A la izquierda le gusta el color rojo de la sangre de los bebés en gestación que pierden la vida en los abortorios. ¿Podrían negarlo?
A pesar de las zancadillas del gobierno y la izquierda radical al completo –políticos y prensa—, que aprovechó todas las argucias a su alcance para prohibir el evento, el Senado de España acaba de acoger el encuentro provida, al que asistieron unos doscientos políticos de varias naciones. Se trató de la VI Cumbre Transatlántica contra el aborto, organizada por el grupo internacional Network for Values (Red por los valores). Un acto que el gobierno declaró “intolerable”, y la ministra de Igualdad tildó de “aquelarre”. Así estamos. Por eso solemos decir que defender la vida se ha convertido en un acto revolucionario.
Entre los participantes, cabe destacar la presencia de Jaime Mayor Oreja, un clásico del Partido Popular, defensor a ultranza del humanismo cristiano y activista provida siempre que tiene oportunidad. Hay que decir, en honor a la verdad, que es de los pocos políticos que no han cambiado su discurso y se ha mantenido fiel a sus ideas a favor de la vida, con independencia del foro donde se exprese o el público que escuche. No podemos decir esto de todos sus compañeros de partido.
Mayor Oreja fue el encargado de inaugurar el evento. En su discurso lanzó unas palabras de ánimo y esperanza al decir que estábamos ganando, a pesar de que “la moda dominante siga rabiosa y enfadada con nosotros”. Aludió a la derrota del “aborto libre en las elecciones americanas”, con la victoria de Donald Trump, aunque sus palabras quedaron teñidas con unas gotas de pesimismo real al reconocer que “es un error pensar que hemos ganado”.
En efecto, lo de Estados Unidos es un hecho muy reciente en el marco de unas circunstancias especiales de las que no podemos conocer los “porqués” ocultos, difícilmente visibles. Y, aunque no sea extrapolable, es bien cierto, que los resultados electorales en la tierra del Tío Sam, indican, más allá de economías y otros flecos de interés, un hartazgo de tanta tontería histérica de la subcultura-religión-secta, woke, con todas sus jaculatorias, mandamientos y sacramentos asfixiantes y esclavizantes.
Por su parte, el secretario general de Vox, Ignacio Garriga, que tampoco se esconde a la hora de pronunciarse, reivindicó la Cultura de la vida, frente a la Cultura de la muerte que es la razón de ser de la izquierda. Culpó a Pedro Sánchez de ser el trampolín del aborto y la eutanasia, bajo el eufemismo de muerte digna. Y aunque no podemos quitarle la razón, hay que añadir la recua de babosos y achichincles que le bailan el agua con los votos y los pactos de gobierno, sin olvidar a los jaleadores sin alma, que componen el resto de grupúsculos antivida y grupos de presión, lobbies, okupas, LGTBI, queer, narcisistas, transformistas, foucaultianos y demás tropa rarita: odiadores profesionales de los pares de opuestos, del bien y lo justo. Y como teloneras y gritonas, las femen, esas mujeres tan extrañas, tan enfadadas, tan disconformes, tan desesperadas, tan faltas de sentido común y algunas carencias más.
Me cuenta un confidente que varios de la izquierda satánica echaban espuma por la boca, mientras se vitoreaba la vida como un don de Dios; y que en las inmediaciones del Senado aún hoy se podían ver los vomitados verdes de las femen, tras vociferar blasfemias defendiendo sus úteros. ¿Recuerdan cuando la niña del exorcista vomitaba aquella papilla, que parecía puré de perejil, cuando le hablaban de lo sagrado o le mostraban la cruz? Los posesos suelen reaccionar así.
No es de extrañar que la prensa, al servicio de la Cultura de la muerte haya expresado su ira maligna con titulares de esta guisa: “El aquelarre ultra contra el aborto en el Senado devuelve a España al blanco y negro”. Aunque no podamos evitar sentir vergüenza ajena, el desafortunado titular bien merece un comentario. Está claro que les gusta el rojo de la sangre de los bebés eliminados cada día en los abortorios. Seguro que estos también vomitaron verde, y el rabo peludo les asoma por alguna parte.
Visto lo visto, es esperable que la peor prensa de todos los tiempos, que no entiende de códigos deontológicos, y sí mucho de prebendas, haya tildado el evento y a los participantes e intervinientes de ultraderechistas, ultraconservadores y ultracatólicos. A decir verdad, solo es cuestión de definir y poner las cosas en su sitio. Si defender a los bebés en gestación de la cureta de los matasanos, y a los discapacitados, enfermos y viejos de una sedación terminal para acabar con sus vidas, yo pongo en mi escudo de guerra estos calificativos, pero además de ultra, añado los prefijos mega y súper, que aún los eleva de grado. ¡Sí a la vida siempre!