Por Pascual Uceda
Una nueva demostración de músculo –víscera putrefacta, diríamos mejor- ha tenido lugar en la misma ciudad donde apenas unos meses asistíamos a la satánica clausura de los JJ. OO. de 2024. En efecto, nos estamos refiriendo a París, ese axis mundi convertido, por arte de birlibirloque, en entrada a un inframundo donde pululan aprendices de nigromante, sicarios a sueldo y una selecta representación de las élites vendidas a Mefisto por una silla en el banquete.
No es casualidad, pues, que París repita protagonismo internacional después de aquella sulfurosa declaración de intenciones revestida de fraternidad olímpica. Allí asistíamos al descenso de aquel bichejo dorado y luciferino a un mundo conmocionado por el caos, en el sentido de mostrarnos lo que estaba por venir. Y lo que viene sigue de manera puntual los dictados de una siniestra agenda de cuatro cifras (2030) a la que resulta casi imposible aplacar, que además se acompaña de una serie de oscuros rituales con los que atraer esas fuerzas en la sombra que, al parecer, esos adoradores del Saturno hexagonal necesitan para llevar a cabo sus aviesos planes. Y es aquí, precisamente, donde asume su verdadero protagonismo los hechos que venimos a denunciar.
No es una quimera. La élite mundial, reunida en París el pasado sábado 7 de diciembre, ha adelantado la reapertura de la catedral de Notre Dame de París, cuyas obras de reconstrucción, tras el incendio de 2019, no estarán completamente finalizadas hasta el 2030, al objeto de proclamar a los cuatro vientos -también en forma de huracanes, tifones y danas, en aras del cumplimiento de la falsa consigna climática- el comienzo del Nuevo orden Mundial.
“París bien vale una no-misa”, debió pensar el nuevo emperador de la República francesa, ese aprendiz de Napoleón llamado Macrón -o masón, que tanto monta-, con su decisión de reabrir uno de los símbolos más afamados de la espiritualidad de Occidente sin la pertinente misa de consagración, que se dejó para el día siguiente. Cualquier insulto, impertinencia o falta al decoro que se haga contra la conciencia humana es bienvenida en esta nueva concepción de un mundo distópico, opuesto e infernal; a cuyos corrales nos están introduciendo mansos como corderos.
Pero la cosa vas más allá de lo que podría significar un descuido u olvido litúrgico. Aquí entran en juego una serie de elementos concatenados que nos llevan a pensar que, tras el lógico entusiasmo que el acto en sí de rehabilitar la catedral despierta en el común, podría haber no gato encerrado, sino todo un zoológico al servicio del simbolismo ceremonial que se quiere representar; pues estamos hablando de un bestiario muy concreto: el que tiene que ver con el zodiaco cosmológico (con relación al movimiento de precesión terrestre y el ciclo astrológico de la precesión de los equinoccios, de 26.500 años de duración), en cuanto al sentido etimológico del término como “círculo de animales”.
Porque nos estamos refiriendo, según ya hemos adelantado, a una celebración a dos bandas. Por un lado se va a escenificar, de manera evidente, la ceremonia de reapertura del templo; y por otro, a través de la aplicación de determinados patrones simbólicos, la proclamación de un Nuevo Orden Mundial (NOM) en función de un orden cosmológico muy concreto, a la par que difundido ampliamente en la iconografía cristiana desde la Edad Media: el final de la era de Piscis-Virgo y el comienzo de una nueva era regida por el signo del Mal.
Como quiera que no podemos extendernos más de lo estrictamente necesario, trataremos de resumir la cuestión al mínimo, a pesar del riesgo que ello comporta para su comprensión. En este sentido, debemos saber que durante los 2160 años que dura cada una de las doce eras del llamado año platónico (26500 años aprox.), según el movimiento de la tierra con relación a la precesión de los equinoccios, la tradición señala la obligación de emplear los símbolos representativos de cada era en las manifestaciones religiosas de cada momento histórico. Y este es el caso del pez (Piscis) como símbolo de los primeros cristianos, y de la Virgen María (Virgo) como uno de los pilares de la fe católica durante los últimos dos mil años.
En función de esta preceptiva, que se cumple de manera escrupulosa en cada una de las eras, nos encontramos con que el templo más importante de la cristiandad en donde se venera a la Virgen, la catedral de Notre Dame de París, fue destruido parcialmente por el fuego en 2019; lo cual, y en función de lo que venimos expresando, podría interpretarse como la gran conmoción en la espiritualidad que rige la conciencia de toda una época (la era de Virgo, como signo anexo a Piscis) como anuncio de su final. Así mismo, y continuando con este plan orquestado de manera sibilina y de alcance universal, está contemplado que la nueva surgirá de las cenizas de la anterior; como así sugiere el mito del ave Fénix. Ahora bien, esta nueva etapa entraña un credo diferente que, si al principio solo difiere en algunos cambios apenas perceptibles para no provocar un completo rechazo, con el tiempo está abocada a su completa renovación/inversión: el satanismo.
