jueves, septiembre 19, 2024
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El polvo sahariano: una “lluvia de sangre” y tóxicos bajo el paraguas del NOM

Por Pascual Uceda Piqueras
Doctor en Filología, especialista en Cervantes y escritor

Casi nada de lo que antes era motivo de asombro resulta ser hoy otra cosa que un mero contratiempo, fastidio dominguero o, en el caso concreto que venimos a denunciar, día inexcusable para llevar el coche al lavadero.

Sin duda, a ello ha contribuido el especial interés con el que, desde todos los medios de comunicación avalados por la censura orwelliana, se resuelven cuantos asuntos tengan una importancia trascendente para el conjunto de la sociedad; que, además, suelen despacharse, de manera poco seria y vulgar, con la aplicación de códigos deontológicos más propios de la literatura picaresca de otro tiempo que de una verdadera vocación periodística, como es el caso del llamado timo del trilero o el trile, ejemplo paradigmático de maniobra fraudulenta donde las haya. 

Sobre una mesa improvisada en medio de cualquier mercado callejero, nos encontramos, sobre un tapete de cartón, tres cáscaras de nuez que son manipuladas, con singular destreza tamariziana, por un maestro trilero y una recua de ganchos que le acompañan en el timo. La técnica es bien sencilla y el éxito está asegurado si se observan unas mínimas normas de ejecución. Solo nos falta el “primo”. ¿Dónde está la bolita?

Sustituyamos los elementos básicos que conforman la estructura de este timo con visos de ancianidad. En este contexto que nos ocupa, el mercado donde el trilero ejecuta su engaño pasaría a ser el mundo actual; la figura del trilero estaría representada por los gobiernos en la sombra y sus oscuros intereses; las cáscaras de nuez serían los medios de comunicación vendidos a las élites, con la misión de confundir, despistar y engañar sin ningún pudor ni asomo de arrepentimiento; los ganchos son todos aquellos sectores de la sociedad comprados por las élites con la finalidad de acorralar y conducir al pueblo llano a la nuez equivocada, señalada por las élites como la verdad que se debe creer; la bolita que aparece y desaparece del tapete es el objeto deseado por la víctima, que representa la verdad que esconde la realidad y que nunca acabará en poder del incauto; por último, tendríamos al “pringado”, personaje colectivo que representa a toda la sociedad –excluyendo las élites–,  presto a levantar la nuez equivocada en el momento último en el que se lo juega todo.

Veamos, a continuación, uno de esos triles que viene pasando desapercibido, incluso, al ojo experto de esa “policía de mercado” que viene trabajando hoy en día en la bíblica tarea de expulsar a estos nuevos mercaderes del templo.

Nos estamos refiriendo a ese presunto polvo del desierto sahariano que viene visitando nuestras costas mediterráneas (llegando incluso a invadir la mayor parte de la península ibérica) con una frecuencia inusitada desde hace tres o cuatro años; en concreto, desde que se abrió la caja de Pandora en el 2020 liberando el virus del miedo entre las gentes deseosas de aguijonearse el cuerpo para el remanso de sus deseos y sentimientos –que no patología al uso, ni tutti frutti vírico de origen zoológico, pangolín, murciélago, pollo, vaca loca, rata, mosquito o mono–.

La llamada calima es un polvo en suspensión de origen sahariano que se caracteriza por su tono anaranjado, que hace difícil la tarea de respirar y que produce la impresión de estar en una atmósfera marciana. A pesar de lo insólito, y del incremento notable en la frecuencia de la aparición del fenómeno, con una duración e intensidad sin precedentes, incluso en invierno, pocas son las voces que se han alzado clamando una explicación sobre la gran proliferación de estos episodios atmosféricos.

