vuelta, y se va, sin más, esbozando una sonrisa, como diciendo -¡Vaya majara!-. Otra puede que se ria sonoramente, pensando -¿Cómo puede este conocer a mi madre?-. Cada cual lo tomará de una manera; y puede que alguna te denuncie. ¿Qué demuestra este experimento? Que la percepción del odio, y por tanto su existencia, no depende de la palabra empleada, y ni siquiera del tono que emplee el emisor, sino que depende, cien por cien, del estado mental del receptor,

Solo el que alberga odio, en su interior, puede sentir que otro le está odiando, al llamarlo “hijodeputa”. Instaurar el delito de odio es pues, tratar de objetivar lo que es del todo subjetivo, tratar de perpetuar una idea que carece de toda base científica. Si el odio existe por ley ¿Cómo negarlo? Y si no se puede negar, ¿cómo negar al diablo?

Si haces el mismo experimento, con otras personas, utilizando otras palabras, obtendrás un resultado parecido. Las habrá que se sentirán más atacadas que otras. Que seas denunciado y condenado, o no, tendrá más que ver, con eso que llamamos «suerte», que con la ciencia jurídica. Admitir el delito de odio supone dinamitar el principio de seguridad jurídica (Pilar fundamental del Sistema Judicial) y volar, de paso, el derecho fundamental de todo ser humano a expresarse libremente. Si asumimos que se nos puede condenar por utilizar palabras que desagraden al receptor ¿Qué podremos hacer sino hablar del tiempo? (Y eso, claro está, siempre que no se nos ocurra negar “el cambio climático”).

La libertad de expresión se basa en aquello de “Aun no defendiendo lo que dices, defenderé siempre tu derecho a decirlo”; lo que significa que ningún defensor de la libertad de expresión puede defender, en ningún caso, la aplicación del delito de odio (Tampoco a esa persona que dijo, públicamente, hace poco: -Eres valenciano. Mete la cabeza en el váter y tira de la cadena. Se llama ‘dana doméstica’. Lo vas a gozar-)Si escoges diez valencianos, al azar, y les sueltas esa parrafada, puede que alguno lo denuncieEn mi caso, opté por sonreír. Me di cuenta de que solo era un majara, un fan de “Dark Váter”, que intentaba meterme en la trampa.

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