martes, septiembre 17, 2024
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Por Pascual Uceda

Por Pascual Uceda

Tres años después de la celebración de los JJOO de Berlín en 1936, como si se tratara del escaparate más sugerente desde donde anunciar la próxima destrucción de la humanidad, habría de estallar la 2º Guerra Mundial.

Resulta paradójico que, después de celebrarse el evento deportivo más icónico e importante del mundo, rescatado del pasado con la intención de   fomentar la paz y los lazos de amistad y concordia entre los pueblos de la tierra, una guerra de alcance apocalíptico estallara en las mismas barbas de una sociedad depositaria de ese espíritu olímpico y fraterno, auspiciada – para más inri- por el propio anfitrión alemán, y con el funesto y devastador resultado que todos conocemos.

La historia siempre suele repetirse. A pesar de ello, la humanidad suele mirar para otro lado e ignorar la evidencia, distraída en esa mezcla de placeres y problemas cotidianos que tan buenos réditos proporciona a esas mismas élites que se afanan en llevarnos de la fraternidad olímpica al conflicto bélico, sin ni siquiera darnos la oportunidad de pensar que estamos siendo manipulados. 

Puede que hoy estemos asistiendo al anuncio de una nueva y devastadora apocalipsis en ciernes, similar a la acaecida en 1939. No de otro modo, las huestes de lo oscuro, que últimamente andan campando a sus anchas por este “valle de lágrimas”, no solo ya no se ocultan, sino que gustan de exhibir su jerga simbólica y sus proclamas satánicas allá donde un evento de masas tenga lugar, sea este de la naturaleza que fuere. 

Porque, a tenor de la demostración de fuerza, basada en el descaro, la burla y la falta de un mínimo de pudor y respeto a la tradición religiosa más arraigada de Occidente, el cristianismo, podría deducirse, con poco esfuerzo, que el espectáculo que hemos presenciado de las ceremonias de apertura y cierre de los JJOO de París constituye una clara y contundente declaración de intenciones. Satánica, para más señas. Y apocalíptica, con un doble mensaje de devastación y muerte en la apertura, por un lado, y de oscura resucitación a un Nuevo Orden Mundial (NOM) en la clausura, por otro.  

Si en la apertura de los Juegos el despliegue de símbolos satánicos llegó a ser abrumador, con abundancia de inversión de símbolos cristianos (la eucaristía representada en la Santa Cena, Cristo suplantado por una mujer gorda y lesbiana, etc.), ídolos falsos, como la presencia del becerro dorado (Saturno), y con un claro mensaje apocalíptico (el jinete, la laguna Estigia, la barca de Caronte, etc.); en la clausura  observamos que el simbolismo se centra en representar un escenario de devastación, al que continúa el  restablecimiento de un orden de naturaleza distópica de la mano de un extraño ser-insecto venido de las estrellas.

En general, resulta ser un mensaje muy inquietante, no tanto por la destrucción anunciada, que es algo muy divulgado dentro de la mayor parte de las tradiciones mistéricas y/o religiosas, sino por el modo en que tendría lugar ese hipotético resurgimiento de la humanidad por ese ente que no es humano.

En este sentido, juzgamos que podríamos hallarnos ante una representación de Lucifer o del ángel caído. Son varias las pistas que nos llevan a esta deducción: el lugar del estadio desde donde se lanza el personaje en su papel de insecto antropomorfo se ilumina con una forma geométrica azulada asociada a su simbolismo luciferino, por otro lado, el hecho de “caer” sobre el mapamundi/tierra del escenario lo delata, también, su apariencia dorada lo define (lucifer: el que lleva la luz), su cabeza de insecto se asemeja a otra de sus definiciones (Belcebú: el señor de las moscas) y, por último, el liderazgo sobre las naciones lo ejerce sobre el escenario durante toda la representación.

De igual modo, si en la representación de la apertura de los JJOO todas las naciones, con sus abanderados al frente, seguían al jinete apocalíptico en su desfile; ahora, en la clausura, el “insecto estelar” (viajero dorado, según el relato televisivo), descenderá sobre un mundo humeante y arrasado. A ello sumaremos los acordes de una música siniestra, como de ultratumba, y la nociva luz azul que llena todo el estadio.  

Dentro de la ceremonia de clausura, es importante resaltar la situación que ocupa la medalla olímpica de estos juegos en el escenario que conforma un esquemático mapamundi sobre el suelo del estadio, pues se encuentra situada en lo que aparenta ser el Mediterráneo junto a las costas de Israel. 

En este sentido, dado que la medalla presenta en su interior la característica forma geométrica de un hexágono de color negro del que salen rayos dorados, podríamos argüir que nos hallamos ante el símbolo satánico del sol negro o Saturno y, en tal caso, dentro de este contexto de caos postapocalíptico, considerar que su colocación en el escenario junto al estado de Israel podría constituir una indicación del lugar en que sería venerada esta siniestra entidad. A ello sumaremos que, tras el descenso del estadio, el “insecto estelar” vendrá a posarse junto a la medalla olímpica o símbolo de Saturno situado en esa parte del mapamundi que se corresponde  con el territorio de Israel.

Encontramos más símbolos con oscuras intenciones, como el primer ser que nace de este caos, que es la diosa NiKe, que representa a la victoria en las batallas (¿la guerra como una victoria sobre el género humano?), que además destaca por ser una figura sin cabeza; lo cual no solo podría tener relación con el personaje decapitado de la ceremonia de apertura, María Antonieta, sino también, con ese Nuevo Orden Mundial al que apunta la alegoría escenificada: un ser sin cabeza representa al nuevo hombre desprovisto de voluntad, es decir, el triunfo del transhumanismo. 

A partir de este momento de la representación, surgen del fondo de la tierra hombres de color oscuro desprovistos de expresión facial, es decir, sin voluntad, trabajando todos al unísono en la tarea de levantar los aros olímpicos. ¿Alegoría del nuevo mundo esclavizado que se está recreando?

Un recopilatorio de escenas de estos juegos en las que aparecen atletas en actitud violenta y amenazadora da paso a un concierto de música rock y electrónica, que culmina con un solo de guitarra eléctrica interpretado por un siniestro encapuchado. Luego se apagará la llama olímpica.

El conocimiento de las siniestras intenciones que se ocultan bajo la apariencia de una celebración de exaltación de los más altos valores humanos, como es una ceremonia olímpica, nos da la altura del tipo de seres al que nos estamos enfrentando; cuya falta de empatía hacia el género humano presenta un cuadro de psicopatía muy definido.

Saquen ustedes sus propias conclusiones.

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