Lo dijo Jesús de Nazaret, el protagonista de esta efeméride que está a punto de empezar: la Navidad, la fecha de su nacimiento, que celebramos con varios extraordinarios, entre ellos, la colocación del Belén, tarea en la que colabora toda la familia, incluso los más pequeños, propiciando momentos muy especiales de amor y sacralidad.
No está de más recordar en estos días la consigna latina “ne quid nimis”, traducida de “medem agan”, que rezaba en el frontón del templo de Apolo en Delfos. Su traducción al castellano es “nada en exceso”. Los clásicos griegos y latinos hablaron de normas conductuales y de la mesura. De algunos no sabemos con exactitud ni el año de su nacimiento y muerte, pero hablaron de casi todo, y bien; por eso conviene releer a los clásicos de vez en cuando.
Estamos a punto de celebrar el evento más importante de la cristiandad, del mundo en el que nacimos, crecimos y nos hicimos personas de bien, pero el ambiente es más de carnaval que otra cosa. El “Feliz Navidad” se ha ido transformando en un “felices fiestas”, sin más. Hoy vivimos en el mundo de los excesos, de la exageración, de la estridencia, del histrionismo, del culto a lo feo, de la horterada permanente en busca de emociones con las que avivar nuestras almas vacías. Los mensajes teledirigidos y la manipulación en general emponzoñan nuestra existencia convirtiéndonos en meros robots programados para consumir sin límite. No es nada original hablar de los excesos navideños en los que, año tras año, todos caemos, llenándonos de cosas que no necesitamos, compras histéricas de besugos, angulas, roscones y regalos varios, aderezados con alcohol y abundante brillibrilli.
El exceso se extiende a las redes sociales. ¿Cuántos vídeos, fotos y memes estamos recibiendo y reenviando de manera compulsiva como si fuéramos androides? Exceso en los regalos también, y con moraleja. ¿Cuántos regalos recibimos o entregamos, con el tique de compra, por si lo elegido no es “acertado”? Hemos llegado al extremo de regalar pidiendo perdón y con cierto complejo de culpa por si el regalo no es del gusto del agraciado.
Estas palabras no pretenden ser una exaltación de la racanería y el ayuno, sino una reflexión sobre lo excesivo. El roscón, el mazapán, el champán, las felicitaciones y los regalos, sí, pero en sus dosis. La voracidad y la gula –otro tema de los clásicos— de estos días la pagan también los inocentes capones, cochinillos, pavos y corderitos. ¡Ellos están deseando que llegue la Navidad para acudir a la piedra sacrificial de nuestras mesas adornadas de estrellas y ramitas de acebo! El sangriento sistema de la cadena trófica es el invento más atroz del Demiurgo. Es una de mis reiteradas reflexiones y no me cansaré de pedirle explicaciones al Creador por algo tan mal diseñado, a base de tanto dolor. ¡Un gran misterio!
Dicho esto, y más allá de recuerdos y nostalgias, desde este humilde rincón, reivindico la Navidad de antes, con significado, con fundamento, con corazón; la Navidad del Belén en casa, los villancicos, la Misa de Gallo, la cena en familia, la sobremesa con los chistes y anécdotas ya conocidas, y el día de Reyes. La Navidad que nos hacía a todos ser un poco mejores y nos recordaba que el rey Herodes quiso matar al Niño Jesús y él y sus padres tuvieron que huir en una burrita. Los especialistas en historia antigua nos desvelaron que tal viaje a Egipto nunca tuvo lugar. No importa. Sea realidad o patrón literario para revestir la figura del héroe civilizador, como dice Mircea Eliade, así fue inmortalizado por los pintores primitivos, los flamencos y los del Renacimiento, y así figura en el imaginario colectivo.
La Navidad de hoy es todo, menos Navidad. Hace años que la iluminación ha perdido su genuino significado y se ha convertido en una exhibición hortera de luces de colores, desprovista de alusiones al nacimiento de Jesús, la Sagrada Familia, a los Reyes o a los ángeles. Solo luces, figuras carentes de simbolismo religioso y estrellas, pero ¡estrellas sin cola!, no vayan a hacernos recordar que es la estrella de Belén que guió a los Magos hasta el portal. Son pequeñas señales, a las cuales no se le da la debida importancia, y la tienen, porque van desdibujando en el inconsciente colectivo el arquetipo de lo divino, a la vez que efeméride histórica de la llegada del Salvador.
En honor a la verdad, debemos recalcar que la ciudad de Oviedo es fiel a su decoración navideña clásica, con la Cruz de la Victoria y sus ángeles engalanando su calle principal. Hay que decir también que, este año, también en la capital de España luce el Niño y la Sagrada Familia en varios rincones, incluida la emblemática Puerta de Alcalá. Para fantocherías, Barcelona, que está echada a perder, con sus símbolos satánicos. Literalmente. Pero no vamos a darles publicidad.
En el marco de la dictadura de lo políticamente correcto se argumenta que la ausencia de simbología católica es por respeto a la diversidad. En realidad, es para no herir a los envalentonados musulmanes con alusiones a Aquel que vino a establecer –por encima de nacionalidades, castas y clases— la igualdad entre los seres humanos, y a darnos la fórmula magistral para librarnos del Mal: “Amaos los unos a los otros”. “Sabrán que sois de los míos si os amáis”. En un mundo movido por el enfrentamiento y el odio, se trata, en verdad, de un mensaje muy revolucionario, y por eso llevan siglos tratando de matarlo, como a su creador.
