Aborto, feminismo y LGTBIQ+, así como pedofilia (ésta, la última en salir del armario), son las cuatro armas para acabar con el matrimonio y la familia, una vieja ambición de los movimientos de izquierda desde que Engels hablase en sus obras de la lucha de clases en la vida íntima y de cómo la mujer estaba sometida al patriarcado. Existen otros medios relacionados como pandemias planificadas, resultados desastrosos de la geoingeniería, supuestos vuelos de ovnis, el proyecto blue mean y otros que sirven para a través del miedo, erradicar nuestro sistema inmunológico y matarnos en silencio como hicieron con el supuesto covid.
Hoy nos centraremos en el LGTBIQ+ y como ya era una realidad hace mucho, pero que muchísimo tiempo. En la sociedad del siglo XIX, convulsionada por los nuevos movimientos revolucionarios contra la burguesía, los judíos, la religión cristiana y cualquiera que se les presentara o el mismo estado, incluso el sistema capitalista (perfeccionado curiosamente por los sionistas, los cuales financiaban todas estas lacras sociales), las ideas de la libertad sexual se hicieron fuertes en algunas ciudades como Berlín, en la que la existencia de puticlubs era lo normal, siendo el caldo de cultivo de una serie de autores intelectuales de este movimiento. Ya en la década de los 80 del siglo XIX era frecuente encontrar lo que se llamaban Balhaus, cuya planta baja era para lesbianas, el primer piso para gays y los superiores para los trans. Estos lugares no eran sólo idóneos para esas aventuras, sino para encuentros y debates de cuatro aspectos: libertad en la orientación sexual, prostitución, matrimonio, aborto y control de natalidad.
Gran parte de los entusiastas de estas teorías eran europeos. Se cuenta que Karl Heinrich Ulbrichs (1825-1895) llevaba ropa de niña y jugaba con cosas del sexo opuesto, siendo su deseo no ser del sexo masculino, teniendo su primera experiencia sexual con 13 años con su entrenador de equitación, declarándose gay en la junta de juristas de 1867, siendo uno de los inspiradores de que Karl-María Kartbang creara la palabra homosexual. Estas prácticas estaban penalizadas por la normativa alemana y el centro de su lucha fue que estas acciones no fuesen consideradas delictivas.
Otro personaje importante fue Richard von Krafft-Ebbing (1840-1902), psiquiatra, de linaje aristocrático, que consideró al homosexual como un pervertido genético en el marco de un trastorno neuropsicopático de carácter innato, en la línea freudiana. Siendo un problema cerebral, no se podía considerar como delito. Es de recordar que la homosexualidad fue despenalizada por aquellas fechas en Baviera y Hannover, entre otros estados alemanes, siguiendo esta corriente.
No es extraño que muchos de estos autores tuviesen vidas algo desviadas de lo que se considera habitual. Por ejemplo, Edward Carpenter (1844-1929), célebre escritor británico, tuvo su primera experiencia homosexual en el Trinity College y estuvo influido por Henry Hyndam, discípulo de Engels, pasando por diversos grupos socialistas como la sociedad socialista de Sheffield en 1883 y la liga socialista un año después. Fue uno de los primeros en considerar las relaciones sexuales entre hombres y entre mujeres como un tercer sexo en su obra titulada “The intermediate sex” de 1908, alineándose a todas las corrientes marxistas de la época que impulsaban la necesidad de una educación sexual en los jóvenes, la necesidad de que las mujeres fuesen económicamente independientes, viendo al matrimonio como una especie prisión social y manifestación de la prostitución social, llegando a creer que sólo en un estado de tipo socialista era posible la liberación de la mujer, expandiendo sus ideas liberales a la protección de los animales, el medio ambiente, la libertad sexual y el veganismo. Por cierto, que fue condecorado por todo el gobierno laborista en el año 1924. ¿No suena a la agenda 2030? Fue precisamente el conjunto ideológico de la izquierda, analizada en artículos anteriores como una grandísima farsa del sionismo y una negación hipócrita de todo lo que predicaban, el marco de estas ideas. Por supuesto que en aquellos círculos se hablaba del aborto.
Para entender la baja calaña moral de estos personajes, nos centraremos en Henry Hyndman (1842-1921), miembro del primer partido socialista de Inglaterra desde 1881, junto a la hija de Karl Marx, Eleanor. Su obsesión por explicar el marxismo en su obra “Socialism made plane” de 1883, son muestras de su carácter autoritario y dogmático, muy propio de todos los líderes del movimiento de izquierdas. Este sujeto, muy en la línea marxista, fue antisemita de acuerdo con la corriente ideológica de estos partidos.