Los trileros del Estado profundo, a la hora de tratar de explicar la presencia de este polvo africano sobre nuestras cabezas, suelen manosear unas cáscaras de nuez muy sofisticadas (ingeniería social), que además lo hacen de forma sibilina, ocultando la bolita en todo momento y dejando que los ganchos hagan su trabajo. No sorprende, en este sentido, la publicación de artículos en prensa donde se destacan las bondades de esta “peste brumosa”, que en contacto con el agua de lluvia recibe el sugerente nombre de “lluvia de sangre” –muy en consonancia con esa afición por la sangre que muestran tener las élites satánicas–, entre los que destacan aquellos que hacen énfasis en el poder fertilizante de esta solución sulfurosa.  Al final, el tema suele ser despachado con la mención del manido agente causante del fenómeno: el cambio climático, que no es otra cosa que la bola que el trilero suele mostrar al “primo” para mantenerlo en un continuo engaño y cebarlo bien antes de darle “matarile”. 

Porque la bolita del trilero esconde una verdad envenenada, preparada en las cloacas del Estado siguiendo las directrices de la siniestra Agenda 2030 y administrada de manera generalizada, y en pequeñas dosis, de forma que el “pringado” no advierta nunca el engaño. ¿Les suena?  

¡Destapemos las tres nueces y comprobemos dónde está la bolita de la verdad! Porque todo ello tiene que ver con la manipulación del clima que, desde hace décadas, viene operándose en el globo con fines militares y a modo de armas meteorológicas patentadas. No estamos ante una película de ciencia ficción, aunque a todos nos suene haberlo visto en algún filme emanado de la industria satánica de entretenimiento/atontamiento de masas que es Hollywood. 

Existe información que avala la presencia de hasta 26 elementos en el agua de lluvia procedente de ese supuesto polvo sahariano, entre los que se encuentran algunos altamente tóxicos (abundancia de metales pesados), que caen sobre nuestros campos, lagos, ríos y ciudades con un propósito nada esperanzador. Asimismo, contamos con documentos oficiales que recogen el modo en el que estos “pesticidas” serían arrojados a la atmósfera, a través de aviones Boeing especialmente preparados para rociar estas sustancias, con cargas de 25 toneladas de nanopartículas similares a la arena y a una altitud de 18.000 metros.

Estas partículas pueden permanecer en el aire hasta dos años después de ser expulsadas, para caer luego de manera gradual sobre la población. Más documentos, entre los que se hallan algunos recientemente desclasificados por el gobierno de EEUU, prueban la realización en 1994 de estas crueles prácticas de rociado con fines militares, al objeto de probar los efectos devastadores que tendrían estas sustancias (sulfuro de zinc y cadmio, las más nocivas) sobre la población.

Contamos también con análisis contrastivos, a título privado, dada la inacción de los respectivos gobiernos (6 de mayo de 2022, por el Instituto de ingeniería de procesos químicos de Tuzla), llevados a cabo entre la arena sahariana original (Túnez) y la supuesta arena sahariana procedente de las precipitaciones en Bosnia-Herzegovina, donde se muestra cómo la segunda se compone de esos 26 elementos, de entre los cuales algunos son especialmente tóxicos, incluidos el sulfuro de zinc y el cadmio; frente a la primera, que, sin dejar de registrar alguno de esos mismos componentes, la proporción es tan ínfima que apenas se considera.

¡Quitémonos la venda de los ojos y ejerzamos con inteligencia nuestro derecho natural a no jugar esa partida perdedora! En este clima social de modorra generalizada, tenemos muchas papeletas para convertirnos en víctimas de ese gran trilero que es el Estado profundo.

Las consecuencias de esta “lluvia de sangre” sobre nuestras cabezas no deben reducirse al fastidio de tener que llevar el coche al lavadero, ni a tener que posponer un día de playa. Cuestionarse un mundo de apariencias es algo innato propio de la naturaleza del ser humano. Actuemos como tales y no dejemos que ese oscuro trilero vuelva a ocultarnos la bolita debajo de la misma cáscara de nuez.

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