Cuando estábamos en el colegio era nuestro sueño conseguirlo. Sacar las mejores notas, ser el más admirado o la más envidiada, conseguir nuestras metas, aunque fuese copiándonos del compañero y de maniera fraudulenta, todo para, al final, que digan que somos la hostia. De hecho, muchos han hecho sus tesis de manera más que sospechosa.
Sabemos que si llevamos este afán de protagonismo fuera de ciertas edades nos convertiremos en peligrosísimos narcisistas para los demás, de modo que emplearemos nuestro poder para obtener atención, dinero, influencia, apoyo emocional y reconocimiento, como si fuésemos lo más importante para la otra persona, como si ésta fuese nuestro padre o nuestra madre y nos perdonase todo, absolutamente todo, porque es su obligación (o al menos es lo que creemos por justicia, mas no divina, pues de eso no tiene nada).
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El primero de la clase es el tahúr que se saca el as de la manga para ocultar el engaño, el que siempre tiene una excusa para seguir tomándonos el pelo, porque, si consigue robarnos dinero, energía emocional o mental, o nos deja exhaustos (quien no lo ha sentido con uno de estos personajes tan oscuros de manera inexplicable), es tal el vacío interior que tienen, su desesperación pues somos su alimento, que no soportan ningún rechazo. Eso sí, si te engaña o te estafa lo hace por naturaleza, igual que el león se come a la cebra o tu mascota tu comida si no la educas adecuadamente para que no lo haga. Lo malo de estos sujetos oscuros es que, por mucho que les digas, por mucho que les quiera explicar buenos modales, se harán pasar por los que nunca han roto un plato en su vida y tú eres el culpable de todos sus desgracias, pasadas, presentes o futuras. Ellos nunca las asumirán y tú serás la única causa.
Cuando este sujeto logra el poder se vuelve muy peligroso pues lo ejercita hasta ser literalmente un delincuente, ya sea de manera solapada, mostrando todo tipo de educación y protocolo (son especialistas en el arte de camuflarse con lindas palabras y bonitas intenciones, aunque, si eres perceptivo puedes sentir su tono completamente falso, frío y plano, sin emoción alguna) o, descaradamente, pues se creen con el derecho de abusar de ti en todos los aspectos.
Pero que no se te ocurra nunca decirles lo que son, echarles en cara el resultado de sus maléficas acciones, pues entonces aprovecharán primero para hacerse las víctimas y, si no logran, se pondrán furiosos contigo, eso si antes no se van a su escondite para estudiar la manipulationis belli que van a desarrollar contigo al no poder soportar perder influencia sobre ti, ya sea para que los ames o mucho mejor, los odies, lo cual significa que te joden, tal como ellos desean. Después de todo, todo es para ellos un juego, pues no han podido salir de su mentalidad de niños malcriados que no reconocen límites de ningún tipo.
Estos sujetos son los que pueden ser perfectamente capos de la mafia, cometer todo tipo de actos fraudulentos o de corrupción porque consideran que son algo absolutamente normales. Después de todo consideran que los demás somos unos estúpidos que no nos enteramos de absolutamente nada y que, además carecemos de la capacidad para ser capaces de entenderlos, es decir, que carecemos de capacidad intelectual de cualquier tipo.
Es tal su complejo de superioridad que, hagamos lo que hagamos, siempre seremos lo mismo, como cuando los de los protocolos se refieren a nosotros como goim o ganado, en hebreo, los políticos nos toman por estúpidos mientras los hay que roban a manos llenas y, cuando son descubiertos lo niegan (sobran los ejemplos, incluso los más actuales), pero, eso sí, se caracterizan por presentar una supuesta superioridad moral que les permite echarnos en cara todos nuestros defectos, pero ellos no los soportan y, si los escuchan, te miran con una estúpida sonrisa o como si fueses una mosca que vuela por su lado (ten cuidado porque suelen llevar insecticida).
Ya hemos visto muchas veces esos comportamientos en las élites políticas, incluso si han sido pillados como suele decirse con el carrito de los helados, lo cual niegan y hace que te veas como un desadaptado, un loco, un mal informado o un mal pensado. ¿Cómo se te ocurre pensar mal de ellos o ellas, porque también las hay y no son pocas?
Los recientes hechos, que no voy a relatar en profundidad al ser más de lo mismo y nada sorprendente, son un ejemplo perfecto. El fiscal general del estado ha sido declarado investigado por el TS y no pasa nada, el exministro de transporte, que figura en muchos documentos, es muy sospechoso, el número uno, el primero de la clase (no se sabe si lo fue alguna vez o no, en cuyo caso es comprensible su frustración y, si lo fue, aún peor), ahí sigue en su poltrona. Pero ninguno ha sido acusado y decir que son culpables no es de justicia, pero sí creer que sus actitudes y comportamientos de todo tipo (premeditados, justificativos, inconscientes, no verbales y verbales) son más que sospechosos, lo cual es una buena razón para que los ciudadanos se alerten de manera lógica.
Del mismo modo que tenemos a nuestros narcisistas en nuestros puestos de trabajo, los cuales no sabemos cómo quitarnos de medio y que nos fastidian con sus aires chulescos y despectivos, así como hipócritas e hirientes, sólo con una mirada, sin necesidad de hablar (porque en eso son unos genios), están los de los palacios y los parlamentos que son auténticos maestros en estas malas artes.
Dicen los psicólogos que es necesario aplicarles varias técnicas: la del hielo o la indiferencia (la cual habría que llevar a todos los extremos), el contacto cero (no querer saber nada de ellos y bloquearlos de todos nuestras redes sociales y nuestros móviles para que ni nos llamen), evitando todo encuentro.
No sé si los españoles decentes tendremos que irnos a otro planeta para poder soportar tanta inmundicia moral y espiritual, pero, una vez identificados, ya sabemos que debemos hacer por nuestra salud emocional, porque, por cierto, los vampiros existen y son de carne y hueso, del mismo modo que el demonio puede mostrar un rostro angelical y no tener cuernos. No nos fiemos entonces del primado negativo de las películas de Hollywood.