Se dice que la verdad está desnuda y que, ante tan escatológico plan, mejor vestirla. En la antigua Grecia la diosa de la verdad era Aletheia, hija de Zeus, considerando que ésta se podría considerar la realidad. Es esa oposición entre mito y realidad lo que ha distorsionado la verdad desde los inicios, sobre todo si se ve en aquél una proyección de cierta verdad en forma de figuras metafóricas y relacionadas. Decir entonces que desde los inicios de la historia de la filosofía el hombre buscaba la verdad es algo puramente teórico o místico, más no un hecho pues los engranajes de las religiones paganas se encontraban tanto en Platón como en Aristóteles, máxime si nos dicen que el origen de los fundamentos empíricos parte de este último.
El mismo Nietzsche nos echa un jarro de agua bien congelada sobre muchos de los adormecidos cerebros cuando nos dice en su ensayo titulado “Über Warheit und Lüge im aussermoralishen Sinne” o “Sobre la verdad y la mentira en sentido extra moral” que la interpretación de la realidad no puede conducir a la verdad si en la misma se emplea la metáfora (la identificación de un objeto con otro por una relación entre ellos), la metonimia (nombrar una cosa con el nombre de otra) o dar forma humana a lo que no lo tiene, algo muy típico de los antiguos mitos clásicos. Si a ello le añadimos el uso de la intuición privada, en la que se introduce el olvido de hechos pasados considerados traumáticos, nos encontramos con lo que podría ser una conclusión claramente anticientífica. Claro que tampoco la ciencia nos ayuda mucho a entender el concepto pues emplea sus propias estrategias, que excluyen a las subjetivas o fenoménicas, de modo que es bastante fácil que los llamados sabios y famosos científicos nos impongan modelos o teorías que se resisten a cuestionar (muchas veces los modelos se caen por inconsistentes).
Llama mucho la atención que se han olvidado de la importantísima diferencia entre el bien y el mal. El uso del bien común, por ejemplo, como metáfora de algo que no es real, hace que cualquier acción que conduzca al mismo en el marco de un proyecto a largo plazo, sea visto como el mismo. Si tenemos en cuenta que aquél puede ser la eliminación de la pobreza, del hambre o del peligro de clima, metas totalmente ilusorias y con claro contenido delirante, las políticas gubernativas se convertirían no en meras decisiones oficiales, sino con un valor mítico en sí mismas y con una carga de verdad, intrínseca; igual ocurre si, por ejemplo, en vez de hablar de mentira hablamos de verdad, poniendo términos a cosas que no definen lo que en principio estamos diciendo. Muchos políticos hablan de la verdad como algo sagrado, como un tótem, hasta el extremo de considerarse sacerdotes y sacerdotisas, cuando en realidad deberían de emplear la palabra mentira, siendo lo que une y asocia justamente esa meta ilusa de bien común a la que me refería antes.
No nos encontramos ante una versión completamente subjetiva, sino carente de sentido científico y ético, por cuanto el bien ha perdido toda su esencia y ha sido convertido en algo común, es decir, obligatorio, pasando por alto el concepto de libertad individual y de ciclo natural de aprendizaje del descubrimiento de lo que es realmente la verdad. Se podría considerar una estrategia propia del neolenguaje orweliano, en el que el ministerio de paz es el ministerio de la guerra, el de justicia el de injusticia, el de memoria democrática el de olvido de la historia y de sus criminales, y en el que el de la verdad, si osara su sanchidad crearlo, sería el de la mentira más atroz e inadmisible.
Dado que el bien común no es algo que se imponga, sino que cada cual ha de descubrir su propio sentido del bien o del mal, en el que no realiza daño a nadie, practica el respeto al otro y a sus ideas y creencias, en el que se considera que el proceso evolutivo del otro es del otro mas no propio, ha de buscar su punto de equilibrio interno y de sostenibilidad de su esencia humana y tanto su conocimiento y libertad no como hecho estático, sino como manifestación de un proceso, hay que tener la cara de cemento armado para querer imponer el propio sentido de la verdad a personas que experimentan en sus carnes la mentira todos los día y la sufren, para hablarnos de creencias tautológicas llenas de disparates sin sentido que nos repiten desde los medios como si estuviésemos en clase de párvulos. La teoría coherentista nos dice, por otra parte, que, si existe una conexión lógica entre los elementos, estos son ciertos, o sea, que de tanto repetirlos y asociarlos nos hacen creer en ciertos mitos por el mero hecho de que todos están manchados por la misma apariencia neo lingüística.
Las ideologías políticas, especialmente las asociadas a la agendita y el pin multicolor, tienen estos ingredientes de engaña bobos. No se pueden disfrazar la crueldad, la indiferencia, la maldad, la ausencia de pensamiento crítico (incluso con uno mismo), el crimen, la enfermedad ocasionada aposta, el daño psicológico, el duelo, el miedo ocasionado por políticas fascistas, el uso de la mentira como estrategia de mercado o de gestión política que pueden conducir a delitos de lesa humanidad, el desprecio hacia quien te dice no en tu cara (porque sólo lo vas a convencer si lo matas, y ni aún así), tampoco las estrategias que emplearía la mafia más perversa imaginable, con todos sus demonios y estrategias de disfraz. El mal no engaña, el mal es una realidad y es un hecho; el bien nos dice la verdad y ambos nos hace seres libres.
Nada puede ocultar el verdadero rostro del monstruo que nos describen como un bellísimo ángel y este año se verá claramente su horripilante aspecto, porque sus bellos ropajes huelen a demonios desde lejos.
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.