Sin embargo, la joya de la corona tiene otro nombre: Magnus Hirshfeld (1868-1935), de origen judío. Defensor de la intersexualidad, creó el Comité científico humanitario a favor de gays, lesbianas y trans en 1896 para luchar contra el artículo 175 de la ley alemana, aprobada en 1872 y vigente hasta 1994, haciendo muchos congresos en los años 20 en ciudades como Copenhagen, Londres y otras como Viena. Su gran logro fue la creación del Instituto de estudio de la sexualidad en Berlín en el año 1919, en vigor hasta 1933, cuando llegó Hitler al poder. Se dice que algunas células del partido comunista soviético simpatizaban con sus actividades.
La relación entre la cultura LGTBI y la clase obrera era más que evidente y, para evitar que muchas personas fuesen detenidas por travestismo, este instituto daba carnets, de modo que estos sujetos no pasaban por comisaría. Los miles de libros existentes fueron quemados en 1933 y ya en esa década se practicaron las primeros tratamientos hormonales y operaciones quirúrgicas de cambio de sexo. Por supuesto que, Magnus Hirshfeld tuvo que exiliarse de Alemania como muchos otros.
Se sabe de las accidentadas vidas de feministas como Simone de Beauvoir, autora de la famosa obra “El tercer sexo”, con prácticas sexuales con sus estudiantes mujeres y un largo etcétera. Lo curioso es la unión de todos estos aspectos (LGTBI, marxismo, feminismo y aborto) en una sola corriente, cuyo fin es la reducción de la natalidad, la destrucción del matrimonio, del patriarcado, como principal obsesión y su inclusión en agendas políticas y educativas, en colegios de manera obligatoria, imponiendo un tipo de vida desordenado que se podría considerar dentro del marco de lo neurótico e incluso delirante, asociado a todo tipo de exceso en el contexto de una problema límite de la personalidad.
El hecho de que una minoría padezca de estos males no significa que se consideren superiores, como en algunos círculos culturales alemanes de la segunda mitad del siglo XIX se creía y, mucho menos, que sus principios se deban imponer a todos.
Sin entrar en hacer valoraciones, las relaciones entre LGTBIQ+ y sus derivaciones, incluyendo el feminismo, contienen ese elemento radical y autoritario y con tintes fascistas, como sería de imaginar a la hora de hablar con alguno de estos personajes, completamente radicalizados.
Las relaciones entre el movimiento LGTBI y la izquierda se observa también en lo ocurrido en la Unión Soviética, tras la irrupción de la revolución comunista, momento en que se anula el delito de sodomía, al echar abajo el código penal ruso de la época y tras la aprobación del definitivo en 1922, en el que dicha acción desaparece, hasta que la reinstauró Stalin, por lo que estaba ocurriendo en Alemania, en 1934. ¿Fueron los comunistas de Rusia tan progresistas como se pueden considerar ahora a partidos como el PSOE, Podemos o Sumar?
Alexandra Kollontai, parte del Comité Central del Partido Bolchevique, a cargo del Comisariado del Pueblo para la Salud Pública, en la década de los años 20, no dudó en asociarse con la Liga Mundial por la Reforma Sexual, dirigida por Magnus Hirschfeld. Grigorri Batki, presidente del Instituto de Higiene Social de Moscú, sostenía que la legislación soviética no debía inmiscuirse en asuntos sexuales. Muchos de los libros de la institución de Magnus Hirschfeld fueron traducidos al ruso, como es de suponer.
En este sentido nos podemos preguntar por qué Stalin cambió su estrategia. Todo apunta a una justificación política, pues las inclinaciones de este tipo entre muchos nazis, que actuaban hipócritamente, eran más que notorias, por lo que, para evitar estas influencias hitlerianas, decidió prohibir la homosexualidad en Rusia y castigarla con penas de cárcel, hasta que cayó la URSS, momento en el que se despenalizó.
Afortunadamente, la debilidad de sus argumentos, la ausencia científica de sus ideas, especialmente la referida a la existencia del sexo no binario y otros disparates, convierten a estos movimientos en modas, sin entrar a criticar a quienes sean gays, lesbianas o lo que quieran ser. Lo peligro es llevar la identidad de género a animales y a generar cuadros de disforia de género en los centros educativos en menores de edad.
Como suele decir el sentido común, a pesar de que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad, siguiendo la estrategia de Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Adolf Hitler, también es cierto que aquélla ha de ser repetida para seguir siendo creída, aunque el tiempo acabe oxidándola y ya nadie la considere como válida, es decir, que el tiempo lo pone todo en su lugar.
Las modas son modas. Aunque la mona se vista se seda, mona se queda.