Ser cristiano hoy, un buen cristiano, es ser antisistema. Porque el auténtico cristiano está en contra de la usura del sistema financiero, de la corrupción política e institucional, de las mentiras de la ciencia y el sistema alimentario, de las trampas de la industria farmacéutica, del asesinato sistemático de bebés en gestación, de la muerte por eutanasia, de la antropología desnaturalizada, de los eufemismos para engañar a los ingenuos, en definitiva, de los que, contra el gran regalo de Jesús, quieren desviarnos del camino recto y hacernos permanecer aborregados en nuestra etapa animal, en un estado de zombificación crónica que nos hace incapaces de reaccionar y nos calcifica el alma. La Navidad de verdad nos hace reflexionar sobre todo esto. Si no somos firmes en la defensa de nuestras creencias y tradiciones, los laicistas acabarán imponiendo su moral y prohibirán cualquier manifestación pública, sin tener en cuenta el sentir de una buena parte de la población.
Las rabietas masónicas de la diversidad no son simples reacciones sin fundamento; en ellas subyace algo mucho más profundo. A los católicos se nos acorrala. Los Dioclecianos de hoy quieren retornarnos a las catacumbas; que no se visibilicen nuestras oraciones y nuestros ritos; que ocultemos las cruces y todo símbolo religioso. ¡¡¡Salvo que las cruces sean invertidas!!! El símbolo más importante del satanismo luce esta Navidad en algunas avenidas y plazas de grandes ciudades del mundo, incluida nuestra España, otrora reserva del catolicismo. Y, a propósito del satanismo que permea nuestra sociedad, es imperdonable la película infantil estrenada hace un mes, que presenta a Satanás disfrazado de Santa Claus, ofreciéndole tres deseos a un niño, a cambio de su alma. Lo que empieza suprimiendo la asignatura de Religión acaba cerrando las iglesias, derribando cruces y demás prácticas blasfemas.
El enemigo trata de borrar el auténtico significado de la Navidad. Han prohibido los villancicos en las calles, y los belenes de las instituciones han ido desapareciendo. Uno de los últimos envites para anular esta efeméride tan trascendente fue de la Comisión Europea. El dosier “inclusivo” de la institución fue retirado de momento, pero no eliminado. Y la intención está vista. Esta guía sugiere no hacer alusiones a la Navidad, sino a las fiestas o vacaciones, ni emplear en ningún momento el término cristiano y mucho menos aludir al Niño Jesús o a Jesucristo. La protesta de los parlamentarios conservadores consiguió que la iniciativa no se llevara a cabo. Algo es algo. ¿Hasta cuándo?
Pero, pese a quien pese, ocultar la Navidad es imposible, primero porque es un hecho histórico. Tan es así, que este nacimiento único, divide la historia en dos: a. C. y d. C. Y segundo, porque la Navidad está enraizada en nuestras almas.
Como “hay gente pa tó”, expresión de Rafael el Gallo, no faltan los de inclinación sincretista y New Age, que acuden al Machu Pichu o a Stone Henge a festejar el solsticio de invierno, día del nacimiento del Sol, o buscan otros itinerarios y ritos paganos, que promocionan las agencias de viajes.
Crece el paganismo a grandes zancadas, pero no un paganismo culto y universalista que nos acerca a los albores de nuestro pasado, a todo el simbolismo ancestral escrito en la naturaleza, sino excluyente y de rechazo a lo cristiano. Hace dos mil años Jesús vino a darnos un mensaje de amor, una hoja de ruta para caminar por la vida lejos del Príncipe de este mundo, siempre al acecho de nuestras almas. Los cristianos somos unos privilegiados por ello, pero muchos no lo saben o no lo tienen lo suficientemente integrado. La ignorancia, la dejadez o la manipulación los lleva a seguir adorando al Sol, celebrando el solsticio de invierno en Machu Pichu o en Stone Henge. ¡Con estos polvos no es de extrañar que nos revolquemos en el lodo de la barbarie!
Nuestra Navidad debe seguir siendo lo que fue siempre. Y en vista del esperpento, que cada año va in crescendo, sería bueno que los Ayuntamientos se abstuviesen de organizar actos burlescos, como las cabalgatas del género, con reinas magas y demás parafernalia; o belenes con parejas del mismo sexo. Les queda el resto del año para organizar carnavales, orgullos gay, saturnales y dionisíacas, sin necesidad de contaminar una tradición que para los católicos es sagrada. En cuanto a los mensajes navideños que circulan al por mayor en las redes sociales, entre mucha bobada, algunos tienen una gran carga espiritual, pero sin aludir en ningún momento al mensaje cristiano o a Jesús. La dictadura progre permite exaltar a Confucio, a Buda, a cualquier ancestro mítico maya, hopi o siux, pero a Jesús ni nombrarlo. ¿Estoy diciendo que hay una conspiración contra el cristianismo? Afirmativo. Y el pueblo está aprendiendo muy bien la lección. Solo le falta el examen para nota. ¡Gloria in excelsis Deo! ¡Feliz Navidad!