Juzgamos que las élites oscuras, conocedoras de estas pautas universales de naturaleza cosmológica, han obrado de forma siniestra para activar esas fuerzas de que hablamos a su favor; en cuanto a su intención, primero, de arrasar parcialmente la catedral de Notre Dame de París, al objeto de provocar la necesaria conmoción y, segundo, de proceder a su renovación bajo el signo de unos nuevos tiempos regidos por la nueva conciencia que quieren imponer: el transhumanismo.
En función del desarrollo de los actos catedralicios, a los que tuvimos la oportunidad de asistir a través de la retransmisión que se hizo por televisión, podremos comprobar la certeza de estos argumentos. Empezando por la fecha escogida para la celebración, el 7 de diciembre, conocido como el día de las velitas, que es el día, junto con el 8 de diciembre, en que se rinde homenaje a la Inmaculada Concepción; es decir, a la Virgen María (Virgo). El fuego de las velas se interpreta como la presencia de Dios en los lugares donde se emplea; sin embargo, a tenor del nuevo credo que nos quieren imponer, opuesto o contrario a lo establecido, el sentido a aplicar sería, de igual modo, invertido: ¿el Maligno hace acto de presencia en nuestras conciencias a través de la imagen del fuego arrasando el símbolo de la Virgen en Occidente?
El aquelarre oficiado sobre la que fuera muy santa catedral de Notre Dame de París sigue su curso. Ahora le toca el turno al hierofante encargado del ceremonial, a la sazón, el arzobispo de París, que además porta un báculo harto inquietante, por la especie de burbuja de plasma azulón (la nociva luz azul con la que están sustituyendo el alumbrado público como símbolo del nuevo alumbramiento luciferino) que ocupa el interior de la voluta; contraviniendo así la tradición cristiana de representar en ese lugar principal del cayado un motivo iconográfico representativo de la fe (una cruz, un cordero, san Miguel ensartando al dragón, et.). Pues bien, armado del bastón episcopal a modo de maza, procederá al acto ritual de rehabilitar el templo mediante el triple aporreo de su puerta. El simbolismo aquí resulta evidente, pues la apertura de una puerta transmite el sentido de tránsito, de paso de un estado o de un nivel a otro ¿Les suena? ¿El final de una era y la entrada en la siguiente? Para más inri, el triple repiqueteo de la puerta, que remite a la ceremonia de apertura de la puerta santa de la catedral de Santiago de Compostela, vendría a revestir de sacralidad al nuevo templo rehabilitado. Ahora bien, dado el contexto luciferino en el que se están desarrollando los acontecimientos parisinos, esa santidad compostelana aquí asumiría, de nuevo, un significado opuesto: ¿la apertura de las puertas del infierno simbolizada en ese tránsito a esta nueva realidad distópica que nos quieren imponer? La circunstancia de acompañar el acto de apertura con la recitación, por parte del venerable hierofante, de un salmo atribuido al rey David con relación a la entrada en Jerusalén y la adoración a Jehová, podría ser la clave que identifique a los responsables de estos actos engañosos, con apariencia de loables y sagrados: Cui prodest?
El interior del templo rehabilitado presenta un blanco inmaculado, que contrasta con unas vidrieras y rosetones donde domina el color azul de la discordia, como un recordatorio de la nueva luz que habrá de cegar las conciencias en estos tiempos de grandes tribulaciones. Ubicado en el simbólico lugar donde las naves del templo se cruzan (el crucero), se alza, elevado por tres escalones del resto de la nave, una mesa de piedra oscura con visos de altar de sacrificios e inquietante geometría. Pues bien, este será el lugar en torno al cual gravitará la parte mollar de la ceremonia, como el discurso del presidente de la República francesa o el pseudosermón del hierofante. Olvidado de la ceremonia, el altar verdadero situado en el ábside del templo, lugar sagrado por antonomasia de todo templo cristiano, ni está ni se le espera.
Tras la correspondiente perorata del levita encaramado al púlpito, comienza una extraña invocación en donde el fastuoso órgano de la catedral adquiere un protagonismo inquietante. Nos referimos al diálogo que se establece entre el oficiante y el propio órgano al que se dirige en calidad de numen: “¡Órgano, instrumento sagrado!” – de este modo invoca el brujo a que se manifieste la “divinidad” a través de la música-, y cuyas respuestas serán interpretadas con atronadores acordes a modo de oráculo de Patmos o Sibila de Cumas.
Y si la puesta en escena resulta reveladora de la llegada de ese nuevo reino de oscuridad y destrucción que ya fuera anunciado en la clausura de los JJ. OO., las élites allí congregadas en este ónfalo parisino no lo serán menos; pues, estarán asistiendo, en calidad de comensales, al banquete del final de los tiempos, donde el pan a repartir se cifra en las posesiones terrenas, mientras que el cordero será devorado, una vez más, por los mismos lobos de siempre, disfrazados hoy de Zelenski, Trump y Macron.