Muchos pensarán ya al ver el título de este artículo a qué me refiero, mas no pueden estar más errados. No es ni tan siquiera climático. Al margen de toda la geoingeniería que se lleva experimentando, incluso por gobiernos y empresas militares y petrolíferas, la envergadura del calentamiento se queda corta, demasiado. Será por ello que muy pocos la intuyen y no llegan a imaginársela: muchos porque de sólo imaginar algo peor que eso preferirían irse al infierno (el cual, por cierto, ya van creando) y otros porque aún confían en la buena fe.
No es mi deseo soltar teorías conspiranoicas ni tampoco perderme en sus inmensos laberintos. Es algo que resulta tan lógico y obvio que, por su simpleza, a muchos se les escapa. Del mismo que algunos problemas matemáticos, que parecen escarpias, tienen una solución y una explicación aún más sencilla. ¿Hasta qué punto el ser humano es capaz de soportar el dolor o el sufrimiento más atroz? Es lo que se desea saber con la ingeniería de masas, la misma que aprenden los presidentes cuando son aleccionados por el Instituto Tavistock y que aplican, para nuestra suerte, de manera tosca. Cualquier signo de la masa adormecida aguanta el chaparrón es signo de que se puede seguir con el guion, escrito por demoniacos dramaturgos, y que nuestros políticos protagonizan cuáles actores de Hollywood. Cada una de sus actuaciones no es más que una provocación, una chispa más del divertimento mientras mejoran algo el papel, el cual ha de ser revisado constantemente para que resulten creíbles, al menos aparentemente porque la anhedonia ya es como el café del desayuno, tan necesaria como electrificante.
¿Matar en secreto si es necesario? ¿O ya se puede hacer de manera indiscriminada porque a nadie le importa lo que le ocurra a los demás, en cuyo caso los crímenes más atroces quedarían impunes porque la historia se encarga de borrarlos, aunque sea necesario hacer un lavado de cerebro a lo bestia o con ondas que adormecen la consciencia? ¿Y qué ocurre con los que han sufrido directamente las consecuencias de esos crímenes en sus seres queridos? ¿Perdonarán a los causantes, se quedarán sus rostros más gravados que el sello que ponen al ganado o con el que vendían a los esclavos? ¿Venganza o sueños de tomarse la justicia por la propia mano?
Mientras tanto, el desprecio ya corre de mano en mano, como un virus que se contagia de persona a persona con la velocidad del rayo, sin que haya ministerio de salud que lo detecte, a menos que salir a la calle se les ponga “molto pericoloso”. No hay peor pesadilla que ver todos los días al asesino de tu hijo, tu padre, tu madre o tu mujer o tu esposo en el televisor todos los días hablando todo chulesco y orgulloso, mientras se cachondea de ti delante de las narices porque eso es lo que ocurre a millones de personas, incluso en España. Cuando la clase política adquiere en sus decisiones y acciones con tintes puramente mafiosos, delincuenciales y tramposos, llenos de engaños y traiciones, es inevitable empezar a sentir ese repudio, ese asco inexplicable a tales e insignes figuras públicas, frente a las cuales se desarrolla esa sensación entre asco, desprecio y desear que desaparezcan de nuestras vidas, como se mata a las cucarachas con un buen insecticida que las erradique para siempre.
Lo peor es que se regocijan y multiplican cuando saben que los demás sufren, cuál gozo del buen psicópata que disfruta del triunfo de su acción: un paso más en el plan de la ingeniería de los estúpidos e ignorantes ciudadanos que no saben ni por dónde vienen los tiros ni quién será la próxima víctima pues las huellas del delito se borran y nadie tiene la prueba de quién es el asesino. Es la clásica técnica del cobarde: tirar la piedra y esconder la mano, pero, cuando se ven descubiertos, huyen como ratas (como de Paiporta) y no pasa nada pues con implorarles un poco a sus satánicos y sapientísimos amos, todo listo: falsa alarma.
Los planes secretos son ataques a nuestra dignidad humana desde todas las áreas posibles (económica, ideológica, sexual, psicológica, emocional, física y espiritual) con el fin de que decidamos nuestra propia destrucción, como aquél que cae en una incurable depresión y solicita al estado que le aplique una buena eutanasia. Llevan muchos años, tantos que no hemos sido capaces de detectar la sucia maniobra, empobreciéndonos ya haciéndonos creer que la pobreza es el estado normal de cualquier ser humano, sometiéndonos a un régimen de terror en el que lo peor está por venir y que nuestro enemigo puede ser nuestro mejor amigo o incluso nuestros parientes más cercanos, pervirtiendo sexualmente a nuestros hijos con ideologías claramente satánicas sobre orientaciones sexuales inexistentes para desequilibrarlos y convertirlos en carne de cañón de los ejecutores y artífices de la repulsiva cultura woke, creando un clima de desesperanza y desánimo, mientras los delincuentes salen de sus cárceles y se suman a las huestes de los no elegidos gobernantes, induciendo estados de ansiedad y depresión a lo bestia porque saben que una masa con mala salud mental es más dócil que otra despierta o consciente y yendo contra los principios del amor y del cristianismo, porque eso une y no divide a los humanos en poli bueno y poli malo, su macabro plan.
Una vez que la masa se percata de estos detalles, nos preguntamos qué ocurre después. ¿Seguirán calladitos y obedientes creyendo aún que las hadas recorren el palacio de la Moncloa o empezarán a ver cuáles son sus verdaderos enemigos y descubrirán que con sus patrañas ya no los convencen? ¿Y qué si van un paso más allá y empiezan a desobedecer al estado y a sus podridas, malolientes y corruptas raíces para empezar a pensar en que otro modelo social no es sólo posible, sino necesario? ¿O cuándo tardarán en dar la patada a esos partidos progres que nos hablan de tantos estúpidos derechos de pacotilla que son las marcas del veneno que nos quieren dar cuando durmamos plácidamente? ¿O, peor aún, qué pasaría si era ira acumulada estallara de repente y lo que se calentara no fuese la atmósfera sino las cenizas ardientes sobre las que cómodamente caminan los demonios, porque un infierno suave resulta bastante estimulante, pero que ellos ardan en sus propias brasas ya no les gusta tanto?
Mucho cuidado entonces, mucho ojo. Fiarse de la falta de inteligencia del pueblo es demasiado arriesgado, como lo es ignorar la sabiduría de la fuerza de su solidaridad, demostrada hace poco, donde hay mucho conocimiento, verdadero, profundo y lleno de fuerza. Aunque, yendo un paso más allá, tampoco es tan extraño que estos sátrapas sean tan ignorantes que se rían de nosotros, mientras los miramos con justo y merecido desprecio.
Será el calentamiento de la conciencia, de la conciencia humana, de la nueva versión de seres humanos que están por venir y que estos infra seres están creando con su elevadísimo nivel de estulticia. No hay peor karma que el que paga, porque nadie se libra de él, mucho menos el que se lo crea con su hipocresía, desprecio, orgullo fatuo, falta de moral, de conciencia y de empatía.
Y que no se engañen: todos somos mortales y todos pagarán según su karma.