El primero de agosto de 1980, los dos aristócratas María Lourdes de Urquijo y Morenés (marquesa, única heredera de una dinastía ennoblecida por Amadeo de Saboya en 1871) y su marido Manuel de la Sierra y Torres, presidente del Banco Urquijo fueron asesinados en su chalet de Somosaguas, a unos 13 kilómetros de Madrid.
En este caso, numerosas pruebas fundamentales desaparecieron o se desestimaron. El único acusado fue el ex yerno, Rafael Escobedo Alday, marido de Myriam desde junio de 1978, uno de los seis hijos varones del jurista Miguel Escobedo y de su aristocrática mujer, Ofelia Alday Mazorra. Sin estudios ni trabajo, vivía saliendo a jugar a las cartas con sus amigos adinerados y no encajaba en el perfil de chico que Manuel quería para su hija, razón por la cual el marqués ni siquiera le hablaba. Seis meses después de la boda, Myriam le dejó para empezar una relación sentimental con el americano Richard Dennis Drew, el jefe de la empresa (Golden Paradise) donde trabajaba. Un día antes del crimen, Myriam había estado comiendo con sus padres para tramitar la nulidad matrimonial.
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Esta fatídica noche, Boly, el histérico caniche de la familia no ladró (eso sugería que los asesinos eran conocidos por el perro). Una vez dentro de la casa, fueron a la habitación de Manuel en el primer piso, el cual dormía, disparándole detrás de la oreja. Luego, la pistola (una Star calibre 22) se disparó accidentalmente y el ruido despertó a la marquesa que descansaba en un pequeño cuarto contiguo. La callaron con dos tiros: uno en la boca y otro en la vena carótida. El arma quedó bajo custodia policial y misteriosamente un día, desapareció.
Rafael Escobedo fue hallado culpable por un móvil de venganza cuando se encontraron unos casquillos de pistola que coincidían con las del crimen, aunque el juicio se complicó cuando éstos desaparecieron de los sobres que contenían la evidencia. Torturado en dependencias policiales, fue condenado a 53 años de cárcel. Rafael creía que quienes ejecutaron a sus suegros le sacarían de la prisión, aprovechando cualquier permiso de fin de semana para trasladarlo a algún país sudamericano, como hicieron con su amigo Javier Anastasio. Pero todos (incluida su padre y hermanos) le abandonaron. Además, este pobre cabeza de turco apareció ahorcado en la prisión de El Dueso (Cantabria) en julio de 1988, aunque la autopsia reveló que su organismo contenía una gran dosis de cianuro: los médicos que le hicieron la autopsia encontraron 14 miligramos puros en sus pulmones, estómago y riñones. Es que lo mataron antes de que fuera hallado ahorcado. Dos sicarios le habían dado el cianuro en una papeleta en vez de darle cocaína, a la que era adicto. En sus memorias, Rafael dejó escrito que esa noche eran seis las personas que entraron en la casa de los Urquijo y, para más inri, quizá él ni estaba, ya que los marqueses murieron a eso de las 12 de la noche y él llegó a casa a las 2 y media de la madrugada.
La marquesa se pasaba los días rezando con su confesor, el capellán José Antonio Galera de Echenique, el cual había pedido su admisión en el Opus Dei en 1953. Era una mujer tímida, frágil, muy cercana a aquella institución católica, a la cual financiaba. Hay que subrayar que José Antonio se educó entre condiscípulos musulmanes, siendo Doctor en Derecho matrimonial islámico. Fruto de esa amistad es su su libro “Diálogos sobre el Islam”. Por añadidura, el Papa ecuménico del Opus, Juan Pablo II le nombró Capellán de su Santidad en 2001.
En aquel momento, El Banco Urquijo estaba en una situación que rozaba la bancarrota, por lo que se tramitó la fusión con el Banco Hispano-Americano, a la cual el marqués Manuel de la Sierra se oponía. Pero en cuanto desapareció, sus hijos (Juan y Myriam) la aprobaron y llevaron a cabo la fusión.
En cuanto a la criada dominicana de los Urquijo, tenía que haber estado en la casa la noche del crimen, sin embargo se había escapado para tener una aventura sexual con el mayordomo del vecino, el banquero Claudio Boada, cercano al Opus Dei y que asumirá la presidencia del Banco Hispano-Americano entre 1985 y 1990. Fue ella quien descubrió los cadáveres cuando ingresó a las habitaciones, a las nueve de la mañana. Luego, a las 11:30 am, fue curiosa la llegada del administrador de los Urquijo Diego Martínez Herrera, porque estaba vestido de luto (enteramente de negro), algo estrafalario si se tiene en cuenta que el verano madrileño estaba en su apogeo. Apenas supo de lo ocurrido y antes de que llegaran la policía y los forenses para realizar la autopsia, ordenó que lavaran los cadáveres y quemó documentos que el marqués guardaba en la caja fuerte.
En cuanto a los 4 jueces que se encargaron del caso: José Antonio Alonso, Fernando Andreu, Mercedes sancha y Fernando Grande-Marlaska no hicieron más que confirmar la versión oficial fríamente delineada de antemano. Ninguno de ellos autorizó la exhumación de Rafi para realizar una segunda autopsia, pedida por su abogado.
En resumidas cuentas, el móvil del crimen fue económico, la persona que llevaba el arma era un profesional, los seis autores del crimen siguen impunes y el delito ha prescrito. Rafael fue asesinato a los 33 años, edad simbólica para los miembros del Opus Judei, perversa masonería blanca que, con sus otros hermanos de Logia sigue gobernando España en la sombra, en complicidad con narcotraficantes, policías y jueces.