La saga Culpables deviene para la generación Z lo que fue Crepúsculo, A tres metros sobre el cielo y 10 razones para odiarte para los milenials. Pero no solo la trilogía literaria Culpables cuyos dos primeros episodios – Culpa mía y Culpa tuya – ya se han trasladado a las pantallas. Más allá: After (con sus cinco películas), El stand de los besos (1, 2 y 3), A través de mi ventana, Adicción Perfecta y Anónima.
Vuelta de tuerca al horror del liberalismo sexual y otras malas hierbas
Tras su sólido celofán de producción, pavorosas medianías, cuando no indisimulados pestiños. Y el lujo. Y los cochazos. Y las urbanizaciones. Y las drogas, legales o no. Y las transgresiones, más presuntas que otra cosa. Y devorados por todo tipo de pantallas. Y las piscinitas de turno con sus desmesuradas kermeses. Los hipersexualizados padres de los adolescentes, adultescentes, a fuer de aborrescentes: pésimos ejemplos para los vástagos. Infidelidades, traiciones, deslealtades, manipulaciones, hijos secretos y mentiras al por mayor. Y rozando, y más allá, el incesto entre hermanos/hermanastros: postrer tabú en la cuerda floja.
Ellos, irresistibles macarrillas con un corazón que no les cabe en el pecho: Hardin, Nicholas, Ares, Noah o Jax son completamente intercambiables. Atractivos, musculosos, arrogantes y promiscuos. Muy promiscuos. Infieles compulsivos y bastante abusadores. Y ellas, tan clónicas como ellos. Monas. Normalmente rubias. Sensibles. Narcisistas. Pelín desquiciadas. Buenas estudiantes. Sin novio o con novio formal. Y sin experiencia sexual. Hasta que se ponen a follar y es un no parar. Con sus novios dizque formales. O con quien se tercie. Sin control sobre chichi y esfínteres: Raquel está absolutamente obsesionada por Ares (A través de la ventana), Tess por Hardin (After), Noah por Nick (Culpa mía), Elle por Noah (El stand de los besos) y Sienna por Jack (Adicción Perfecta) …Y ambos sexos, patologícamente celosos con inquietantes rasgos psicopáticos.
Orden y sentido común, sin más
Reaccionario. Orgulloso de ello, cómo no. Retornar a la ética kantiana (“Siendo un fin en sí mismo cada ser humano es único y no puede ser sustituido por nada ni por nadie porque carece de equivalente. No posee un valor relativo, un precio, sino un valor intrínseco llamado ‘dignidad’). O estoica. O cristiana, de linaje judío. Como prefieran.
Retornar a lealtad y el valor, la bondad y la piedad. La mujer en casa, el hombre en el trabajo y fidelidad mutua. El indisoluble y estrecho vínculo entre matrimonio, sexualidad y amor hacen de la pareja y la familia la postrera ínsula de comunitarismo primitivo en el seno de la sociedad liberal: las últimas comunidades intermedias que separan al individuo del mercado que jamás fue libre.
Y hondísimo amor a la vida humana (contra los anticonceptivos de estirpe abortiva y el abierto aborto, la masacre de embriones en laboratorios, el infanticidio, la eutanasia y la eugenesia). Y una sencillez y generosidad masculinas acompañadas de valores inequívocamente femeninos: optimismo, complicidad, comprensión y dulzura. La maternidad, siempre. Y, palabrita de agónico agnóstico: la religión. Para que cualquier sociedad pueda sobrevivir es necesario restaurar el sentido de la comunidad, de la permanencia, de la cohesión y de lo sagrado…
…Igualito que en las antedichas series. En fin.