En los famosos cómics de Astérix, la irreductible aldea gala resistía las numerosas acometidas de Julio César, a pesar de que esa pequeña aldea era la única que le quedaba por conquistar de toda la Galia. La unidad de todos los habitantes de esa aldea, sus guerras de guerrillas contra los «locos romanos» y la poción mágica de Panoramix les habían convertido en la gran piedra del zapato de la conquista romana.
A lo largo de toda la farsemia, de la mano del impresentable Feijóo, Galicia se convertía en una de las regiones de España más asediadas por la locura covidicia. El pepero, ahora aspirante a convertirse en el nuevo Sánc-HEZ, se erigía como uno de los sátrapas más dictatoriales de todos los covidicios presidentes autonómicos de uno y otro partido político.
Pero al igual que en los libros de Astérix, a más presión más oposición y más unión entre los irreductibles negacionistas cuya única poción mágica era la amistad y sus ansias de preservar su libertad, que es la mayor de las «aldeas galas» que cualquiera de nosotros está más obligado a proteger.
Esa situación, esos años de locura «feijoociana», fueron tremendamente duros para todos, tanto para los luchadores de dentro de Galicia, como para los de fuera, cada uno contra el chalado que le hubiera tocado en suerte en su reino de Taifas.
Pero como decíamos, la de Galicia fue especialmente dura con aquella Ley Auschwitz, con aquellas amenazas de multas a quien no pusiera el brazo. Con el tristemente famoso pasaporte, o con el dudoso honor de ser de los primeros en banderillear a los niños, a pesar de que se decía que no tenían peligro alguno con el bicho inexistente.
Pero como ya se sabe, con una acción siempre hay una reacción. Y muchos valientes gallegos anónimos reaccionaron ante la enfermiza obsesión del pepero agendista de Orense. De ahí que esa sea una de las regiones en las que nos podemos encontrar con la gente más comprometida en la lucha contra la locura agendista.
Son muchos los nombres que les podríamos dar, pero hoy nos vamos a centrar solo en uno de ellos, el de Carolina. Carolina es una mujer delgada y no demasiado alta. Alguien que tuvo muy claras las cosas desde un principio y que se desesperaba ante lo que veía a su alrededor, algo que nos ha pasado a muchos.
No entendía como, a base de decir tantas mentiras y barbaridades, los políticos y medios de comunicación habían conseguido convencer a tanta gente conocida, e incluso familiares, para dejarse encerrar y poner el brazo alegremente. Al principio le pasó lo mismo que nos pasaba a todos: se sentía sola y pensaba que era la única convencida de que aquello era una gran farsa.
Fue entonces cuando buscó en internet. Localizó medios y comunicadores que pensaban y decían exactamente lo mismo que ella. A partir de ese momento se sintió menos sola, llevando de su mano a su paciente marido: ella un torbellino, él lo contrario, pero apoyando siempre a su mujer en todo.
Poco a poco fue informándose más, descubriendo nuevas farsas, nuevas mentiras, nuevos ataques y convirtiéndose en una gran activista en la búsqueda de lo que ahora buscamos todos nosotros: la verdad.
Y como de todo lo malo siempre sale algo bueno, la vida, que es siempre sabia, nos llevó a conocernos, nos regaló la gran oportunidad de conocer a Carolina. Cariñosa, amable, siempre con una sonrisa y siempre, siempre, contándonos lo mucho que nos agradecía el hecho de haber publicado todo lo que habíamos publicado a lo largo de esa farsemia.
Cuántas veces hemos pensado y hemos dicho en los últimos tiempos aquello de ¡bendita farsemia! Cuántas veces hemos agradecido a esa locura distópica que nos haya dado la oportunidad de conocer a tanta gente maravillosa, a gente como Carolina. Y es que, a pesar de lo que habíamos pasado, la farsemia nos ha traído muchas cosas buenas, conocer a gente que merece la pena y Carolina es una de ellas.
Pero a pesar de su vitalidad, a pesar de su alegría continua, a pesar de su fortaleza y de ser una gran luchadora, Carolina estaba sufriendo por dentro porque estaba muy enferma. Nunca se quejaba, nunca contaba los malos días que pasaba cada cierto tiempo y que provocaban que estuviéramos sin vernos porque no podía salir de casa. Pero siempre que aparecía de nuevo tenía con la misma fuerza, la misma vitalidad y alegría, a pesar de lo que hubiera padecido. Cantaba, bailaba, se reía, contaba chistes y despotricaba contra algún político agendista y gandul.
La noche de ayer viernes, tras algo más de dos meses sin verla, Carolina decidió que ya había llegado el momento de descansar y dejar de sufrir. Se fue físicamente, pero todos sabemos que su espíritu no se ha ido y que va a permanecer siempre entre nosotros y entre los suyos.
La gente como ella no se va nunca porque, al contrario de lo que sucede con muchos ahora, tiene alma y todos pudimos verla y disfrutarla. Ahora, a pesar de que físicamente no la podamos ver, todos los que la conocimos sabemos que su alma siempre estará entre nosotros hasta que nos reencontremos donde sea y volvamos a cantar, a bailar y a reírnos con ella en un lugar que tiene que ser mejor que este porque ella, y todos los que son como ella, no merecen otra cosa.